A partir de documentos y testimonios Moreno toma como punto de partida la relación entre Rodolfo Walsh y su hija Victoria para indagar en los vínculos familiares atravesados por la represión y la tortura.
Por Pablo Díaz Marenghi
Años setenta. El hombre, de ceño fruncido y anteojos de marco grueso, escucha de refilón la radio mientras está en una reunión. Aún forma parte de la organización Montoneros, aunque con reservas. Mueve los brazos con nerviosismo antes de encender un cigarrillo; nunca se mantiene en un solo lugar. Su atención lo obliga a estar en todas partes, con la misma sagacidad con la que se involucra a fondo en una partida de ajedrez o en una investigación periodística. De pronto, un nombre leído con rapidez y mal pronunciado sale de la bocina distorsionada del éter: “Victoria Walsh, de nombre de guerra Hilda, Oficial 2° de Montoneros, ha sido abatida en un operativo para desactivar una célula subversiva”. Se le hiela la sangre. La reunión se suspende y se queda solo. Se persigna muchas veces: arrastra aquel catolicismo que aún está enquistado en su inconsciente. Se pone el piloto y sale de su casa hecho una furia para hacer lo que mejor sabe hacer: investigar. Como los detectives de aquellos cuentos policiales que ya no escribe.
Ese hombre, Rodolfo Walsh, investigó la muerte de su propia hija y la corporizó en sus diarios personales y en comunicados íntimos que luego se volverían documentos públicos, testimonios de una época: “Carta a Vicki” y “Carta a mis amigos”, escritas entre octubre y diciembre de 1976, servirían de inspiración para Oración (Random House, 2018), monumental libro que combina crónica y ensayo y en donde María Moreno no solo intenta comprender el pasado y el legado de una figura de leyenda como RW sino también ampliar el espectro para pensar las relecturas sobre la memoria, las consecuencias desgarradoras que dejó la dictadura cívico militar, la cuestión familiar en la guerrilla, el rol de las mujeres en las organizaciones armadas y la moral sexual setentista.
También se toma el tiempo para cuestionarse a ella misma como sujeta política de aquellos tiempos y pensar si sobrevivió para contar estas historias o, más bien, gracias a su cobardía o indiferencia bohemia. No le tiembla el pulso para cuestionar su accionar. Además, recurre a las mejores armas del oficio periodístico para indagar sobre la veracidad de los propios dichos de Walsh y el valor testimonial/jurídico que puede llegar a tener una carta escrita en un marco de intimidad.
El libro se inicia con una confesión de la autora: “En 2002 gané la Beca Guggenheim para escribir sobre la moral sexual en las organizaciones revolucionarias de los años setenta en la Argentina. No escribí ese libro: escribí este”. Moreno, como explicó en varias entrevistas, invita al lector a seguirla en un ritual. La experiencia de atravesar las 384 páginas de Oración deja una sensación de cansancio. No por aburrimiento, sino más bien por la densidad de su contenido. Por momentos se vuelve desgarrador y asfixiante al detenerse en tragedias que van desde lo más político (la cuestión de la resistencia de la lucha armada ante el Terrorismo de Estado) hasta lo familiar: hijos (sobre todo H.I.J.A.S, con puntitos, como las llama la autora) que dicen “No pensó en mí” cuando piensan en sus padres hoy desaparecidos. Moreno analiza diferentes relecturas de este pasado reciente, dilemas en torno a la identidad casi en clave psicoanalítica y con tintes revulsivos y políticamente incorrectos, como son los casos de Albertina Carri (Los Rubios), Lola Arias (Mi vida después), Marta Dillon (Aparecida) y Mariana Eva Pérez (Diario de una princesa montonera). Hay un abordaje de género en el libro. Desde el foco en Vicki, hasta la figura de su hermana Patricia, las relecturas artísticas de las H.I.J.A.S y la reflexión sobre las mujeres detenidas-desaparecidas y los prejuicios y vejaciones sufridos. Estas eran violentadas con saña por el solo hecho de ser mujeres, vistas como malas madres/hijas/esposas/hermanas o como “putas y guerrilleras”, como le pusieron de título las periodistas Miriam Lewin y Olga Wornat a su investigación sobre mujeres torturadas. Moreno cita el testimonio de una detenida, Margarita Cruz: “Yo quería realizarme como mujer y como madre. Creo que esto es algo que los militares no podían soportar: cómo una mujer va a militar, va estar en pareja y además va a ser madre. No podía ser que una mujer se saliera de su rol tradicional”. El machismo era llevado hasta sus máximas consecuencias represivas y asesinas y Moreno se encarga de dejarlo bien en claro.
