El 18 de enero de este año fue asesinado a golpes Fernando Báez Sosa. Las imágenes, noticias y avances de la investigación ocuparon el espacio de los medios y las redes sociales hasta que la pandemia acaparó prácticamente toda la atención pública. A seis meses del hecho, en ArteZeta dialogamos con Pablo Vommaro, especialista en problemáticas vinculadas a la juventud y el territorio, sobre las diferentes dimensiones de un hecho lamentable.
Por Pablo Milani
Pablo Vommaro es Doctor en Ciencias Sociales y Profesor de Historia (UBA) e integra el Grupo de Estudios de Políticas y Juventudes del Instituto de Investigaciones Gino Germani. También forma parte del Grupo de Trabajo “Juventud y prácticas políticas en América Latina” y es Director de Investigación en CLACSO. Publicó acerca de las problemáticas sociales urbanas de base territorial en la Argentina, la participación política de los jóvenes, la Historia Oral y la historia argentina y latinoamericana recientes artículos en revistas nacionales e internacionales.
El asesinato de Fernando Báez Sosa, que tiene como acusados y detenidos a ocho rugbiers por haberlo matado a golpes en la madrugada del 18 de enero en Villa Gesell, hizo que se escribiera mucho y que se difundieran sin descanso imágenes en los medios y redes sociales. Vommaro habla de la importancia de la intervención del Estado, del rol de la familia, la sociabilidad entre pares y el papel de los medios, entre otras cosas.
ArteZeta: ¿Qué te pasó por la cabeza cuando te enteraste del asesinato de Fernando Báez Sosa?
Pablo Vommaro: Por un lado sentí sorpresa e incredulidad. Al principio creí que era algo amarillista. Soy algo desconfiado de la utilización de los medios pero también del uso de las juventudes. Los jóvenes siempre hacen bardo, son violentos, son adictos, consumen demasiado, y me parece que no es tan así.
Después me pasó que, a medida que se fue confirmando, me sonó raro pero a la vez pensé por qué se había dado todo esto. Es algo que parece no tener lógica. Empecé a indagar más, a buscar. Fue muy difícil encontrar información fidedigna, hubo muchos rumores. Empezar a buscar quiénes eran ellos, quiénes eran sus familias. Qué importancia tiene el rugby.
AZ: ¿Y con qué te encontraste?
PV: La primera cuestión es que creo que el rugby condensa algunas cosas que en otros ámbitos aparecen aislados. Por ejemplo, lo que tiene que ver hoy con una masculinidad, una forma de ser macho, que se vincula a la imposición, al macho violento, acá estoy yo. Es una forma de masculinidad que se expresa en el rugby. Es una forma de construir el ser masculino. Ser dominante y, el otro, que es la mujer o el débil, yo lo domino. Y si no lo domino, si no lo subordino, es porque no soy macho o no soy tan macho.
La segunda cuestión es una sociabilidad entre pares. Pensemos que el rugby es un deporte muy numeroso, son quince varones en la cancha. Cualquier equipo de rugby tiene veintiún integrantes, contando a los seis suplentes, como mínimo. En el fútbol son once y hay cinco suplentes. Lo que quiero decir es que son muchos varones juntos que, parece que no, pero influye. Están juntos mucho tiempo y el rugby es un deporte muy de equipo. Yo lo jugué varios años. Vuelvo a decir: de los deportes colectivos, el rugby es el más numeroso. Ahí hay una cuestión de estar juntos, de estar unidos para ganarle al otro. Ahora, un grupo de varones también puede ser positivo, también existen grupos que trabajan en los barrios, que hacen acciones comunitarias. No todos se pegan en el boliche.
El tercer elemento tiene que ver con la clase. Yo no diría que el rugby es un deporte para ricos porque no lo es, tampoco estos chicos son todos ricos. Es más, uno de ellos vendió su celular para poder ir a Villa Gesell de vacaciones. De todos modos, el rugby tiene una cosa de ambiente, de clase. Te vinculas con ricos aunque vos no lo seas.
Una cuarta cuestión, que no es propia del rugby pero que se dio en este caso, es la impunidad. No digo que el rugby sea impune, pero si vos indagás un poco en las familias de estos chicos, te das cuenta de que hay una sensación de impunidad. Yo puedo hacer lo que quiera y el que tiene poder me va a salvar. Creo que ahí hay una impunidad que no es juvenil. En realidad, es adulta. Y los jóvenes mamaron esa sensación de “acá vale todo”, que con un contacto, con un llamado, cubro todo. Y esto se profundizó en los últimos cuatro años.
Y hay un quinto elemento que es ver al otro como distinto, como amenaza. Todo el discurso de estigmatización, de desacreditación de ciertos sectores de la juventud.
