Neil Young: caminá como un gigante

En el cumpleaños número 76 del canadiense, una selección caprichosa de 20 grandes discos para recorrer toda su trayectoria.

Por Matías Roveta y Gabriel Reymann

Buffalo Springfield Again (1967) 

La primera entrada de valor de Neil Young en los registros de la música popular pertenece al grupo californiano Buffalo Springfield, en el cual el canadiense compartía créditos compositivos con Stephen Stills y en el que también asomaba como tercera fuerza compositiva Richie Furay (futuro integrante de Poco). El ADN de todos los músicos acreditaba las influencias (country, folk, soul, rhythm and blues) y espíritu (psicodelia, arreglos expansivos) típicos de la época. Si bien el uso de ese bagaje más tradicional estaba muy aceitado y la vara compositiva estaba pareja, es en los pasajes más exploratorios donde la banda cobra más vuelo y dos de ellos pertenecen a Neil Young: “Broken Arrow” y la flotante “Expecting to Fly”./Gabriel Reymann

 

Everbody Knows This Is Nowhere (1969)

Neil Young había editado a principios de 1969 su debut solista de título homónimo, pero Everbody Knows This Is Nowhere (1969) terminó siendo el primer gran momento de su carrera. El aura a clásico se pone de manifiesto apenas corren unos segundos del álbum con la apertura de “Cinnamon Girl” y su riff pesado y armonizado entre las guitarras de Young y Danny Whitten, ambas con afinaciones graves. En esa canción, Young canta sobre encontrar a su “chica de canela” y además sobre saxofones plateados y bajos tocados con arco. Pero lo que sigue no es una obra festiva ni surrealista sino, más bien, sombría y, por momentos, triste. El country rock que da nombre a la placa versa sobre el cansancio de la rutina. “Round & Round” es una muestra del costado delicado de Young en plan acústico y su letra se trata sobre lo que cuesta dejar atrás un dolor profundo. En “The Losing End” el narrador es abandonado por su pareja y en “Running Dry” el cantante habla sobre el remordimiento de haber lastimado a alguien, mientras las guitarras con delay y el violín de Bobby Notkoff cargan la atmósfera musical de oscuridad y misterio. 

Pero Everbody Knows This Is Nowhere es también la primera grabación de Neil Young junto a Crazy Horse y, además, un temprano testimonio sonoro de estos maestros del clima instrumental y la zapada controlada. Mientras la banda le da sostén y estructura para que él pueda volar con su Old Black (su mítica Gibson Les Paul negra), Young descarga toda la potencia volcánica de su guitarra en “Cowgirl in the Sand”, mientras que en “Down by the River” apela al minimalismo y va construyendo con paciencia un solo con pocas notas en staccato que desemboca en un punteo de inspiración blusera y termina con ráfagas de distorsión. Un verdadero manual sobre cómo emocionar con pocos recursos y sostener el sentimiento de forma progresiva.  / Matías Roveta

Déjà Vu (1970)

Como bien dice un himno de la historia del rock, “juntémonos antes que nos pongamos demasiados viejos”. La tendencia a fines de los ‘60 de formar supergrupos dentro de la cultura rock parecía honrar ese precepto y así Young se sumó a David Crosby (ex The Byrds), Graham Nash (ex The Hollies) y Stephen Stills (su excompañero en Buffalo Springfield), quienes ya habían editado un disco debut de folk rock sumamente exitoso, para elevar aún más la vara del suceso con la edición de Déjà Vu (1970). En el formato de colaboraciones individuales arregladas colectivamente, Young se amolda perfectamente tanto con sus composiciones, su idiosincrática guitarra (estocadas que levantan mucho las canciones sin interferir con la onda muy hippie y chill del combo) y por supuesto con su voz acoplada al elemento por excelencia de CSNY: las exquisitas armonías vocales. Aquí hace su debut “Helpless”, clásico del canadiense luego versionado por Nick Cave./ Gabriel Reymann

After the Gold Rush (1970) 