El hilo conductor, la historia personal de Vicki, es profundizado por la autora utilizando a su hermana, Patricia, como principal fuente, además de los sobrevivientes de aquella jornada trágica en la casa de la calle Corro donde Vicki murió junto a otros compañeros. Moreno repasa punto por punto las cartas de Walsh, las analiza como crítica literaria, como periodista y como mujer comprometida. Corrobora cada dato. Incluso, uno que es casi una leyenda popular dentro de los militantes del campo popular: antes de suicidarse, Vicki se le plantó a ciento cincuenta efectivos militares, un tanque y un helicóptero, y dijo: “Ustedes no nos matan, nosotros elegimos morir”, y se pegó un tiro. Al hablar con su hermana, la persona que llegó a esta versión por medio del misterioso “conscripto” que Walsh cita, ella confiesa que dicha frase al parecer no fue dicha por Vicki sino por el compañero que resistía junto a ella en la terraza. Esto fue motivo de discusión de Patricia con su padre. No podía creer que el mismo hombre que tenía un compromiso furioso con la verdad, el que desentrañó los fusilamientos de José León Suárez y los narró en Operación Masacre (1957), falseara semejante dato. Moreno se anima a pensar que Walsh lo hizo en el marco de la intimidad propio de una carta, para construir con solvencia a su hija casi como si estuviera construyendo un personaje literario. Walsh quería dejar bien en claro las convicciones que él sabía que tenía su hija. Algo que Moreno también se encarga de dilucidar: Walsh siempre estuvo preocupado porque su hija siga un camino autónomo. Más allá de que se pueda pensar que siguió la senda de su padre (el periodismo y la militancia), él jamás la presionó y hasta, incluso, en la adultez de Vicki se veían de forma esporádica y clandestina. Dice Moreno: “El padre le deja la soberanía al más vulnerable, una mujer, una muchacha que apenas conoce el arma con la que combate (…). Y si solo existe la conjetura en medio de una batalla desigual, el recuerdo encubridor, la ceguera del espanto donde solo la metáfora parece ser más justa para rozar siquiera un ápice de la experiencia vivida”.
María Moreno construye un libro monumental, titánico, que la consolida como una de las narradoras más formidables de habla hispana. Entreteje una prosa que se nutre de la crónica, el ensayo, la autobiografía y hasta la poesía, algo que ya había demostrado con Black Out (2016). En una obra que es prima de otras relecturas recientes sobre la figura de Walsh como El último caso de Rodolfo Walsh (2017), de Elsa Drucaroff, y El negro corazón del crimen (2017), de Marcelo Figueras, Moreno brinda una lectura fresca y necesaria sobre los setenta y forja una perspectiva amplia, ágil y desacartonada que viene muy bien en tiempos en los que funcionarios públicos se reúnen con promotores de la “Memoria completa”, contradicen doctrinas internacionales en materia de derechos humanos promotoras de “Memoria, verdad y justicia” o cuestionan cifras oficiales de desaparecidos. Vale la pena sumergirse en una lectura de largo aliento para que se convierta en un rito del que se sale reconvertido, entendiendo que el pasado nunca se termina, tan solo alimenta al presente con su sedimento necesario. //∆z
Oración, de María Moreno
Literatura Random House
384 páginas.