El sábado se cumplieron cuarenta años del estreno de Tiburón, la película que redefinió el cine de entretenimiento. Una producción plagada de problemas, con un presupuesto que aumentaba día a día, un monstruo mecánico reacio a colaborar y un jovencísimo Steven Spielberg que pensó que después de esta, jamás trabajaría de nuevo. Todo desembocó en el primer éxito de taquilla de la industria del cine moderno.
Por Ale Turdó
[Vale aclarar de antemano que soy la persona más parcial del mundo al momento de hablar de Tiburón. Cuando la vi por primera tenía unos cuatro años y el VHS en la que estaba grabada se gastó de la cantidad de veces que volví a verla. Es la película que encendió en mi corazón -por entonces infante- la pasión por el cine. Habiendo aclarado esto, podemos proseguir.]
En mayo del año 1974 en Martha’s Vineyard -una pequeña isla del estado norteamericano de Massachussets- comenzó el rodaje de lo que para Hollywood no era más que otra película de monstruos clase B. Estaba basada en el best-seller del mismo año, sobre un tiburón enorme que azotaba una de las playas más concurridas alimentádose de los desprevenidos turistas. El presupuesto y los días de rodaje se triplicaron, el clima no colaboraba, el monstruo mecánico se convirtió en un yunque que literalmente se hundía toma tras toma, Universal Studios amenazaba con bajar la palanca constantemente. Todo y todos estaban en contra de esta producción fallida.
Para hablar de los míticos problemas durante el rodaje sería necesario escribir un artículo aparte, así que elijo caprichosamente hacer una elipsis y adelanto hasta el 20 de junio de 1975, día en que se estrena comercialmente Tiburón (Jaws). El film se convirtió en el primero en romper la marca de los 100 millones de dólares en la taquilla. ¿Cómo sucedió? ¿Qué pasó? ¿De qué forma el proyecto que se había convertido en un lastre para Universal pasó a ser un fenómeno de masas?
La historia de Tiburón esta llena de cuestiones de azar, desde un director de arte cuyo tren queda varado en Martha’s Vineyard a causa de una nevada y como consecuencia la elige como locación, hasta un monstruo mecánico que no colaboraba en momentos clave y ayuda sin querer a Spielberg a crear algunos de los momentos más icónicos del film, así como dar a los guionistas y actores tiempos muertos en los cuales aceitar el guión y reescribir parlamentos que hoy los más fánaticos recitan palabra por palabra.
Tiburón se convirtió en el prototipo del blockbuster moderno porque rompió con muchas reglas de la industria: se armó un estreno masivo en una cantidad enorme de salas como nunca antes, se priorizó la promoción del film en todos los medios de comunicación posibles (televisión, radio y medios gráficos), se entendió el valor del merchandising al asociar un producto con un film y se programó su lanzamiento en pleno verano norteamericano, algo completamente inédito en ese momento. Cuando decimos que Tiburón es una producción que redefinió la industria del cine, es justamente porque se animó a hacer todo esas acciones que hoy son de práctica totalmente estándar.
Desde el punto de vista comercial todas estas cuestiones explican a grandes rasgos las razones del éxito. Pero si hablamos de la película en sí, ¿De qué habla Tiburón? ¿Dónde está eso que la hace una película tan icónica? ¿Qué la diferencia de otras películas de monstruos como King Kong, Frankenstein o Godzilla?
En un primer y muy elemental nivel podemos decir que trata sobre un tiburón blanco que ataca gente en una playa turística y obliga a las autoridades a tomar cartas en el asunto para detener la amenza. En todos estos años he leído miles de interpretaciónes sobre qué és aquello de lo que realmente habla Tiburón. Para algunos es una analogía sobre la guerra de Vietnam, el Watergate de la administración Nixon, el fin de la era hippie y el sueño americano, en fin… hay tantas hipótesis como personas dispuestas a sentarse a escribirlas.
Pero la mayoría solemos concordar en que aquello que hace a Tiburón un film tan único es que habla de un miedo universal: el miedo a lo desconocido, el miedo a lo que escapa a nuestro control, aquello ante lo que somos vulnerables. Ese temor real es mucho más efectivo que cualquier monstruo radioactivo o gorila gigante. El agua es ese medio en el que no somos la especie dominante, somos apenas una más en la cadena alimenticia de una bestia que rige en aquel dominio que no es el nuestro. Ese miedo instintivo es el que la convierte en una pieza clave del cine, por su capacidad de plasmar en el celuloide un temor ancestral con el que todos nos podemos identificar. Y si bien el espectador promedio jamás saldrá de la sala reflexionando sobre su lugar dentro de la cadena alimenticia ni temiendo al Otro cultural, todo esto funciona claramente a nivel subconsciente. Apuesto a que muchos de ustedes habrán escuchado a alguien decir que después de ver Tiburón dejaron pasar un largo tiempo antes de volver a meterse al agua. No hay prueba más evidente que esa en cuanto al efecto sugestivo de la obra.
El póster original de Tiburón es otro gran ejemplo de todas aquellas cuestiones periféricas al film propiamente dicho que potencian su impacto. La imagen de esa bestia a punto de devorar a una desprevenida muchacha es de lo más fálico. La desnudez de la víctima, la diferencia de tamaño, esa masa gigante de dientes afilados saliendo de las profundidades. Miedo y pulsión sexual, dos elementos inherentes de la condición humana. Una imagen copiada, homenajeada y satirizada incontables veces desde lo social, político, económico, etc.
Con el paso del tiempo y luego de una seguidilla de secuelas que progresivamente destruyeron todo lo que la original construyó, el público en general ha olvidado el impacto de una película gracias a la cual tenemos el cine de entretenimiento que tenemos hoy en día. Hubiese sido difícil por no decir imposible para películas como Star Wars, Indiana Jones o Alien haber tenido el éxito que tuvieron si Tiburón no hubiese puesto la piedra fundamental del cine comercial moderno y demostrar al mainstream que las historias de monstruos y aventuras también podían tener profudidad dramática en un envoltorio de entretenimiento.
Que cuarenta años después alguien se meta a una pileta y alguien tararee el “dun dun dun dun” de John Williams habla a las claras de un fenómeno cultural que nos atraviesa sin importar en que lugar del mundo estemos ni cuantos años tengamos.
Si es verdad esa frase según la cual “la vida empieza a los cuarenta”, podemos decir que Tiburón y su legado están más vigentes que nunca. Y este nene de treinta y tres años que la vio por primera vez a los cuatro no tiene más que palabras de agradecimiento para la película que lo hizo amar las películas sin importar que tratasen sobre monstruos espaciales, arqueólogos aventureros, caballeros intergalácticos o bestias de las profundidades.//∆z