Nueve Reinas: todos mienten
Por Julián Mónaco y Débora Kantor

A partir del reestreno del emblemático film de Fabián Bielinksy remasterizado en 4K, compartimos este ensayo que indaga sobre aspectos poco explorados de una película que nunca pierde vigencia. El crimen, la actuación, la trampa, la crisis y los cigarrillos son algunas, entre otras tantas, claves de lectura disparadas en estas líneas.

Fumar

Nueve reinas empieza y termina con cigarrillos. Quizás recuerden los primeros planos de la película: son las últimas horas de la noche y Sebastián (Gastón Pauls) se prende un pucho nuevo con uno viejo. Es el cigarrillo crepuscular (está a punto de amanecer): una nueva historia comienza (se enciende) para él. El fuego, además, es comunicación de un legado: más adelante nos vamos a enterar de que Ramiro (Ricardo Díaz Mourelle), su papá, también es fumador y también inventa historias. Ahora mismo, Ramiro está preso. ¿Una historia mal contada? Podría ser.

Sebastián fuma apurado, mira al cielo y se encamina hacia la estación de servicio. Es un actor (protagonista y a la vez director) a punto de entrar en escena. La película es su propia vida (salvar al viejo, armar una familia con su chica, estafar a un estafador). Pero tiene que entrar y tomar parte. 

Quizás recuerden lo que sucede al final: Nueve Reinas es la marca de habanos favorita de Ramiro. Y Sebastián usa esa misma caja de habanos para guardar sus fichas. Director, actor, apostador. Cigarrillos al principio, cigarrillos al final. En el medio, los puchos nos avisan sobre relaciones de poder: Berta (Elsa Berenguer) tiene las estampillas. Les fuma en la cara y se caga de risa.   

Se termina el tiempo, hay que empezar a actuar. Sebastián enciende un cigarrillo antes de entrar en escena. La película es su propia vida. Dirige y actúa.

—¿Fumás? ¿Rubios fumás?
—No.
—Qué lástima, yo ya no fumo.

Yo a estos me los fumo. El cigarrillo como signo de poder. Berta tiene las estampillas originales, con ella hay que negociar. No queda otra que tragarse el humo.

El rodaje va bien. Sebastián para la pelota y se fuma un pucho. También se lo empieza a fumar a Marcos. Nueve reinas transforma el lenguaje de la calle en imágenes.

La película ya terminó. Los actores fuman, juegan, celebran. Son habanos, no cigarrillos. Trabajar es una cosa, celebrar es otra y muy distinta.

Caminar

Marcos (Ricardo Darin) y Sebastián caminan sin parar. Dan vueltas, entran y salen de los bares, bajan del centro hasta Once. Pero no se pierden nunca. Están siempre al acecho. Aníbal Ford escribió alguna vez que, para sobrevivir a una crisis, hay que leer más signos que en una etapa normal. Acá todo es signo, todo es oportunidad. A un mozo que está a mil, hay que embarullarle la guita. A un empresario runfla, embocarle unas estampillas falopa.

Si Criminal (la versión estadounidense de Nueve reinas) no funciona, es porque está construida como una road movie. Los personajes están demasiado alejados de las cosas. En Nueve reinas pasa al revés: Sebastián y Marcos están metidos hasta el cuello en la precariedad de la Argentina de los 2000.

Estampillas falsas, cheques falsos, armas falsas, placas falsas, guita falsa. La ciudad es un lugar en el que cualquiera te la devuelve cambiada. Hay que estar al acecho y hay que estar despierto. Marcos conoce muy bien una ciudad en la que todos tienen los ojos alerta (como en el shopping, pero del lado de afuera). Todo es falso, todo es copia, todo es trucho: hay que caminar, acercarse y mirar: “desde lejos no se ve”.

Guita, relojes, celulares. Todo es copia, todo es trucho, todo es falso.

Cuando todo es trucho, hay que mirar de cerca.

Caminar y ser bicho. La ciudad es peligrosa, pero está llena de oportunidades. Sólo hay que saber leer signos.

Armas de juguete. Placas falsas. Ladrones que hacen de policías.

—“Crunchy. Elaborado en Grecia”. Este país se va a la mierda.    
Falso por debajo, falso por arriba. La convertibilidad es la falsedad estructural.

Sandler (Oscar Nuñez): el falsificador que garantiza la falsificación. El único actor que hace de sí mismo. Siempre en el medio: única vía de comunicación entre Sebastián y Marcos.

Actuar

Primera secuencia: Sebastián entra en escena. Secuencia final: Sebastián se reúne con su elenco. Sandler fuma un habano. Boris (Ignasi Abadal) se quita el maquillaje. 

—¿En el teatro vos también chupás así? 
—¿Sabés que pasa? El gallego me sale más fino si estoy en pedo. 

Cartas, fichas, guita, gamuza verde: el rodaje (por fin) terminó. El aura de las nueves reinas se desvanece. Todo, poco a poco, se transforma en utilería, cotillón. Los objetos se vuelven tristes.

“¿Chorear? Eso lo puede hacer cualquier pelotudo”. Marcos primero actúa (hace de policía, hace de sobrino, hace de cliente insatisfecho, hace de heredero), pero termina siendo espectador. Entró a un mecanismo creyendo ser su prestidigitador. ¿De qué otra forma se podría estafar a un estafador? 

“Este anillo era de mi vieja. Está en la familia hace como cien años”. El rodaje terminó pero Sebastián aprendió algo: para vivir, hay que seguir actuando. 

—Vos no podés sobrevivir. 
En el reino de la simulación, el que se deja hacer el cuento pierde.

Una película dentro de una película. Nueve reinas sigue a un director (Sebastián) y a un grupo de actores y actrices. En la valija no hay armas, hay maquillaje.

Marcos cree que es protagonista de una historia de la que, en realidad, es el único espectador. ¿A quién no le pasó alguna vez?

—Dijiste “cheque”, la puta que te parió.
Cuando actuás mal, te quedás afuera.

Lo durmieron, lo acostaron: a Marcos le hicieron el cuento.

Final del juego. Marcos se disuelve entre la multitud. Es un estafado más en la Argentina que se encamina hacia los sucesos de 2001.