El segundo disco propiamente solista de Young tras el debut estampida con Crazy Horse de Everybody… va en una dirección totalmente opuesta a su antecesor. Si bien Danny Whitten, Billy Talbot y Ralph Molina vuelven a decir presente (aparte de Jack Nitzsche, Stephen Stills y más) el acercamiento es más bien de banda acústica o muy medida en la distorsión, ya sea con guitarras country (“Tell Me Why”, uno de los mejores comienzos de disco que pueda haber) o baladas de piano (el tema homónimo, gema total luego versionada por Patti Smith). La pátina de delicadeza, las armonías vocales y los aciertos en el aspecto compositivo/melódico vuelven al registro uno de los dos o tres puntos de entrada ideales para la discografía de Neil Young y lo convierten casi en un greatest hits. / Gabriel Reymann

Harvest (1972)

Y siguiendo la línea de los puntos de entrada, Harvest (1972) tiene un poco de todo. Nuevamente muchos invitados (Linda Ronstadt, James Taylor, los propios CS&N, la London Symphony Orchestra), una nueva banda de acompañamiento (los Stray Gators) y un recorrido lo suficientemente amplio como para justificar ese esfuerzo: country rock pachorro (“Out on the Weekend”), excursiones con ropaje sinfónico (“A Man Needs a Maid”, “There’s a World”), rock más hierático y tenso (“Words…”, “Alabama”) y un conmovedor acústico dedicado al recién fallecido Danny Whitten, “The Needle and the Damage Done”. Hay una suerte de hilo común que cruza a “Heart of Gold”, al tema que da nombre al disco y a “A Man Needs…”: la reflexión sobre el paso del tiempo, la necesidad de afecto y el encuentro de un lugar en el mundo. No es poco para un joven de 27 años, que de paso alumbra uno de los mejores discos de rock no solo de los ‘70 sino de toda su historia. / Gabriel Reymann

On The Beach (1974)

A comienzos de los ‘70, Neil Young despachaba un discazo atrás de otro con una naturalidad apabullante. Después de Harvest (1972) y antes de Tonight’s The Night (1975), On The Beach (1974) parece funcionar como un puente entre ambos, pero sobre todo brilla por derecho propio como una piedra preciosa. Hay mucho blues en los títulos y en el sonido: “Walk On” es un blues rock con guitarra slide y mensajes sobre desechar críticas y seguir adelante, “Revolution Blues” tiene punteos de guitarras lacerantes y podría estar firmada por los Crazy Horse y “Vampire Blues” es un slow blues con grandes solos de Neil y colchones de hammond que ataca a los empresarios en tiempos de la crisis del petróleo de 1973 (“Soy un vampiro chupando la sangre de la tierra”, dispara la letra). También hay pinceladas de country rock (la balada con steel guitar y piano eléctrico “See The Sky About To Rain” suma melancolía y “For The Turnstiles” mezcla los dobros y banjos de Harvest con las voces crudas y el clima general de primera toma de de Tonight’s…) y, como suele suceder con varios discos de Neil Young, lo mejor llega con el cierre: sobre guitarras acústicas y un violín serruchando el aire, el canadiense lanza en “Ambulance Blues” una declaración de principios que lo define como artista cuando dice que “es fácil ser enterrado en el pasado cuando intentás hacer algo bueno al final”. / Matías Roveta

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Tonight’s The Night (1975) 

Es casi un cliché de la crítica de rock poner a Tonight’s The Night (1975) como un ejemplo de disco descarnado de los ‘70, junto a Rock Bottom (1974) de Robert Wyatt o Third (1978) de Big Star, pero a veces los lugares comunes pueden esconder un poquito de verdad. El álbum se grabó en 1973 (pero se editó un par de años después) tras las pérdidas por sobredosis del guitarrista Danny Whitten (a quien se lo oye cantar en “Come On Baby Let’s Go Downtown”, que se escapa un poco de la tónica apagada del registro) y del roadie Bruce Berry. Así salió este disco extraño, rockero (pero no estridente ni ruidoso a la manera de Crazy Horse), algo así como unos Stones de Exile On Main St. (1972) pero (aún más) deshilachados y con un aire claramente más lúgubre que fiestero. El elemento central del disco es el registro vocal de Young, algo más crudo y desgarrado: esa salva inicial del tema homónimo ya fija las pautas de lo que está por seguir y casi que pide no entrar tan dócilmente en esa noche quieta./ Gabriel Reymann

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Zuma (1975) 

