El músico español pasó rápidamente por Argentina para promocionar su nuevo trabajo, una obra que reúne las distintas facetas dentro de su personalidad y que lo traerá nuevamente al país en octubre. En diálogo con ArteZeta analizó su etapa actual, el espíritu aguerrido de sus canciones, su fascinación por los personajes complejos y la coyuntura social en la que está inmerso. 

Por Alejo Vivacqua

Fotos por Jesica Giacobbe

Si es cierto que, como escribió un autor francés, el hombre moderno pelea en solitario en un campo de batalla, y solo algunos ganan en todos los terrenos mientras el resto, la mayoría, no logra siquiera dar pelea, entonces viene bien a veces ponerse a pensar en qué lugar está uno parado.

Sobre el sitio, sobre la zona que uno ocupa en el tablero, parece estar interesado desde hace un tiempo Nacho Vegas. Violética (2018),  el séptimo disco largo en su carrera, que vino a presentar en un viaje exprés a Buenos Aires,  funciona como un muestrario de todas las obsesiones que el asturiano viene sacando a la luz en este último tiempo.

En estas dieciocho canciones nuevas hay una parte importante del costado politizado que ha ido revelando en estos últimos discos, algo que siempre estuvo pero que, como sucede con los efectos residuales, salió a flote después de años en los que Vegas fuera acumulándolo debajo de una sábana de intimismo, ironía, y metadona. La urgencia del clima de época tiene suficiente peso para que un artista de su estilo, dueño de un cancionero humanista y personal, se encuentre, a sus cuarenta y tres años, en una etapa empática en la que se lo nota más interesado por lo colectivo y en la que, sobre todo, se muestra más abierto a la prensa y a la difusión de su mensaje. “Es un trabajo que estamos tratando de hacer más, que es estar más tiempo en Latinoamérica —dice sobre esta cuestión.— Violética es un trabajo de autoedición, pero es un trabajo que hacemos con la productora y con otra gente, y para mí eso es importante. Parte de lo que hago tiene también que ver con un compromiso con la labor de mis compañeros y compañeras. No es para mí una obligación, sino una forma de respeto hacia ellos”.

Pero en una escena anterior, al comienzo de esta charla, mientras se termina de acomodar en el sillón de un hotel palermitano y apoya a un costado el morral en el que lleva colgado un pañuelo verde, Nacho Vegas habla del clima.

—Hace mucho frío aquí en Buenos Aires —dice, como si mantuviera una charla en un ascensor, por suerte menos parecida a la de la historia lúgubre que relata en “Nuevos planes, idénticas estrategias”, una de las canciones más solicitadas por su público—. Aunque estoy acostumbrado al frío húmedo de Gijón —sigue—,  venimos de estar en México y el cambio es un poco brusco.

El viaje que emprendió por Latinoamérica para promocionar su nuevo trabajo, que incluyó una firma de discos y algunas canciones de forma acústica en un local de Palermo, empezó en los días previos a uno de los momentos más importantes en la historia reciente mexicana. “Había bastante excitación”, dice cuando se le pregunta por las elecciones que le permitieron a un dirigente de izquierda alcanzar por primera vez la presidencia. “Había ilusión pero también cierto escepticismo. (Andrés Manuel) López Obrador es una figura un poco controvertida. No se sabía muy bien de dónde había salido el dinero para la campaña de Morena, su partido. La gente estaba diciendo ‘Va a ser un cambio pero no sabemos si es el cambio que necesitamos’, pero creo que es positivo para la situación en la que viven, con un ciclo neoliberal tan duro, que les ha llevado a militarizar las calles”.

México es un país con el que Vegas tiene una relación especial. Allí tiene un público fervoroso, muy distinto al de otros lugares que suele recorrer. “2014 fue un año bastante particular para ellos, por los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, y se levantó un movimiento ciudadano con el que colaboré en un acto con familiares y fue una esperanza para un país en el que los movimientos se dejan ganar un poco por el pesimismo y no tienen tanto peso en la política. Esta vez había una candidata que se presentaba de forma independiente, Marichuy, pero su objetivo no era la presidencia. Su objetivo era hacer una gira por todos los Estados de México, una mujer anticapitalista e indígena que no tiene ningún tipo de poder económico y mediático detrás pero que representa una voz  a la que sí se le debe dar un altavoz. Pero fue eclipsada por el resto. López Obrador debería contar con el pueblo de verdad y no apoltronarse y convertirse en un eje más del sistema”.

