Shangri La, el segundo disco del joven inglés Jake Bugg, presenta muy buenas canciones que, paradójicamente, mejoran en la medida en que se alejan del country para acercarse al brit pop.

Por Agustín Argento

Jake Bugg comenzó en la música -según él dijo- tras escuchar a Johnny Cash, Neil Young, The Beatles y a todas esas bandas clásicas de los sesenta y setenta. Eso quedó muy en claro con el lanzamiento de su primer disco (Jake Bugg, 2012) y con la escucha del segundo: Shangri La. Siempre queda la duda de por qué un joven del interior inglés (Nottigham, en este caso) se inclina hacia las composiciones rocanroleras por encima de la evolución tecnológica que la música fue tomando, sobre todo, desde la aparición digital en los `80.

Con tan sólo 19 años, Bugg se da el lujo de girar por Europa, Estados Unidos, Oceanía y, por la presión del público, de adelantar el lanzamiento de su placa. Reventando estadios, este joven británico se prepara, también, para arribar al Lollapalooza de Buenos Aires en abril próximo. Todo un sueño hecho realidad para alguien que empezó a tocar la guitarra hace sólo siete años. Ni siquiera le costó el esfuerzo al que todos los músicos le deben poner el pecho, tal el caso de “Ayer deseo, hoy realidad” de Hermética, por citar ejemplos. En esa canción, escrita por Ricardo Iorio, Claudio O´Connor cantaba: “Se me cumple el sueño pendejo de ayer”. Bugg de ninguna manera puede recitar un verso de ese tema.

Y analizando estos motivos, a uno le entra la duda: ¿Será Jake Bugg un prodigio de la música o un Justin Bieber del rock and roll? La presencia de Rick Rubin en la producción (Black Sabbath, Bestie Boys, Mick Jagger, Adele, entre cientos de artistas) arroja pistas –aunque ninguna certeza- sobre la verdad del suceso. Rubin es, además, co-presidente de la colosal discográfica Columbia Records.

Así y todo, Shangri La es un muy buen disco. ¿A quién le importa si Jake Bugg es un invento de los productores o un genio del rock contemporáneo, si las canciones que canta nos sientan bien? Lo paradójico, si tenemos en cuenta las influencias de este músico, es que la placa se pone cada vez mejor en la medida en que se escapa de la música country para adentrarse al brit pop; cuando las guitarras con efectos se ponen por encima del resto y lo llevan a uno hacia estribillos que prometen ser memorables, como el de “Slumville Sunrise” o “Messed Up Kids”. Es el trabajo de las guitarras el que se roba todos los premios. Criollas, acústicas, eléctricas; dos, tres y hasta cuatro líneas para darle cuerpo y sostener una voz que, a veces, se asemeja a la expresión de Pity Alvárez, como en “Kingpin”.

Jake Bugg seguirá creciendo y luego de este vertiginoso ascenso deberá mostrar si realmente es un prodigio o no. Por el momento, presenta buenas y lindas canciones; solamente opacadas por una tapa de disco que rememora, con escandaloso facilismo, a aquellas de Cash, Elvis Presley o Elvis Costello. Se espera, por obvias razones, que ese facilismo no se traslade a las composiciones.

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