En 1975 Neil Young salió de vuelta al ruedo con Crazy Horse, que se habían reformulado con la inclusión de Frank Sampedro en guitarra (permanecería en la formación hasta 2018). El disco que dedica su título a una playa de Los Ángeles no introduce demasiadas variantes en el frente musical y hasta puede que sea un poquito desparejo, pero le alcanza para meterse entre los favoritos de la discografía a base de zapadas extendidas (una marca registrada del grupo, que brilla en “Danger Bird” o en la, a partir de allí, obligatoria en vivo “Cortez the Killer”) y temas potentes y más concisos como “Drive Back” o “Barstool Blues”. Es un buen álbum para detenerse especialmente en el aspecto lírico, donde sobrevuela el tema de las separaciones amorosas, pero desde una óptica de rebosante honestidad brutal: para recordar, por ejemplo, ahí están los versos del paradójicamente alegre country “Lookin’ For a Love” (“Buscando un amor que esté bien para mí / No sé cuánto va a durar / Pero espero tratarla bien y no joder con su mente cuando ella empiece a ver mi lado oscuro”)./ Gabriel Reymann

Rust Never Sleeps (1979)

Un lado acústico y otro eléctrico, grabaciones en vivo y registros directos en el estudio para el disco que trae (en ambas modalidades) “Hey Hey, My My”: el himno del rock and roll que menta a Elvis y Johnny Rotten en su letra, que citó Kurt Cobain en su carta de suicidio y que versionaron Oasis y La Renga. Más allá de ese clásico inoxidable, hay bastante material de calidad, como “Pocahontas” en el lado acústico y la invencible “Powderfinger” en el lado eléctrico. De cualquier modo, siempre es necesario volver a “Hey Hey, My My” para escuchar cómo el sonido está al borde de la materialidad y la distorsión rompiéndose al punto mismo de la abstracción. Este sería el último disco considerado clásico de Young por unos cuantos años. /Gabriel Reymann

Landing on Water (1986)

De todos los ropajes estilísticos que vistió Neil Young en los ‘80 (new wave, synth pop, rockabilly, country o blues con sección de vientos) el exhibido en Landing on Water (1986) es uno de los avatares que mejor calzan con su idiosincrasia. Sí, predominan los sintetizadores, pero también hay lugar para sus guitarrazos en medio de baterías muy, muy grandes -a veces más adelante en la mezcla que la propia voz-. La producción espaciosa y austera y los sintes llevan a pensar en un acercamiento a la estética de Prince: de existir esa supuesta gentileza inicial, podría contarse a “The Cross” de Sign o’ the Times (1987) como otra conjetural devolución de cortesías. Si bien es un álbum más curioso que consistente, no está exento de aciertos, sobre todo en los temas en los que participa un coro de niños como “Touch the Night” y “Violent Side”./ Gabriel Reymann

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Freedom (1989)

En un año en el que la vieja guardia despachó grandes discos (Oh Mercy de Bob Dylan, New York de Lou Reed, Flowers in the Dirt de Paul McCartney), Neil Young cerró una década errática con uno de los mejores trabajos de su carrera. La vieja fórmula de Rust Never Sleeps (1979) volvió a funcionar en Freedom (1989): dos versiones alternativas de una misma canción (en ambos discos un himno inoxidable) para abrir y cerrar la obra y, sobre todo, ofrecer esos dos costados conocidos del canadiense: la delicadeza acústica y la furia distorsionada. “Rockin’ in the Free World”, el tema en cuestión, es una de las grandes composiciones de Neil Young tanto en su faceta en vivo de guitarra acústica y armónica como en la toma de estudio con su riff metálico y dos solos que suenan como avalanchas de ruido valvular. Junto al sonido, lo que la hace enorme es su letra. Podría ser una declaración de principios de Young (la idea de rockear y ser libre), pero también una crítica llena de ironía (en la línea del Dylan de “With God On Our Side”) sobre el modo en cómo Estados Unidos se apropia del concepto de libertad (“Tengo combustible para quemar y caminos para recorrer”, canta mordaz Young) para atacar a otras naciones y además una feroz denuncia sobre la pobreza durante la administración de George H. W. Bush.