AZ: ¿Hay una cuestión discursiva también?
PV: Sí, en los últimos años hubo un discurso que avala decir “estos negros de mierda”, “los pibes chorros”. Hay testigos que dicen que a Fernando (Báez Sosa) le decían negro de mierda mientras le pegaban. No es casual que Fernando sea hijo de paraguayos y su padre encargado de edificio. Es decir, el hijo de un sector popular es víctima de la agresión impune de blanquitos. Discursivamente, hay una legitimación de que a ciertos jóvenes de sectores populares es legítimo insultarlos. Hay una legitimación social de atacar al otro considerado inferior verbalmente y, eventualmente, llegar a la violencia física. Es el estigma social mezclado con la impunidad. En este caso llegó a un límite intolerable. No solamente causó una muerte tremenda y al mismo tiempo evitable, sino todo lo que rodea esta situación. Hay toda una discusión de política pública, del espacio público, de los lugares de ocio y recreación. Parece ser que el chico número once es menor de edad y entró a un boliche para mayores. Además, esto pasó en la calle. ¿Quién es el responsable de controlar? El Estado. El Estado tiene que regular pero también hay un privado. ¿Cuál es la política hacia el espacio público? A veces parece tierra de nadie.
AZ: Este crimen, ¿lo sentís como una manifestación de disconformidad de la juventud? ¿Esto es un producto de un malestar actual?
PV: Exacto, yo creo que hay un malestar juvenil que se expresa como puede, que se expresa más como protesta social pero también mediante consumos excesivos. Se suma a una configuración familiar complicada, que te enseña impunidad, y a un Estado que en los últimos años estuvo bastante ausente y que no tiene aún hoy una política pública de juventudes que sea integral.
¿Dónde está el Estado para contener a través de una política pública? ¿Qué espacio de expresión se les otorga a las juventudes de hoy? No existe un espacio donde las juventudes puedan volcar sus ansiedades, sus temores, sus angustias.
Y me hago otra pregunta: ¿Por qué hoy la forma en que los jóvenes pasan su tiempo libre tiene que ver con un consumo excesivo? La diversión parece ser esa, consumir hasta no dar más. ¿Por qué la única oferta es esa? Porque esa es la oferta mercantil que les interesa a los que venden alcohol, a las tabacaleras y los que venden drogas, también. Hay que desarmar eso. Eso puede ser una forma de ocio, ni la más sana ni la mejor. Entonces nos deberíamos preguntar, ¿por qué no hay ninguna otra forma de ocio y de diversión? Ahí falta un rol activo de la política pública.
AZ: Y en ese discurso, ¿crees que hay una disputa por el monopolio legítimo de la juventud?
PV: Creo que las juventudes son objeto de, son poco reconocidas, muy poco valoradas, son habladas pero no escuchadas. Son usadas como ejemplo de la barbarie más bárbara. Por ejemplo, el uso que se hizo de la novia de Fernando. Igual que con Pablo Ventura, estaba su cara en todos los medios. Y esto crea algún resentimiento en los jóvenes, porque los medios son vistos como enemigos.Y, lamentablemente, por la muerte de Fernando, nos enteramos de que el pibe hacía trabajo social en barrios. Eso también es la juventud. Ahora, esa cara de la juventud no se muestra. Es algo que desde los medios se debería poder revertir. Así como se consiguió que haya cierta sanción social hacia la utilización de la mujer. Digo, si hoy aparece una mujer desnuda en un programa de televisión, no es tan festejado como antes. Ahí se ha logrado cierta sanción social del uso de las mujeres. Se ha logrado algo positivo con las mujeres, algo que con las juventudes aún no pasa. Una nota como la que le hicieron en el cementerio a la novia de Fernando debería ser prohibida éticamente, es una manipulación. Me pareció una locura.
AZ: ¿Cuál debería ser el rol del adulto en este hecho?
PV: Yo creo que hay una actitud muy importante del adulto hacia los jóvenes que se ejerce poco, que es escuchar. Una primera cosa que hay que hacer es escuchar, prestarles atención. Algo que la familia, como estructura social, muchas veces no está pudiendo hacer. Acompañar, estar atentos, tener escucha. Una segunda cuestión es pensar cómo intervenir. Lo que pasa es que para intervenir, primero tenés que escuchar. Y, después, construir una propuesta alternativa. Ese boliche que te cobra mil pesos para ingresar te está vendiendo una felicidad ficticia. Tiene que haber una alternativa a ese tipo de ocio mercantilizado y al consumo en exceso.
AZ: ¿Y cómo se modifica eso?
