Fuimos a ver el estreno de la película de Led Zeppelin, Celebration Day, en los cines porteños y nos pasaron todas estas cosas increíbles. Si no la viste, acá te contamos un poco de lo que te perdiste, antes de que corras a buscar un link para bajarla.
Por Seba Rodríguez Mora
Al muchacho este lo había visto en la puerta del cine, Av. La Plata en la frontera de Caballito y Almagro, diez menos algo de la noche, en modo pre-rock: tomando algo en la vereda, ansioso. Él iba a ver a Zeppelin con su remera de Zeppelin noventosa, iba al concierto que había esperado toda su vida. Calculo que hasta se habría atado bien las zapatillas por las dudas, en el caso imposible de que hubiera pogo adentro de la sala, que en minutos más abriría sus puertas a la primera tanda de espectadores del estreno de Celebration Day, el registro en vivo y a puro HD de la reunión de Jimmy Page, Robert Plant, John Paul Jones y Jason Bonham –hijo del legendario y fallecido Bonzo– el 10 de diciembre de 2007 en el O2 Arena de Londres.
Todo tiene un principio. Y “Good Times Bad Times” es exactamente eso en la biografía de esta banda: el primer tema del primer disco, ése que tiene el Hindenburg ardiendo en su tapa y que voló millones de cabezas en el candente año 1969. Apenas antes, en cuanto aparecen los nombres de los protagonistas en la pantalla, se rompe la ley del silencio que el cine nos impuso en algún momento y siempre respetamos. Aplausos, arengas de aliento, inquietud generalizada. Una muchachita de no más de 16 años, rodeada de mamá, papá y hermanito, no para de gritar: “¡pongan fuerte el volumen, en la avant premiere no se escuchaba un carajo!”. Papá, lejos de calmarla, grita lo mismo. Los primeros acordes caen como yunques, se enciende el escenario siguiéndolos, y el estadio y la sala en la que estoy explotan por igual.
Es inevitable pensar que estamos sentados viendo un show de hace cinco años atrás y a miles de kilómetros de donde ocurrió, pero ahí gravita el acierto de David Carruthers, director de esta superproducción (que ya trabajó con Oasis, entre otros): los planos nunca se quedan quietos, llenando de intensidad y dinamismo la pantalla. Hay un logrado vínculo con The Song Remains The Same, la película de culto que los rockeros de los ‘80 corrían a ver todos los sábados en calle Lavalle. Planos que se ralentizan hasta congelarse, primeros planos de chicas en el público a pleno éxtasis o llanto. Aunque generoso con todos, el film se queda mayoritariamente con el dúo dinámico de Plant & Page, esta viejísima sociedad del rock inglés a la que le sobran arrugas, canas y botellitas de agua para paliar el esfuerzo. Porque Robert, ícono sexual si los hubo en los setentas, luce como un león cansado y parece vacilar un poco, casi tímido de comprometerse con su rol físico en el escenario. Sin embargo, y es otro punto a favor del excelente montaje realizado, es posible captar su fantástico despegue escénico a lo largo del show, y el sonido 5.1 capta a la perfección cómo la memoria de esa garganta va volviendo a acercarse al registro –aunque ya inalcanzable- que lo hizo brillar. El concierto no da respiro a los fanáticos, son uno tras otro los flechazos al núcleo duro de la discografía de Zeppelin, haciendo que las emociones se tensen y vibren como las cuerdas de todas las Gibson fabricadas especialmente para la ocasión que Page hace desfilar, transpirándose todo, perdiendo sucesivamente saco y chaleco para dar una demostración increíble de que todo aquello que alguna vez llenó estadios y cuentas bancarias sigue en su lugar, listo para la acción.
John Paul Jones, tal vez el más activo al día de hoy en el mundo de la música, se luce con los teclados en buena parte la velada, particularmente en “Since I’ve Been Living You” (demoledora, perezosa, mortal versión) y “Trampled Under Foot” (para alegría desbordante de quien escribe). Bonham hijo muestra sus credenciales de baterista eximio, pudiendo repetir a voluntad cada beat de su fallecido padre e incluso agregarle swing a la ejecución, aquello que Bonzo parecía jactarse de no poseer. Si bien esa batería no sufrió tanto como las que castigaba magistralmente John, el hechizo estaba hecho para los 18.000 fanáticos que literalmente lucharon por conseguir una entrada para esa noche irrepetible, ya que la banda había anunciado que no saldría de gira nuevamente –tiempo después supimos que esa negativa provino en especial de Robert Plant, quien para Rolling Stone declaró estar más cerca de que lo ayudaran a cruzar la calle que de cualquier otra cosa.
Un último vínculo con The Song Remains The Same: Jimmy Page con el arco de violín y su Les Paul en “Dazed and Confused”, una sobria “Stairway to Heaven” con la guitarra de doble mástil. Se va acercando el final quizás previsible (“Whole Lotta Love” y “Rock and Roll” como bises) y durante toda la película nuestro amigo fanático no paró de agitarla en su butaca, al punto de que en un acto de civilidad prefirió ir a saltar y tocar guitarras invisibles arriba de todo al lado de un cincuentón que, reflejo del tiempo, tampoco pudo aguantar la pasión y vio toda la segunda mitad parado, fumando un cigarrillo tras otro como plateísta futbolero. Se cierra el show con el saludo final de la banda, las sonrisas que no entran en la cara de los protagonistas y las lágrimas de Jason Bonham. Acabamos de ver un pedazo de historia y salimos todos satisfechos, aunque también expectantes a saber cuánto nos va a doler la edición en DVD o BlueRay que sale en los próximos días. Tal vez no sea lo mismo en casa, pero tampoco era lo mismo que estar esa noche del 2007, y sin embargo nos vamos con la sensación de que al menos podemos entender qué es lo que les pasó a los privilegiados. La diferencia (creámonos que es la única, no nos queda otra) tal vez esté en que no podremos pelear a muerte por una púa o un stick que nos tiren a los del campo.
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