Pero el disco tiene otros puntos altísimos y ahí destacan la nocturnidad progresiva de guitarras, saxo y pedal steel con más críticas al neoliberalismo en “Crime in the City”, la balada agria “Don’t Cry” con descargas de solos de guitarras que suenan como edificios derrumbándose, el largo aliento de punteos bluseros en “Eldorado” o el cover abrasivo de “On Broadway”. Freedom dio fin a la década menos inspirada de Neil Young y el renacer creativo continuaría con Ragged Glory (1990) y Harvest Moon (1992). / Matías Roveta

Ragged Glory (1990)

Esta oda al rock crudo, grabada en primera toma con todos los músicos tocando juntos adentro del estudio y con las válvulas calientes de los amplificadores a tope, es el primer paso de Neil Young en los ‘90. El sonido del disco (que pone en primer plano la distorsión de las guitarras) y su título (algo así como gloria andrajosa) parecen un temprano manual de estilo para el grunge, que explotaría al año siguiente. Una de las bandas que recogió esta influencia fue justamente Pearl Jam, que a partir de acá tocaría en sus shows “Fuckin Up” y grabaría más adelante junto a Neil en el disco Mirror Ball (1995).  

Ragged Glory forma parte de la saga de discos que el canadiense grabó junto a Crazy Horse y está a la altura de clásicos como Everbody Knows This Is Nowhere (1969), Zuma (1975) o Rust Never Sleeps (1979). Con ese poder de fuego característico y el oficio intacto, la banda se mueve con soltura entre el country rock (“Country Home”), el garage (“Farmer John”) o el hard rock (“Mansion on the Hill”) y Neil Young se balancea entre la furia (“Love to Burn”) y los ideales hippies (la mencionada “Mansion on the Hill”), al tiempo que recurre a una de sus grandes obsesiones: la defensa del medio ambiente en el himno que cierra el álbum, “Mother Earth (Natural Anthem)”. Pero lo mejor de la obra son esos largos solos de guitarra de Neil Young, que hilvana melodías de largo aliento que generan un extraño viaje de psicodelia ruidosa (la citada “Love to Burn” y, sobre todo, “Love and Only Love”). Como complemento ideal del disco y para comprobar una vez más la potencia de Neil Young junto a Crazy Horse, es necesario escuchar la presentación en vivo de Ragged Glory registrada en el doble Weld (1991)./ Matías Roveta

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Harvest Moon (1992) 

¿Las segundas partes nunca son buenas? Neil Young es capaz de refutar esa idea: veinte años después de Harvest, uno de los grandes pilares de su enorme discografía, el canadiense editó un álbum que trae a la memoria ese clásico de 1972 y está sin dudas a la misma altura. Harvest Moon (1992) es igual de cálido y entrañable, y también está dominado por la guitarra acústica y la armónica de Neil, que conviven con arreglos de piano, pedal steel, banjo y dobro a cargo de los Stray Gators (los mismos sesionistas de Harvest). Pero también es un disco hecho con la experiencia del presente y por eso parte de su encanto tiene que ver con el largo camino recorrido y el paso del tiempo, palpable en las letras escritas por un artista que mira el pasado en perspectiva: la mujer que busca nuevas oportunidades a pesar de los golpes de la vida en “Unknown Legend”, el recuerdo de un viejo amor que sigue generando descargas en “Harvest Moon” o el homenaje en forma de carta a los amigos de décadas pasadas en “One Of These Days”. 

Siempre zigzagueante, Neil Young pega acá otro memorable volantazo estilístico sin perder ni un gramo de genialidad. Después de las descargas de distorsión de Ragged Glory (1990), Harvest Moon tiene el sonido de una mañana de playa después de una violenta sudestada: en un sentido más amplio, puede leerse y escucharse como el testimonio de un músico que baja un par de cambios para hablar de su carrera e influencias (“Desde Hank a Hendrix, caminé estas calles con vos / Acá estoy con mi vieja guitarra, haciendo lo que hago”, canta Neil en el folk rutero “From Hank To Hendrix”). La canción que da título a la obra tiene una belleza celestial en esos sutiles rasgueos de guitarra y es un clásico absoluto de su catálogo, pero la gran perla del álbum llega sobre el final: los más de diez minutos que se cocinan a fuego lento y emoción contenida con hermosos arreglos de vibráfono en “Natural Beauty”, grabada en vivo en un show en Portland y luego retocada en estudio. Alguna vez Keith Richards dijo que un gran guitarrista debe demostrar su valía con una guitarra acústica y en este disco Neil Young parece darle la razón. /Matías Roveta