Al día siguiente de la agenda mediática que tuvo en Buenos Aires, Vegas hizo escala en Santiago de Chile, un lugar que parecía más que adecuado para terminar esta mini gira. Allí cantó algunas canciones en el museo Violeta Parra junto a Isabel y Tita,  hija y nieta de la folclorista chilena,  una de las grandes protagonistas en este nuevo disco del gijonés.

Con la elección del título (Violética, en el que juega a mezclar las esdrújulas que usaba  Parra en sus letras con palabras como violencia, ética, y con el violeta del feminismo y de Podemos, el partido que parecía venir a renovar la izquierda española), Nacho Vegas deja claro su interés por la ambigüedad y su intención de mantener escondidas las cartas para no dejarlas muy a la vista. Algo parecido a lo que hacía el personaje enigmático que Leonard Cohen, uno de sus referentes artísticos, construyó en “The stranger song”.

De Parra, en las muchas notas que dio este mes, dijo que  le interesa sobre todo la simbiosis que logró entre lo personal y lo social. Y el guiño mayor hacia su obra lo tuvo cuando junto a Christina Rosenvinge, con quien volvió a colaborar después de varios años, versionó una de las canciones más jodidas, si se permite la palabra argentinizada, que se compusieron en  esta tierra latinoamericana. “Para mí era un reto hacer esa canción —dice sobre “Maldigo del alto cielo”.— “Es una letra desgarradora. Tenía ganas de llevarla al terreno al que la llevé,  pero no estaba seguro de si iba a estar a la altura. Tenía una maqueta, se la pasé a una amiga muy fan de Violeta Parra y me dio el visto bueno. Es una canción que siempre me llamó la atención por esa letra que tiene”.

Una Parra renegada, que despotrica contra la angosta faja de tierra, la sacristía, las aulas, la bandera y los emblemas, le deja  a Vegas una sensación particular. “Junto a “Gracias a la Vida” son dos caras de la misma moneda, de su pasión por la vida y de maldición por todo el dolor que le ha causado. Pero al final son dos cantos a la vida. Hay dos versiones de “Maldigo…”, una que es un poco más dulce, con algún arreglo de viento de madera, creo, y otra en la que también cambia la letra en un momento, cuando dice lo de: Maldigo al vocablo amor con toda su porquería y luego lo cambia por brujería. Ese cambio, de hacerla más desnuda y cambiar esa palabra, significa que todavía, cuando la interpretó, la desgarradura era mayor. Es una de las canciones más duras que conozco”.

El tono anarquista de “Maldigo del alto cielo” encuentra en Violética un punto de enlace con “Aida”, la canción con la que Vegas eligió homenajear a la militante comunista libertaria Aida de la Fuente, fusilada en 1934 en los alrededores de una iglesia asturiana. Y, aunque dice que no había pensado antes en esta relación, asiente en señal de aprobación cuando se lo mencionan. Es, aunque esto no lo dice, otra de las piezas surgidas de la intuición que se encastran dentro de su obra.

Y si se entra en el terreno de las referencias, en el que Vegas —lector, cinéfilo, melómano— se maneja con destreza, es inevitable que surja un nombre como el de Dylan, un lente multifocal a través del cual parece posible mirar a cualquier artista contemporáneo.  El camino que recorrió el asturiano es, podría decirse, inverso al que el hombre de Duluth hizo desde el día en que abandonó su casa natal. Desde Actos inexplicables (2001), su primer disco solista luego de pasar una década en bandas de la escena asturiana, Nacho Vegas fue pasando de, como le gusta decir, el individualismo bien entendido del rock al colectivismo que plantea el folk, en el que parece estar muy interesado últimamente no solo desde la parte musical sino también desde lo historiográfico.

