En El Pintor, quinto álbum de Interpol, el ahora trío neoyorkino regresa a algo mucho más importante que a un sonido del pasado: a las verdaderas ganas de hacer un disco con el nudo de las corbatas flojo (al menos en el estudio).

Por Matt Knoblauch

El Pintor no pudo haber llegado más inesperadamente a tiempo. Es ese disco que Interpol no tenía necesidad alguna de hacer pero que se agradece calurosamente que lo hayan grabado. Con su insípido álbum anterior ya habían cumplido –de manera bastante forzada- con ese reclamo ridículo que hicieron sus seguidores durante años para que la banda retomara el sonido de Turn On The Bright Lights (2002), luego del lanzamiento de su elaborado y bien intencionado -pero tan duramente criticado- Our Love To Admire (2007). Y si bien nunca se anunció una separación formal de la banda, con el bajista Carlos Dengler afuera de la misma, con el baterista Sam Fogarino adentro de la Empty Mansions, con el guitarrista Daniel Kessler como restauranteur de un establecimiento de comida marina y con el cantante y guitarrista Paul Banks sumergido en su carrera solista e incursionando en la pintura, no había indicio claro alguno de que Interpol volviera a los estudios.

El título de la nueva placa puede que tenga que ver con el mencionado hobby aledaño a la música de Paul, aunque también es un anagrama de Interpol, lo que explicaría muchas cosas, entre ellas principalmente la reagrupación de los muchachos como trío. Fogarino reconoció varias veces la importancia del gran aporte de Dengler al sonido de la banda, lamentándose por su partida. Y aunque Banks suplió satisfactoriamente su lugar en el bajo, todos los miembros tuvieron que esforzarse un tercio extra para conseguir el resultado logrado: un disco que, más allá de un sonido en particular, le devuelve el alma al cuerpo de Interpol.

Si bien la pólvora parece quemarse demasiado rápido de entrada con el contundente corte de difusión “All The Rage Back Home”, su canción con más chispa desde The Heinrich Maneuver”, los muchachos supieron manejar racionar eficientemente al negro invento chino para que, a pesar de que esta sea su combustión discográfica más rápida de la historia, sobre un poco de oxígeno para acercarse nuevamente a cierta experimentación pero sin chamuscarse. Esto queda reflejado tanto en “Same Town, New Story”, donde Banks contrapone su fascinación por el hip hop abstracto -que resulta más familiar en sus trabajos solistas- con un repetitivo arpegio de la guitarra de Kessler, en el que se pasa de década emulada del post-punk tanto como en el final abierto y de brazos en alto que supone “Twice As Hard”, en el que las orquestaciones con cuerdas y piano dejan entrever que los neoyorkinos tomaron su segundo aire y hasta con un miembro menos aún tienen el potencial de entregar bastante más.

A lo largo del resto de la mecha los fogonazos se van sucediendo parejo y sin que nunca eche humo, aunque es cierto que “Anywhere”, Everything Is Wrong” y Ancient Ways”, curadas con una lógica parecida a la de su segundo disco Antics -en el que se da una especie de sucesión de lados A y B- echan llamaradas más largas que queman esa rebaba un tanto molesta que puede suponer los falsetes que Banks lanza en ciertos momentos que le quitan aspereza a su tan característica voz y que suponen el único aspecto negativo de un disco que tranquilamente escala a un dignísimo tercer puesto en cuanto a calidad entre los trabajos de estos sujetos que vuelven a estar trajeados a medida.//z

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