Repasamos dos publicaciones recientes de dos autoras que forman parte de la nueva generación de historietistas argentinos.
Por Pablo Díaz Marenghi
Tengo unas flores con tu nombre (Guía Práctica de Sororidad) (Maten al Mensajero,2018), de Jazmín Varela
Si hay un movimiento social al cual prestarle atención debido a la madurez de sus luchas, su crecimiento exponencial y su potencia es el feminismo argentino y latinoamericano. Con el movimiento #NiUnaMenos como referencia ineludible, una concatenación de hechos le ha dado empuje y vitalidad a un grito en pos de la igualdad de género que impactó en los y las jóvenes, abrió el debate sobre el lenguaje inclusivo, concientizó sobre la lesbotransfobia, llevó a que el proyecto por la legalidad del aborto obtuviera una media sanción en Diputados e instaló a la sororidad como una de las palabras del año. Dicho término, impulsado por la antropóloga mexicana Marcela Lagarde, remite a la solidaridad entre mujeres casi como una hermandad, en un contexto de discriminación sexual y patriarcado. De hecho, su origen etimológico está en el latin: “soror” significa hermana.
Tengo unas flores con tu nombre…, de Jazmín Varela (Rosario, 1988), reúne una serie de viñetas hechas con trazos simples pero con mensajes potentes. “Amiga rajá de ahí”, “Somos capaces de decidir qué hacer con nuestro cuerpo” o “Gracias por contarme” son algunas de las frases que las chicas dicen en las páginas de esta publicación. Algunas son referentes de la lucha feminista y/o personalidades destacadas de la cultura, como Señorita Bimbo Godoy, Georgina Orellano, María Luque, Susy Shock o María Riot. Otras son amigas y familiares de la autora, y algunas, inventadas. Todo comenzó cuando Varela subió a un taxi cuya conductora era mujer, cuenta Agustina Paz Frontera (periodista, escritora) en el texto que da inicio al libro, “La sororidad es una florería”. “¿Estás contenta de que no soy chabón, ¿no?”, le dijo, y de ese modo, con un diálogo cotidiano, la ilustradora entendió un poco más el significado de ser una mujer sorora.
En su texto, Paz Frontera afirma que: “Crecimos equivocadas, nos colocaron en el fondo del cuadro, cómo criadas que sostienen sólo la vajilla del desayuno, como seres dotados de un misterio insondable (…) Las mujeres, las disidencias, lxs trans, subsistimos porque tenemos el superpoder del cuidado íntimo y político de nuestras pequeñas comunidades”. La sororidad que se despliega en estos dibujos apunta a una idea de cuidado en pos de una igualdad, de defensa ante una cultura machista que aplasta y aniquila. Propone correr a la mujer del habitual lugar de pasividad, docilidad y ornamentación que la sociedad occidental capitalista y patriarcal supo construirle. La autora construye mujeres empoderadas, en pos de un ideal de autodeterminación que cuestiona las estructuras clásicas de la familia monoparental, la pareja monogámica y/o la maternidad como un mandato innato.
“Hace ocho años empecé a dibujar o ilustrar cotidianamente -cuenta Varela-, en ese momento me abrí un blog y empecé a subir lo que iba haciendo ahí. Muchas de esas ilustraciones eran ejercicios donde el resultado me gustaba y sentía que si las guardaba en un cajón no tenían ninguna finalidad. En paralelo, tenía una cuenta en Facebook donde no me sentía del todo cómoda compartiendo fotos o cosas personales, así que empecé a subir dibujos ahí también”. Varela suele subir sus creaciones a las redes sociales. Aunque también afirma que prefiere las “publicaciones autoconclusivas: me parece que no funcionan las historietas extensas o ir entregando la historia por partes”. Esto explicaría un poco más el formato elegido en este libro: cada viñeta se vale en sí misma y recurre a una connotación densa en pocas palabras y a un elevado poder de pregnancia que no necesita de recursos visuales excesivos para sacudirle la modorra al lector que aún prefiera mantenerse al abrigo del fuego patriarcal.
Afirma Paz Frontera: “El acto de extender la mano es la sororidad, es un pacto de independencia”. Este libro profundiza esto mediante un cóctel de cotidianidad, resistencia y futuro.
El ángel negro (Maten al Mensajero,2018), de Camila Torre Notari
“Quiero un gato negro. Quiero demostrarle a la sociedad que ningún felino puede dar mala suerte, pese a su color”. Esa es la premisa con la que arranca El ángel negro, novela gráfica de Camila Torre Notari (Buenos Aires, 1987). Una joven post-adolescente que vive con sus padres decide traer un gato a su casa sin demasiado consentimiento. A partir de allí, la historia reune todos los condimentos de la adaptación típica de un felino a un hogar, lo cual identificará a cualquiera que haya pasado por ese proceso. No excluye, sin embargo, a aquellos que son reacios a los gatos: más bien genera empatía y ternura con cualquier ser con cierta sensibilidad animal.
Torre Notari es diseñadora gráfica, trabajó como ilustradora digital y publicitaria. Además colaboró en el arte de varios videojuegos, como Ritmus Locus, Robo T-2, Gauchito Gil vs The Devil y Zombies ruined my weekend. Esto se evidencia en su preocupación por la composición de cada cuadro, por el equilibrio de la forma y el tratamiento del color más allá de cualquier pretención de realismo figurativo, más bien propia de una tradición del comic norteamericano. Aquí el eje pasa por lo comunicacional, lo pregnante de una serie de recuadros que conmueva al lector con una historia cotidiana que pueda identificar a la mayoría. Algo que también dialoga con la tradición de las primeras historietas, aquellas de la “Edad de Oro” de 1940-1960, que cautivaban al público masivo.
Por medio de trazos simples y una paleta de colores austera pero aprovechada, la autora va intercalando las aventuras del gato Petunio: excursiones a la veterinaria, travesuras gatunas, interacción con perros y otros felinos, salidas inesperadas y demás episodios lindantes con la ternura y con lo místico de un animal que se ha ganado el mote de antipático por su independencia a ultranza. O, para otros, como el escritor y fotógrafo Carl Van Vechten, son más bien un “tigre en la casa”.
La autora maneja un tono despojado y fresco, valiéndose de tan sólo tres colores (negro, blanco y amarillo) en diferentes tonalidades para construir un universo, y se vale de un giro autobiográfico (la protagonista se llama Camila) para situar la narración. Quizás lo más interesante es la estructura espacio/temporal que plantea: pese a que hay un conflicto que se despliega y organiza el plot del relato (la incursión de un felino en un hogar y los diferentes problemas que ocasiona), las viñetas funcionan, más bien, como pequeñas capturas de diversos instantes. Los capítulos son una especie de polaroids de locura ordinaria, que atraviesan diferentes climas: angustia, incertidumbre, frenesí, compañerismo, romance y desolación. Como cuando Cami piensa que Petunio se fue para siempre o cuando sufre el diagnóstico erróneo de un veterinario inexperto. El espectador se cuela por algunos momentos en los hechos que se cuentan en estas viñetas y hasta se queda con ganas de ver más.
Esta historieta, publicada en la antología Informe, Historieta argentina del siglo XXI (Editorial Municipal de Rosario, 2015), editada por José Sainz, tiene un valor agregado para los fanáticos de estos seres compuestos a base de ronroneos y maullidos. Pero lo más valioso es su carácter permeable que permite la inclusión de temas como la amistad, la familia, la cultura pop y el autoconocimiento inherente al tránsito entre la adolescencia y la adultez. //∆z