“Es una mirada que me interesaba que estuviera en Violética, ese contraste de que no son cosas excluyentes. Ir hacia la tradición y la época en que la música popular se difundía de otra manera y tenía un carácter más horizontal y la autoría estaba muy diluida. Las canciones se reescribían e iban pasando de mano en mano, por eso cuando estudié el cancionero asturiano me encontré con canciones que tenían una versión recogida en un pueblo pero que en otro pueblo tenían otra versión, con la melodía cambiada y con letras mezcladas. Por eso la labor de gente tan importante como Alan Lomax o Violeta Parra es decisiva para rescatar canciones. O, por ejemplo, la de Xosé Ambás, que es el Alan Lomax asturiano y tiene un archivo enorme, se dedica a ir a los pueblos y ahablar con la gente mayor. Es  un tipo muy empático y conecta mucho con ellos y consigue que le canten canciones en asturiano, y si no estuviera él, pues muere esa persona y muere esa canción. Esa visión, sin perder  de vista que hago música contemporánea, que hago rock… ese contraste me interesa mucho”.

En Cómo hacer crac, el EP que publicó en 2011 mientras las movilizaciones del 15-M poblaban las calles españolas, su obra tuvo el punto de quiebre. “Es un disco de transición entre dos universos”, dice. “Justo coincidió que empecé a escribir esa canción (“Cómo hacer crac”) meses antes de que surgieran todas esas movilizaciones del 15-M. Ya estaba muy enterado de todos los movimientos pero yo era bastante más pesimista entonces, y la canción la acabé después. Por eso, en realidad, la primera parte empieza con un tono y acaba de otra manera”, reconoce, para luego meterse, como suele hacerlo, en un ámbito más reflexivo.

“Creo que al final hay algo muy natural de todo esto, y es que  mis canciones siempre parten de la realidad, de la realidad de primera mano, que es mi vida, pero no solo de mis obsesiones ni mis emociones sino de los procesos sociales que tienen lugar en el momento en el que uno hace su música. Eso se cuela en tu música, es permeable a todo eso. En mis compañeros de generación también se ha colado”.

Dentro de ese quiebre, de esa grieta de la que habla en varias de sus canciones, hubo también lugar para un cambio de ánimo desde 2011 a esta parte. Lo que en su primer momento tuvo el ímpetu de la movilización —con millones de personas indignadas porque veían cómo echaban de sus casas a sus vecinos por no poder pagar las hipotecas— derivó, siete años y una etapa de desencanto después, en lo que Nacho Vegas llama un proceso de desmovilización.

La política en la que cree, dice,  está más en la calle y en la cultura y menos en las instituciones. “En mi caso asocié un compromiso político a mi trabajo con la música, y asumiendo posicionamientos que me parecía que hacía falta asumir porque, si bien no creo que la música tenga un poder transformador en sí mismo y pueda ser punta de lanza de nada, sí puede acompañar y ayudar a visibilizar ciertos movimientos que no tienen visibilidad en los grandes medios y que son importantes. Ese es el reto con el que me encuentro. Creo que la música tiene más que ver con el poder popular que con el poder institucional, y ahí es donde me encuentro más cómodo”.

En la parte instrumental, porque al fin y al cabo se trata de música, no solamente de palabras, en Violética hay una amplitud de estilos. En su disco más heterogéneo hasta ahora hay canciones que remiten a Tom Waits (“Bajo el puente de L´Ará”), hay algo de cumbia, aunque después se torne más oscura (“Todos contra el cielo”), y mucha presencia coral, que tiene otra vez más que ver con su interés actual por el colectivismo y la canción popular y menos con el tono solemne de sus primeros discos.

“Me interesa un poco intentar combinar algunos estilos con la parte más autoral mía”, dice, para después hablar de uno sus tantos gustos. “Yo soy muy fan de los Magnetic Fields, y algo que me gusta mucho de sus discos es cómo Stephin Merritt, que es un gran melómano, te puede hacer desde un reggae hasta una canción del tipo más Suicide, y su personalidad está ahí siempre. Y es algo que, salvando las distancias, me interesa mucho hacer. Y “Bajo el puente de L’Ará” sí tiene que ver con Waits, es verdad, pero también más que nada con Vinicio Capossela, que es un autor italiano que tiene mucho de él. Estuve escuchando mucho un disco suyo y quería darle ese tono a la canción. Caposella mezcla mucho la canción popular del sur italiano con Waits, entre otras cosas, y a esas influencias te las encuentras, no están planificadas. Son cosas que te vas encontrando”.

