En su última novela editada por Anagrama, el autor inglés chapotea en la flema inglesa del duelo personal por la muerte reciente de su esposa, terreno íntimo pero demasiado pantanoso.
Por Sebastián Rodríguez Mora
“Juntás dos cosas que nunca se habían juntado antes. Y el mundo cambia. La gente quizás no lo advierta en el momento, pero no importa. El mundo ha cambiado, no obstante.” Es probable que todo artículo escrito sobre esta novela tríptica incluya esta cita, que por lo demás se repite deformada al comienzo de cada nueva sección. Tríptica: a) una simpática reseña histórica sobre el nacimiento del vuelo en globo y la fotografía, con la lente sobre Nadar, monsieur moderadamente romántico; b) una fugaz relación trunca entre otro aficionado a los globos, esta vez inglés pero también romántico –la moderación no hace falta aclararla, es un inglés del siglo XIX- con una bella cantante de ópera llamada Sarah Bernhardt; c) el duelo privado-público de Julian Barnes por la repentina muerte de su esposa Pat Kavanagh. Tres instancias de dos elementos en función, al menos en los papeles.
Julian Barnes es uno de los más importantes escritores ingleses vivos, junto a Martin Amis, Ian McEwan, John Banville. Podríamos agregar a Hanif Kureishi, pero pertenece a la generación siguiente. Cualquier lector de suplementos culturales conoce al menos de oído fórmulas como El Loro de Flaubert, Campos de Londres, Amsterdam, El Mar. Han conformado y conforman una parte de la lectura de lo que entendemos por novelas, así como sus autores completan lo que entendemos por el oficio del escritor: un hombre sentado en un escritorio quizá ordenado, luz gris a través de un ventanal, una descomunal y a la vez moderada –inglesa- biblioteca que cubre tres de las cuatro paredes.
Sin ponernos estratégicamente puanners, Michel Foucault planteó hace ya suficientes años en ¿Qué es un autor? un concepto muy útil para leer lo que leemos. “Un nombre de autor no es simplemente un elemento en un discurso (…); ejerce cierto papel con relación al discurso: asegura una función clasificatoria; tal nombre permite reagrupar un cierto número de textos, delimitarlos, excluir algunos, oponerlos a otros.” La función autor es el modo en que ciertos discursos, como Niveles de Vida de Julian Barnes, entran en circulación y existen, es decir funcionan. En particular, la obra y el estatus de su lugar en la literatura inglesa aseguran el éxito al abrir este moderado volumen –ya no tanto por inglés como por falto de contenido.
El recorrido del duelo y la aflicción tiene el título de “La pérdida de profundidad”. Barnes ingresa a un territorio incómodo. Todas las instancias de su dolor interior por el fallecimiento de su esposa y agente literaria (dato no menor) tienen espacio en este relato que parece alardear de su crudeza, así como de las insostenibles ganas de romper con la –otra vez, incansable- moderación: “Él insistió, como si, servicial, perfeccionara la pregunta: ‘No, pero ¿cómo estás por dentro?’ Le hice una señal con la mano para que desistiera; además, yo no me sentía dentro, sino fuera de mí mismo. Podría haberle quitado importancia diciendo, por ejemplo: ‘Con altibajos.’ Esto habría sido la formal y correcta respuesta inglesa. Con la salvedad de que el afligido rara vez se siente formal, correcto o incluso inglés.”
La sensación general es la de estar ante un hombre que ha perdido ciertos diques y el producto no es una sinceridad deslumbrante sino un proceso pantanoso, poco agraciado. Es un duelo por la persona amada, no es para menos. Pero queda flotante una línea de la cual tirar: ¿es posible que Barnes esté de duelo por algo más que su esposa? Algo más, del orden de esa moderación –en cuanto la mirada sobre la producción propia, capaz de hacer sistema con el resto de lo aceptado por el negocio editorial- parece estar en retirada. Ya El sentido de un final (2011) era desconcertante, a pesar del premio Man Booker que recibió. Niveles de Vida es literariamente errónea. ¿Por qué se publica entonces? Volver a la noción de función autor puede ayudarnos. Por otra parte, quizás haya en este nuevo espacio de su vida como escritor consagrado algo más para decir, sin fantasmas en la máquina. Esperaremos.//∆z