La primera fecha del Festipulenta 14° hipnotizó con Atrás Hay Truenos, Eté & Los Problems, Valle de Muñecas y Go-Neko!

Por Joel Vargas

Fotos de Matt Knoblauch

 

El Festipulenta lo hizo de vuelta.  Es un ritual clave de la escena rockera independiente por su mística, espíritu, agite y sudor. Siempre se dan encuentros fortuitos y nacen amistades pogueras. A pesar de que existen diferentes eventos vernáculos, el festi es único.

La primera fecha de la edición 14° fue intensa. El nivel de adrenalina creció poco a poco. Los encargados de abrir la noche fueron Atrás Hay Truenos, los oriundos de Neuquén demostraron porque son una de las nuevas joyitas del sello platense Laptra. Si escuchas su álbum debut vas a notar que las voces que aparecen en algunos tracks son como un instrumento más, están al servicio de la canción. El viernes hubo eso, pero también mostraron material nuevo, donde las voces toman mayor protagonismo y se ponen al frente de las composiciones. En el horizonte de los neuquinos se vislumbra un interesante segundo LP. El final de su set, fue enérgico. Saltitos y distorsión, buena fórmula.

Luego le toco el turno a Eté & Los Problems. Ahí estaba sobre el escenario el Johny Cash mutante y charrúa: Ernesto Tabárez, alias Eté, dueño de una verborragia musical y picante. Los Problems, su backing band, va construyendo el universo distorsionado mientras Eté se despacha con dardos vocales y golpes acústicos. Su show sorprendió a muchos, quizás por culpa de la épica western de sus canciones y por la crudeza de la interpretación. Vil, su segundo LP, condensa todo el imaginario de Eté, “No sé lo que paso”, “Vil” y “El Futuro” fueron las más pogueados de la noche.

Después llegó Valle de Muñecas, los primeros acordes de “Ni un diluvio más” mostraron el pulso de lo vendría. Manza, es uno de los más importantes hacedores de hits de la escena independiente. Cuenta con un cancionero ecléctico: mucho nervio punk, fogones melancólicos y una rabia quieta. La autopista corre del océano hasta el amanecer (2011), es la prueba viviente. Aunque ese nervio punk crece en vivo, se ramifica por los dedos de Manza y por todo el cuerpo de Lulo Esaín. “Algo muere y algo vuelve a comenzar (…) Hay apenas aire en esta habitación” dice “Cuentos para no dormir jamás”, una muy buena síntesis de lo que es un show de Valle. Esa rabia quieta de la que hablaba antes va mutando en vivo, nace y muere en cada canción. Se respira pogo. Eso fue lo que pasó en el Zaguán, el pogo le ganó al aire. En “Regresar” todos saltaron al ritmo de la bata de Lulo y gritaron “a través de la noche viajar con los ojos gastados de andar”. El fogón llegó con el clásico de Menos que Cero: “Kodak 1974”, un gran regalo.  El final fue una seguidilla terrible: “La soledad no es una herida más”, “Gotas en el frente” y “Días de Suerte”, una tras de otra. Todos terminaron con el cuerpo gastado.

Lo que vino después fue una guerra invisible entre los sonidos y Go-Neko! Un dúo de marcianos armados los vigilaba arriba del escenario mientras ellos se despachaban con un Kraut Rock bien duro. Tom Quintans, demostró porque es el mejor baterista de la escena independiente. Cuando toca se convierte en un megazord o, si prefieren, un mecha de Robotech o un pulpo histriónico. Sus manos se multiplican, manejan tiempos y matices de manera sabia como el Profesor Xavier de los X-Men. Las construcciones sonoras de los Neko es una de las mejores experiencias para ver hoy en día. El sonido Neko! viaja por el aire y se mete en el cuerpo. En cada persona causa diferentes síntomas: quietud, frenesí, y locura son algunos ejemplos. La noche terminó en un trance sonoro y con un fade-out infinito para no dormir jamás.