Lo que sí se mantiene inalterable es el imaginario en el que se mueven sus canciones. Gijón es, para Vegas, el lugar donde dice seguir siendo Nachín, donde se siente cómodo a pesar de todo lo que dice que sufre la gente allí. Y las referencias a su ciudad, el dialecto asturiano que a veces se cuela en sus discos, el retrato del cielo gris que trae el mar Cantábrico, no hacen que se pierda la universalidad de sus letras.

Eso no impide que se enoje con ciertos reproches que le hacen en su país —una tierra con diferencias y rencores constantes entre comunidades— cuando hablan de cierto localismo en sus canciones. “Aquellos que dicen lo del localismo es gente, en su mayoría, de la industria musical. Me acuerdo que una amiga que trabajó en Sony me contaba que La Oreja de Van Gogh, en su segundo disco, tenía una canción que se llama “La playa”, que fue un gran éxito, y en Donostia, en San Sebastián, de donde son, la playa se llama La playa de la Concha. Iban a titularla así y en la reunión de marketing les dijeron que no podían hacer eso porque el público argentino iba a tomarlo mal, que era muy localista. Me parece muy ridículo, la gente es lo suficientemente madura para entender eso. Y esto lo cuento porque me sorprende muy positivamente algo de Latinoamérica, por ejemplo. Cuando salió Resituación (2015) un grupo de seguidores mío de México me propuso hacer un video colectivo en el que la gente mandaba imágenes con la canción “Ciudad Vampira”, y llegaban imágenes de varias ciudades latinoamericanas, y es una canción que habla de Gijón, con varias referencias concretas. La gente hacía suya la canción, y eso es bonito”.

En una entrevista reciente puso como ejemplo, refiriéndose a este tema, a un disco que Bruce Springsteen grabó en  1982 en plena etapa introspectiva y en el que volcó su narrativa hacia los personajes desarraigados del interior norteamericano.  “Nadie le reprochó que Nebraska era localista —dijo entonces.— Eso es algo muy de España”. Y la mención a Springsteen no parece descolgada. Vegas también viene de un lugar en el que el tejido industrial en algún momento fue destruido, donde la clase trabajadora tuvo que huir hacia otras ciudades menos periféricas y donde sus compañeros de generación volvieron, en algunos casos, a vivir a la casa materna. Si Springsteen tuvo a la clase obrera estadounidense como inspiración, el asturiano, de una manera muy distinta, con más alergia hacia los estadios y la grandilocuencia, también.

“Gijón sigue siendo una ciudad un poco vampira, un poco fantasma. Digamos que todo el golpe que se vivió con la Reconversión industrial es algo que todavía estamos viendo. Asturias siempre había estado en crisis, pero lo que ocurrió con la crisis de estos últimos años es que la gente de mi generación, que había tenido que irse a vivir a otras ciudades para buscar trabajo, se encontró con que allí también había desempleo y tuvo que volver a Asturias para ver qué hacer con sus vidas. Lo bueno del Gijón de ahora es que somos más conscientes de lo que supuso aquello. Algunos que estaban cerca de ciertos círculos de militancia lo veían en su momento, pero los que no estábamos tan cerca no lo veíamos tan claro como ahora, todo lo que implica el vacío social, ya no solo laboral sino humano. Y eso sigue allí pero hay una generación muy joven de gente que está haciendo cosas, y que no sabes si en cinco años se tendrán que marchar, pero hay cierto municipalismo interesante. El año que viene hay elecciones municipales que son clave para ver si Gijón puede tomar otro rumbo o si seguirá siendo una ciudad muy clientelar, con obras que tienen sobrecostos que van a parar a las cuatro familias ricas que hay en Asturias”.

Y si hablamos de una clase trabajadora golpeada no es casual, entonces, que Mike Leigh sea uno de sus cineastas favoritos. En 2013 participó de un ciclo en un teatro madrileño en el que homenajeó su obra, y mientras de fondo se proyectaban escenas de sus películas Vegas presentó allí las dos canciones que luego terminó incluyendo en Violética: “Todo o nada” y “Los sabios idiotas”. “Las rescaté porque hay gente, yo no sabía, a la que le gustan mucho, y parece que hay videos en Youtube y todo. Es gente que reclamaba un poco estas canciones, y eso me animó a retomarlas y a regrabarlas”.

