La antología publicada por la editorial española Nórdica encuentra nuevas formas de narrar la ciudad más contada del mundo: desigualdad, gentrificación y algunas ideas para entender qué significa ser un new yorker.
Por Alejo Vivacqua
Hace unos meses, el senador texano Ted Cruz -que todavía peleaba por la presidencia- fue consultado en uno de los debates republicanos por una declaración que le había hecho semanas atrás a la prensa. Antes de las primarias en Iowa que finalmente ganaría, Cruz había mencionado que su rival Donald Trump era parte de lo que él llamaba ‘los valores de Nueva York’. Una de las moderadoras de la cadena FOX le preguntó entonces, en ese debate, qué quería decir. ‘Yo soy de Nueva York y no entiendo a qué te referís’, le dijo. Pícaro, contestó: ‘Justamente por eso, porque sos neoyorquina, no entendés. El que vive en Carolina del Sur sí lo entiende’. Y agregó: ‘Me refiero a los liberales pro aborto, pro matrimonio gay. Pongámoslo de esta manera: no hay muchos conservadores que salgan de Manhattan’. Donald Trump, a continuación, tomó la palabra. Además de elogiar a la gente de su ciudad, apeló a la memoria del 9/11 y a cómo la Gran Manzana se reconvirtió después de los atentados. El público lo ovacionó.
La cuestión es que durante semanas la prensa neoyorquina se hizo eco de las declaraciones de Cruz. Desde el New York Times recordaron y analizaron las gestiones de los dos últimos alcaldes- la de Rudolph Giuliani en los ’90 y Michael Bloomberg en los ’00 – y volvieron a la memoria varios conservadores salidos de Manhattan, entre ellos la figura del célebre provocador William F. Buckley. A los neoyorquinos, tanto republicanos como demócratas, les habían tocado el orgullo. Incluso hubo quienes entendieron que las palabras de Cruz, un evangelista del sur profundo de los Estados Unidos, iban dirigidas a una gran población judía de la ciudad.
Sobre la pregunta de qué significa ser un new yorker trabaja en gran medida el libro Nueva York: historias de dos ciudades, que Nórdica publicó en español y que circula en estos días en nuestro país a través a la distribuidora Waldhuter. Formada por treinta escritores, entre textos de ficción y crónica, la antología compilada por John Freeman hace hincapié en la enorme desigualdad que existe hoy en día en los cinco distritos de la ciudad, donde el 1% de la población es dueño de la mayor parte de la riqueza.
En noviembre de 2013 el demócrata Bill De Blasio ganaba, por una mayoría abrumadora de votos, la alcaldía de Nueva York. Con un discurso de campaña basado en la inequidad económica que la gestión de Michael Bloomberg le había dejado luego de una década, De Blasio acuñó como eslogan, precisamente, esto de las dos ciudades: una pobre y desprotegida, y la otra rica y desinteresada. El 73% lo eligió por sobre su rival, el republicano Joe Lhota, en un número que parece tener poco de coincidencia: es también el porcentaje aproximado de inquilinos que tiene NY y que sufre año tras año el aumento indiscriminado de alquileres. A ese sector de la población fueron dirigidas mayormente las promesas del nuevo alcalde.
El espíritu que recorre la antología es el de la gentrificación, que es el término que se utiliza para referirse al proceso en el cual la población originaria de un lugar se empobrece y se ve obligada a mudarse, para ser entonces reemplazada por una de mayor nivel adquisitivo. Estas historias reflejan cómo el nuevo paisaje urbano transforma barrios enteros de Brooklyn, Manhattan o Queens. Donde había una escuela pública ahora hay un Starbucks. Donde había una peluquería barata, un centro de estética. Así conocemos, por ejemplo, en uno de los mejores relatos del libro (“Desalojo parcial”), la historia de Brent Meltzer, un abogado del sur de Brooklyn que ofrece asesoramiento gratuito a personas de bajos recursos. En la crónica, el periodista D.W. Gibson nos cuenta su trabajo a través de la vida de una sus de sus clientas. Noelia Calero, un ama de casa puertorriqueña, sufre el acoso del dueño de su departamento, que durante meses no responde los reclamos de los vecinos para que arreglen las cañerías del edificio. De esta forma, y multiplicado en miles de casos a lo largo de la ciudad, los propietarios encuentran la manera de que los inquilinos finalmente se cansen y se vayan a otra zona económicamente más accesible. Luego vendrán, en su lugar, familias con más plata para pagar alquileres más caros.
Junot Díaz -que, junto a Lydia Davis, David Byrne o Jonathan Safran Foer, es uno de los escritores más renombrados en esta antología– relata en “Empezar” un robo inusual que sufrió cuando todavía vivía en la casa que su familia puertorriqueña alquilaba cerca de Nueva Jersey. Como su caso, el de autores nacidos en otro país que viven o crecieron en Nueva York, hay otros. La mexicana Valeria Luiselli, por ejemplo, utiliza como punto de partida una foto de Emiliano Zapata pegada en su heladera para hacer un retrato de su barrio y de cómo se relaciona con sus compatriotas de la zona del Harlem. Por su parte, el etíope Dinaw Mengestu refleja las dificultades que tiene una pareja de clase media para pagarle el colegio especial a su hijo autista. Escribe: ‘La evolución de nuestro hijo no ha sido milagrosa pero sí cara hasta un extremo que es imposible justificar. En casi todos los aspectos de nuestra vida, Nueva York promete algo más, algo mejor, para aquellos con medios para pagarlo: mejores vistas al Central Park, mejores comidas y, claro está, mejores colegios. Podemos cuestionarnos la lógica e incluso la ética, pero nunca el derecho a esa mercantilización; el resultado es que ha impregnado rincones de nuestra sociedad donde no debería tener cabida’.
Pero también hay, como se dijo, relatos de ficción más tradicionales, entre los que se destaca el de Zadie Smith. En “La señorita Adele entre corsés” la inglesa narra con mucho humor la tensión entre un travesti y el dueño árabe de un local de lencería. Con el mismo acento puesto en el choque de culturas, la londinense de origen ghanés Taiye Selasi entrecruza magistralmente la vida de un taxista indio con la de un hombre de negocios ruso que sube como pasajero.
Como dice en uno de los prólogos el español Antonio Muñoz Molina, en este libro los textos menos literarios son los más logrados, y los más arriesgados pertenecen a los escritores menos afamados. Quizás porque, dice Molina, cuando se es demasiado conocido resulta más difícil escribir con convicción sobre los desconocidos.
El acierto de John Freeman fue tratar de contar la ciudad a través de la escritura poniendo el foco en el costado menos optimista de la vida urbana moderna. Es en los tipos que duermen en refugios para los sin techo, que deambulan por trabajos mal pagos o llegan ajustados a fin de mes donde parece estar el motivo para contar la verdadera Nueva York, esa que es la parte podrida de la manzana.//∆z