The Black Keys, el dúo integrado por Dan Auerbach y Patrick Carney lanzó su octavo disco de estudio: Turn blue. La historia de cómo El camino fue cambiando a los caminantes.

Por Ángeles Benedetti

Conocí a los Black Keys en un escenario poco convencional: la puerta de la casa de mi abuela. Algunos años para atrás, Marina me pasó a buscar en auto para llegar tarde juntas a donde sea que fuéramos. Estaba completamente achinada por el exceso de siesta, me dio un beso por compromiso, apurado y en el aire –porque tenía algo mucho más importante que hacer- y me dijo: “Tenés que escuchar esto. El disco salió ahora, pero suena como si fuera de los ‘60”. Mi amiga le dio play a “Unknown brother” y, a pesar del precario cassette con cable que unía al estéreo con el celular, teníamos una bandeja y un disco girando en la mente: “This is an album by The Black Keys. The name of this album is Brothers”. Estábamos frente a una de las grandes bandas de rock de los últimos tiempos; eso nunca se puede ignorar.

Volvamos a hoy: Turn blue es el octavo disco del dúo de Ohio que llegó para suceder a El Camino (2011), el álbum que los catapultó a la fama en todo el mundo con su hit bailable “Lonely Boy” que, en Argentina, incluso sonaba en una publicidad prime time de Speedy, entre siliconas y nueve de cada diez odontólogos. Desde la tapa, con una espiral que sólo puede ser sinónimo de psicodelia, y hasta el último de sus 45 minutos, este disco es distinto. Distinto a lo que se espera de los Black Keys o distinto por el rumbo natural de la evolución musical de la banda, eso tendrá que ver pura y exclusivamente con el oído, el cerebro y el corazón de cada uno.

La canción que abre Turn blue, “Weight of love” hace honor al componente “psi” de su imagen y, como todo tema floydeano, entre climas y coros, parece mucho más largo de lo que es. El mismo camino transita “Bullet in the brain”, con la voz de Dan Auerbach llegando desde muy lejos, entre la niebla que antecede a una explosión instrumental que merecería más que la monótona segunda mitad de la canción. El corte de difusión, “Fever”, está destinado a ser un hit detrás del que se puede ver un estudio de grabación ordenado y limpio, y una sala de ensayo libre de humo, con una cantidad medida de latas de Heineken. Ese panorama, hace extrañar todo lo que enamoró a muchos de esta banda: la guitarra completamente sexuada, la influencia blusera y el sonido de discos que solían ser más para madrugada que para tardecita. “In time”, “Year in review”, “10 lovers” y “Waiting on words” parecen ser las canciones que mejor le quedan a los Black Keys de hoy: redondas, bien ejecutadas, todavía mejor producidas.

Es innegable que Turn blue cumple y dará que hablar. Sin embargo, el sabor aún es ácido, un caramelo al que todavía le falta algo: el relleno. Parece que finalmente los Black Keys se encontraron a ellos mismos aunque nosotros, quizás, los perdimos por un rato.

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