Leigh, que comparte generación con Ken Loach, refleja en su filmografía el desánimo que el neoliberalismo produce en las clases bajas. La parte humana y más sutil del triunfo del individualismo está contada a través de un realismo duro que se contrarresta de una manera más bien empática, con historias de familias disgregadas o compañeros de trabajo que sufren y sacan los trapitos sucios pero que siempre mantienen algún tipo de solidaridad. Esta es la parte que más le interesa  a Vegas. A diferencia de Loach, dice, es una visión menos panfletaria.

Y todo vuelve siempre a Gijón, porque en Vegas el costado personal se mezcla también con los intereses culturales. Dice que su ciudad es reconocible en el paisaje urbano que muestra Leigh, y que muchos de sus personajes le hacen acordar a gente que conoce. Pero se mantiene alerta cuando se trata de escribir sobre cosas cercanas y sobre momentos sociales que le provocan cierta urgencia. “Yo me impuse la premisa, en mis canciones, de que cuando quieres plasmar algo en una canción, algún tipo de emoción, a veces es muy mala idea hacerlo muy en caliente. Cuando hay algo que ocurre y quieres escribir sobre ello generalmente acaba siendo un ejercicio de onanismo extraño. Siempre creo que hay que verlo con la perspectiva que da el tiempo. Me encontré con un dilema, porque hay veces que ocurren cosas que sí crees que cambian una canción porque te lo pide el momento”.

La charla gira, de nuevo, alrededor de Violeta Parra. “Estaba pensando, por ejemplo, en “La carta”, una canción suya que me encanta, de amor hacia lo humano y una denuncia social sobre algo muy concreto como una huelga, y que parece que la escribió como una respuesta al recibir esa carta, que ella contesta de esa manera. La música popular tiene que ser permeable al clima social y tiene que recogerlo, no sé si de forma explícita pero digamos que siempre se cuela de alguna manera. Cuando hablas de emociones es cuando tú puedes decidir poner cierta distancia, y se dan esas dos perspectivas de realidad por un lado, y de tener perspectiva por otro”.

Esas dos versiones del mismo compositor, el de la alegoría humana y social y el de la referencia concreta y agitadora, tienen lugar, por ejemplo, en dos canciones muy puntuales de su discografía. En “Vinu, cantares y amor” (de Canciones populistas, 2015), una de las letras de más alto vuelo en su obra, aparece el costado metafórico más logrado, donde las menciones a la sangre y al rojo del vino tinto tienen ese tono de revuelta que empieza como un runrún y se expande por una comunidad que hace acordar, por ejemplo, y para seguir con la cinefilia, a la marcha de los obreros en huelga del John Ford más combativo. En el mismo EP aparece “Ámenme, soy un liberal”, una versión en español del clásico folk de Phil Ochs “Love me, I’m a liberal” que Nacho Vegas adaptó a la realidad de su país. “Cuando me propuse cantar “Ámenme, soy un liberal” empecé a traducir la letra y me encontré con que hay algunos nombres y políticos que nombraba que tuve que googlear porque no sabía quiénes eran. Hay otra versión, en los ‘90, que hicieron Jello Biafra and Mojo Nixon, en la que hablaban de Clinton y cambiaban nombres y políticos. Y creí que podía funcionar. Un año antes de eso no pensé que podía nombrar a Rajoy en una canción”.

Además de la predisposición con la que el asturiano acepta reflexionar sobre su obra, en las entrevistas que da últimamente se le nota su entusiasmo cuando habla de la realidad social. Y a pesar de que algunos títulos a veces no le hacen mucha gracia (“a veces tergiversan las frases, te hacen quedar como un imbécil”), al leerlo y escucharlo sorprende, sobre todo, lo informado que se mantiene. Teniéndolo enfrente, mientras sostiene de manera inalterable la mirada hacia abajo y el tono amable, siempre encuentra cosas para decir. Como cuando sale la palabra Rajoy, por ejemplo, y a continuación se le pregunta por el caldo de cultivo del que siempre se aprovechan los nacionalismos en momentos de crisis.