PV: Bueno, creo que es un trabajo integral. De la escuela, de la familia, de la comunidad y con el Estado como articulador. Se sale en la medida en que el Estado intervenga. Porque el Estado aparece como un bombero que apaga el incendio o castiga al que causó el incendio, pero pocas veces aparece previniendo el incendio, ¿me explico? Está bien el castigo, pero primero el Estado debería poder evitar el incendio. Y eso generalmente no se da. Porque la sociedad pide castigo pero, insisto, primero el Estado debería haberlo prevenido. El Estado tiene poca actitud de prevención. Y lamentablemente hay un discurso dominante, social y político, que lo que exige es más sanción, endurecer las penas. Además, no dejamos de actuar ante el hecho consumado, porque se reclaman penas más fuertes para el que ya cometió el hecho. De aquí en más creo que el mayor problema no es cómo castigamos a estos chicos, sino cómo evitamos que vuelva a ocurrir. Creo que de eso no se habló todavía en ningún lado.
AZ: ¿Qué pasa con el rol de la familia?
PV: Yo creo que es fundamental y la familia también es responsable. Antes hablaba de la impunidad y creo que eso puede llegar a empezar en la casa. Vos podes hacer lo que quieras. Es decir, cuando desde la familia se promueve un acto de impunidad y papá o mamá te va a salvar de todo lo que vos hagas. Se da el ejemplo de un “vale todo”. Yo estoy seguro de que los padres lo hacen para proteger a sus hijos, pero en realidad les hacen un daño tremendo. Porque el chico crece con la sensación de que es el mejor de todos. Es criado desde la impunidad, como si los actos no tuvieran consecuencias. Una mala acción debería tener una responsabilidad. Siempre se dice: El joven necesita que le hablen, pero primero necesita que lo escuchen, porque si no vos le hablas en un vacío, en un hueco.
AZ: ¿Cómo crees que intervienen las redes sociales en este intercambio?
PV: Son un ingrediente fundamental. El mundo digital facilita que los pibes estén encerrados entre sí. Antes, cuando vos te portabas mal, no podías ir a la casa de tu amigo, o novio, o novia. Hoy en día las redes sociales brindan una posibilidad de aislamiento muy fuerte respecto del adulto, por lo tanto es un riesgo mayor. Que el pibe esté encerrado con sus pares y desconozca la voz adulta, es mucho más posible ahora que antes porque está el mundo digital. Y esta cuestión de las redes también tiene que ver con la búsqueda del respeto entre pares.
Las redes sociales de los rugbiers están más asociadas al consumo entre ellos más que a ser viralizadas. Es un material que está destinado al consumo entre pares. Es una grupalidad encerrada en sí misma. Y la red social sirve para reforzar esta sensación de comunidad cerrada, de pertenencia a un grupo de iguales en el cual debe ganarse respeto o reconocimiento.
AZ: En tu libro Juventudes y políticas en la Argentina y en América Latina mencionas que “la juventud es una noción dinámica, sociohistórica y culturalmente construida, que es siempre situada y relacional”. ¿Cómo lo relacionas con este crimen?
PV: Cuando uno habla de jóvenes no es una cuestión de edad, sino de una experiencia vivida. Y creo que después de este crimen va a haber una marca generacional, de hechos que dejan una cicatriz. Esto que pasó puede ser un acontecimiento generacional.
AZ: ¿Qué se debería aprender después esto y qué te imaginas que puede pasar de acá en más?
PV: Creo que el Estado debería tener una presencia más integral en y con las juventudes. Más responsabilidad, más intervención sobre qué pasa en la noche, sobre el ocio, los consumos. Eso es lo que me gustaría. Ahora, qué es lo que puede llegar a pasar: siempre se afectan intereses y la noche mueve mucho dinero. Me imagino un futuro más atento a estas cosas. Lo que puede venir es una especie de toma de conciencia, pero leve. No estoy convencido de que venga un cambio profundo rápido, un cambio radical. Creo que este hecho se viralizó enseguida, se hizo público. Además, a los culpables los encontraron a las pocas horas.
Hay muertes emblemáticas: María Soledad Morales, Walter Bulacio, el soldado Carrasco, Darío y Maxi, Cromañón, la tragedia de Once. Estos hechos cambiaron cosas y creo que este caso puede llegar a ser uno de ellos. Hechos que también tienen un espacio muy mediático, muy político, muy social y muy público.
Siento que se necesita una permanencia del Estado, porque a veces se ordena al principio, pero después vuelve a pasar lo mismo en cuanto a controles. Falta una continuidad de política pública. Argentina actúa mucho por espamos, ahora estamos todos con esto, después nos olvidamos y vamos todos con aquello. Creo que va ser un camino largo pero va a servir para lograr algunos cambios.//∆z