Mirror Ball», la maravilla que juntó a Neil Young con Pearl Jam. – Cultura para mentes inquietas…

Mirror Ball (1995) 

El disco de Neil Young con Pearl Jam como banda de apoyo es algo así como la cima simbólica de su reposicionamiento-reivindicación que ya estaba de manifiesto desde fines de los ‘80: el álbum tributo The Bridge (1989) -con nombres tan disimiles dentro de la plana mayor del rock alternativo de esos años como Nick Cave, Pixies, Psychic TV, Flaming Lips o Dinosaur Jr.- o la gira junto a Sonic Youth en la época de Weld (1991), son apenas un par de indicadores de ese recambio generacional de público. Mirror Ball (1995) es un claro ejemplo de disco de estudio con sentimiento de vivo o de grabación de primera toma: canciones largas (sacando temas de intervalo, la más corta dura cuatro minutos) y repetitivas que afortunadamente tienen más de plan mántrico o trance que falta de ideas. La banda de Seattle acompaña con notable aplomo en una performance más que a la altura de las circunstancias, especialmente con un buen sonido e interpretación de Jack Irons, quizá el baterista con más swing de todos los que hayan pasado por Pearl Jam. /Gabriel Reymann

Neil Young - Dead Man | Ediciones, críticas, créditos | Discogs

Dead Man (1996) 

En 1995 el director Jim Jarmusch le encargó a Neil Young la realización de la banda sonora de su western psicodélico Dead Man. El disco que resultó de ese pedido se concentra mayormente en paisajes sonoros de guitarra eléctrica (austeros y áridos como las locaciones del film), que se alternan con pianos, órganos de fuelle, diálogos de la película e inclusive algo de poesía recitada por el actor principal, Johnny Depp. La música ensalza mucho con el mood de la película, pero el soundtrack como álbum se vale bastante por sí solo para su escucha: es casi como un puente entre Link Wray y las exploraciones con drone de Earth, en una probable tradición de americana tan espaciosa como ruidosa. / Gabriel Reymann

Prairie Wind - Wikipedia

Prairie Wind (2005)  

Tras dos golpes muy fuertes (un aneurisma y el fallecimiento de su padre), el canadiense editó un disco solista de country/folk muy relajado y prácticamente carente de estridencias. Nada demasiado nuevo ni para él ni para el mundo, pero con una puntería compositiva promedio bastante acertada y un plantel de colaboradores muy nutrido (Emmylou Harris canta en tres canciones) que dieron por resultado una paleta tímbrica muy rica de dobro, cuerdas, coros y vientos con aires de soul. La muy apropiadamente llamada “It’s a Dream” hace un exquisito uso de las cuerdas, siendo el punto más alto de un disco introspectivo, pero no necesariamente triste. /Gabriel Reymann

Neil Young Living With War Cd Nuevo Original En Stock | Mercado Libre

Living with War (2006) 

La historia puede no repetirse, pero los bordes a veces se superponen: de “Rockin’ in the Free World”, que criticaba a George H. W. Bush, a este disco que critica a la administración de George Bush Jr y sus desmanes puertas afuera (Irak, Washington) y adentro (el desastre en NOLA con Katrina). El cantautor mismo le adjudicó la génesis de este álbum al impacto sufrido al ver la tapa de un diario con fotografías de la guerra en Irak; de inmediato, compuso los temas (acompañado por la base rítmica de Freedom, para respetar las simetrías) y lanzó la obra en pocos días. La formación de power trío urgente se vio altamente enriquecida por los arreglos de trompeta y coros, que aportan belleza, lirismo y cierta sensación de comunidad para redondear un disco sofisticado en su forma y fiero en su contenido./ Gabriel Reymann

  Live At Massey Hall 1971 (Remastered) | HIGHRESAUDIO

Live at Massey Hall 1971 (2007) 

