Su cuarto disco, Hungry Ghosts, se construye como una gran imaginería de producción obsesiva, que propone un lábil y heterogéneo bloque de sonido para atravesar. ¿Disco 2014? Lustramos los zapatos y subimos el volumen.

Por Gabriela Clara Pignataro

Los espectros son pura superficie visible.La transparencia simultánea de todos sus secretos.Lo que soñaron estando dormidos, las proporciones y el peso de su mirada, todo está presente como un tramado fosfórico en su piel de éter y puede registrarse// de Informe sobre ectoplasma animal, Larraquy-Ontivero.

Un fantasma no deja de volver hasta que nos ofrezcamos a su ritmo. El peligro es caer rendidos en el vértigo de su baile o en su defecto el sopor de su desplazamiento. Si nuestra amada posmodernidad se caracteriza por una convivencia bonvivant de géneros inacabados, este disco sería un buen maestro de ceremonias de la fiesta.

De adentro hacia afuera, Hungry Ghosts contiene decenas de espectros entre los tracks: la composición se inviste de ánimas elenctrónicas en el paso a través de la máquinas e ingeniería de mezcla. Las canciones se recubren de un éter auditivo alejándonos de su esqueleto primitivo. Y hacia el borde de su cuerpo coquetea con reminiscencias retro de la música disco, el dancehall y el pop de los ochenta. Disfraces.

Si no nos conocimos en la Disco 2000, ¿podremos coincidir en esta pista del reinado postmortem? Los tracks “Upside Down & Inside Out”, “Obssesion”, “I won’t let you down” se entrelazan como el playlist bailable, sin llegar a despeinarnos o corrernos el maquillaje: un territorio intermedio, pegadizo, un cordón montañoso sonoro sin climax de cumbre. “Bright as your eyes”, oficia el momento cinematográfico del disco: un movimiento de baile de promoción reloaded, entre luces rojas y azules y máquina de humo. “Another set of issues” juega con una interferencia del espacio exterior, una antena captando las señales.

En un reverso de atmósfera, “The one moment” vibra en una débil textura épica, desaturada, como un caballo a trote, que no llega a volverse rocinante. “If I had a mountain”, “The great fire” descienden la intensidad del beat, flotando en bajos fangosos donde el trabajo vocal asciende como pequeños ápices de piedra: por momentos los puntos se unen en cadencias armoniosas y seductoras. “Lullaby” cierra el disco en linea que progresivamente se desnuda del artificio electrónico y nos descansa en el remanso más puro de la obra: acordes simples, voces como niebla superpuesta.

Si buscamos un highlight, probablemente lo hallemos en “The writing’s on the wall”, corte que nos endulza los ojos en un videoclip donde la dirección de arte brilla tal vez aún más que el tema mismo.

La gran labor de producción, mezcla y postproducción pareciera encumbrar capa sobre capa en un indivisible aglutinante, entregándonos una masa pantanosa donde nos hundimos sin un norte magnético donde mirar. Las letras pasan desapercibidas, un tul más del velo sucio de la novia muerta que intentamos revivir para el carnaval.

Hungry Ghosts nos deja con las suelas sin gastar, con sabor a poco: con hambre. De este lado del cerco los vivos pedimos un poco más para despertar los sentidos. Esperamos un buen susto, algo que provoque el grito, la estampida. Estos fantasmas nos muestran su cara, titilante, perdida en su propia danza. OK Go nos sirvió un buen aperitivo y hay días que precisamos un trago más fuerte.//z

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