“En España se vive una hegemonía neoliberal, como en el resto de Europa y ahora aquí en Argentina. Y en España, ya que hablamos de nacionalismo, cuando tú te refieres al nacionalismo te refieres a los nacionalismos periféricos, de las comunidades. En Asturias vino un partido de derecha que tenía esta cuestión del nacionalismo, era una escisión del PP. En realidad uno de los objetivos que tenemos es la oficialidad del asturiano, y ahora es más probable que nunca que se apruebe y el miedo que tiene la derecha es que eso traiga un soberanismo. Es un miedo estúpido. La gente, con el asturiano, quizás se vuelva más consciente de la realidad social en la que vive, y en la particularidad social y cultural que tenemos en las periferias y que en Madrid no logran ver”, dice, para luego mencionar cierta incomodidad que le genera una parte del sector con el que en teoría tiene más afinidad.

”La izquierda de Madrid a veces habla, no solo con el tema Asturias sino también con Cataluña, como si fueran temas de folklore político, y no creen que sean temas que están cuestionando realmente una política de estado y que sean cuestiones transformadoras, sino que lo ven como batallitas culturales que no tienen que ver con los cambios culturales que necesitamos. Pero creo que cuando vives en zonas tan golpeadas uno se da cuenta”.

En ese sentido, Podemos, para el Vegas versión 2018, se parece más a un partido reformista que rupturista. ”Hay un desencanto general. Formé parte de una interna de elecciones en su momento y, como parte de la sección Anticapitalistas de Podemos, que es donde estoy más cerca, como simpatizante, no como militante, noté un cierto desencanto cuando llegaron al Congreso y, luego de esas lógicas de un partido que decidía en su asamblea ciudadana, adoptaron una postura verticalista y tradicional. Hubo muchas peleas internas, traiciones, puñales volando de todos lados entre gente que era amiga de hace años y se dejó de hablar, y son situaciones un poco penosas. Entonces decidí tener un pie afuera, si no los dos, a veces. Me ofrecieron entrar en un proceso de primarias en las municipales del año que viene, y apoyé a una candidatura que no ganó. El municipalismo tiene una vocación más transformadora en este momento, y allí es donde creo que la música tiene algo para decir, como contrapoder, como algo que puede presionar al poder institucional. De la misma forma que el feminismo, como sucede aquí”.

Y mientras termina de decir esto gira instintivamente su cabeza hacia el pañuelo verde que tiene a un costado del sillón. “Me fascina un poco cómo ustedes ahora tienen la posibilidad de aprobar la ley del aborto, que es algo que hace un año era impensable. Pero si el 8 de agosto realmente se consigue sería una victoria de la calle, del poder popular, de este grupo de las sororas, que es gente de distintos partidos, un proceso muy bonito que demuestra que la verdadera democracia y los verdaderos cambios tienen que ver con un poder popular y no tanto con lo institucional. Y ahí las tesis populistas me interesan bastante. La palabra populismo se ha denostado en Europa”.

El diario El País es el ejemplo de eso, ¿no? Un progresismo pro europeísta pero anti progresista en Latinoamérica, más cercano a la centro izquierda lavada del PSOE. ¿Notás cierta brecha generacional entre la izquierda de la Transición -por ejemplo, en artistas que han quedado instalados en el inconsciente como progresistas, como Sabina, Serrat, Ana Belén, Victor Manuel- y la izquierda actual? Porque incluso en temas sociales, como el feminismo, han quedado descolocados.

– Que hayan removido a un partido tan corrupto como el de Rajoy tiene su parte positiva, claro, pero el PSOE está haciendo lo que no hizo Zapatero en su momento, está haciendo cambios cosméticos. Por ejemplo, aliarse con el feminismo. Porque todos saben que en España el 8M fue impresionante, y en lugar del Consejo de Ministros, como ellos le llaman, ahora pusieron Consejo de Ministros y Ministras, y tienen el Ministerio de Igualdad, aunque luego tuvieron que suprimirlo, y son gestos que tienen coste cero para el Gobierno, ya son culturales y digamos que no implican un cambio material. El feminismo que se manifestó el 8 de marzo es un feminismo, yo creo, fundamentalmente anticapitalista, y eso no le interesa al feminismo liberal, si es que eso existe, que es el que dice: ‘Hay pocas mujeres en las grandes empresas’. Allí es por donde tiene que pasar el cambio. Si tenemos un horizonte de cambio, si en España, por ejemplo, Podemos ya lo es, pues será un aliado de un movimiento más grande como este.