Ese canon estético tan de siglo XX que es el registro discográfico en vivo como sinónimo de una cima artística y del artista mismo dejando la sangre en la arena, encuentra a un representante notorio en el segundo volumen de la serie Archives que Neil Young lanzó a mediados de la década de 2000. La lista de temas de Live at Massey Hall 1971 (2007) recorre canciones ya por entonces clásicas junto a Crazy Horse, futuros himnos –del por entonces incipiente Harvest y otros álbumes de los ’70- y material de CSNY, con Young solo acompañado por su guitarra acústica y alternando con el piano. La andanada inicial de tres canciones (“On the Way Home”, “Tell Me Why” y “Old Man”) muestra todo lo trémula y poderosa al mismo tiempo que puede ser la voz del canadiense: los resultados pueden gustar o no, pero no se puede dudar de la entrega y el compromiso. / Gabriel Reymann

Le Noise (2010)

En 2010 Neil Young convocó a Daniel Lanois, el productor estrella detrás del genial Time Out Of Mind (1997) de Bob Dylan, un álbum de rock pantanoso, mucha atmósfera y con un trabajo soberbio que en la mezcla poblaba el espectro sonoro con diversos instrumentos sonando en distintos planos. Le Noise (2010) no presenta esa riqueza de matices, pero lo que sí tiene es toneladas de clima, una de las grandes especialidades de Lanois: el productor y el ingeniero Mark Howard procesaron la voz y las guitarras de Neil con distintos efectos de delay y distorsión para crear un mar espeso de fuzz y eco que genera un efecto hipnótico y hace temblar paredes. “Era casi material de terremoto”, explicó Howard en una entrevista con la revista Sound On Sound en 2011.  

Le Noise es uno de los discos más solitarios e íntimos del canadiense, quien encaró la grabación sin banda de acompañamiento y apenas armado con su canto y sus violas. Como buscando una salida ante tanta soledad, las letras de algunas canciones parecen versar sobre el deseo de compañía: los lazos con un amor (podría ser también el público) atraviesan a la idea principal de “Walk With Me”, una canción que se desvanece en una coda con oleadas de feedback; “Sign of Love”, por su parte, tiene un riff pesadísimo y la voz de Neil suena como sacudida por el viento cuando dice “mientras estamos simplemente caminando y sosteniéndonos las manos”; y, a bordo del boggie blusero de “Someone’s Gonna Rescue You”, el cantante dice “alguien te va a rescatar antes de que caigas”.

En otros momentos, Neil Young se pone más serio (por ejemplo, cuando aborda la complejidad del mundo moderno con una luz de esperanza y sobre una base de guitarras saturadas con distorsión en “Angry World”) o autorreferencial (la historia de viajes, rutas, excesos, amistades y amores en “Hitchhiker” y su pulso de guitarras ondulantes). Pero paradójicamente dos de los mejores momentos llegan cuando Neil apaga el amplificador y se cuelga la guitarra acústica: el tono sombrío y antibélico de “Love and War” y la epopeya folk de “Peaceful Valley Boulevard”, que narra episodios de violencia e injusticia a lo largo de la historia norteamericana. Ir de un extremo al otro y a veces dentro de un mismo disco: una de las cualidades que hace irresistible a este artista.  / Matías Roveta

  Tribeca Sessions: VOLUME ONE 277: PSYCHEDELIC PILL (NEIL YOUNG & CRAZY HORSE)

Psychedelic Pill (2012)  

Casi diez años después de Greendale (2003), Neil Young regresó al estudio con los Crazy Horse y por duplicado: Americana (2012) y Psychedelic Pill (2012), que ya de por sí es un disco doble. El concepto no es muy complejo: Psychedelic Pill resume las exploraciones eléctricas típicas de Young con Crazy Horse en temas particularmente extensos (abre con “Driftin’ Back”, que supera los 27 minutos) que nunca pierden –más allá de la duración- gancho o simpleza/efectividad melódica. Dentro de la vibra rockera y relajada con aires de mantra que tiene el álbum, destacan los 16 minutos de “Walk Like a Giant”, en los cuales Neil Young se anima a abstracciones de feedback y mares de algodón (y espinas) cercanas en espíritu a Sonny Sharrock o los vivos de Hendrix. / Gabriel Reymann