Violética —el motivo por el que empezó este raid de entrevistas (que en Argentina, dice, le resultan diferentes porque son más reflexivas)— vuelve una vez más. “Ideología” es una canción que refleja mejor que cualquier otra en su obra el clima de bombardeo informativo e intromisión de la política en la vida cotidiana. Es uno de los dos cortes de difusión que eligió Vegas para este disco (el otro es “Ser árbol”) y allí refleja, con una frase demoledora, el agobio que parece sentir hoy cualquier persona en la vida occidental: Tenemos una sola vida y hoy es el terror. “Es un mundo hiper ideologizado —dice—, con la ideología del consumismo y de una forma de vivir  y de ser siempre consumidores y ser productivos todo el tiempo. Ahora mismo llevamos la oficina en el móvil y estamos todo el tiempo conectados. Una cosa que me dice mucha gente en las entrevistas, que ‘Violética es un disco doble, la gente no tiene tiempo para escuchar hoy en día un disco entero’, creo que es lo que nos quieren hacer creer. Dicen que no tenemos tiempo, y parece como si la Tierra hubiera empezado a girar más rápido. Tenemos el poder de hacer que todo sea más pausado, y eso es algo para preguntarse, si no estamos imbuidos en esta lógica del trabajo alienante. En España se creó este concepto del trabajador pobre, esta cosa de que antes los pobres era gente que ni siquiera tenía trabajo y ahora, teniendo trabajo, puedes vivir bajo la línea de pobreza porque tienes empleos en los que te pagan 400 euros, y no alcanza”.

Parece difícil hoy en día, con la voracidad en la que se vive, encontrar el camino que lleva hacia el refugio de la cultura, incluso para alguien acostumbrado a recorrerlo. Sobre los consumos culturales —la palabra consumo, incómoda, pareciera no tener reemplazante— la pregunta que uno puede hacerse es si funcionan para detener el tiempo y pensar menos en la coyuntura y más en la parte humana y atemporal de la vida. “Para mí —dice—, es una parte importante de la vida y creo que la mayoría de la gente, a la que quizás no le guste tanto la literatura o el cine y le guste más el fútbol, necesita de estas cosas que, no es que te distraen, pero sí te hacen disfrutar. En mi caso sí que busco esos espacios. Esto de los consumos culturales… yo también hablo de consumos pero nos acostumbramos a hablar de consumir música, que es algo reciente porque ya incluso cuando la música era una industria se hablaba de escuchar música y desde hace poco que hablamos de ella como algo que se consume, se produce, y no tanto que se escucha. Y son esas lógicas que sería bueno que revirtiéramos, pero para eso hace falta un cambio estructural, a nivel cultural. Son batallas simbólicas culturales que hacen falta para luego cambiar las materiales. Es una discusión que tengo con algunos compañeros de militancia, que dicen que tienes que atacar primero las batallas materiales para luego cambiar la parte cultural”.

También, en medio del espacio que ocupan las giras, la composición y su rol como espectador, lector y oyente voraz, Nacho Vegas escribe. El año pasado presentó su segundo libro, Reanudación de las hostilidades, un nombre belicoso bajo el que estructuró una serie de relatos y poemas que fue armando a lo largo de estos últimos años. El enfrentamiento, la idea de lucha, es algo presente en toda su obra. Un rápido repaso por alguna estrofas de sus canciones alcanza:

– Siempre hay dos bandos / Uno el vencido y otro el vencedor.

– Se libra otra batalla / y el tedio es mortal. / A este día / seguirá otro igual.

– Polvo somos, lo sabemos / y en pólvora nos convertiremos.

– Hoy comienza una guerra / en la que todos quieren hablar / y aunque todos quieran hablar / no dirán la verdad.

– … hasta morir la única opción siempre es matar, siempre matar.

– en una guerra tan cruel  / como la de uno contra uno mismo.

Dentro de su lírica tiene además —entrenado quizás por su gusto por la ficción— un buen manejo en la construcción de personajes desagradables, misóginos, violentos, en canciones en las que la primera persona tiene importancia.  “Lo que me gusta es ver los personajes ambigüos desde una perspectiva moral y tratar de empatizar con ellos y entenderlos en sus miserias”. En esto también parece tener algo que ver las lecturas de cierta narrativa norteamericana, de autores como Bret Easton Ellis (de quien tomó una frase de su novela Menos que cero para titular su tercer disco, Desaparezca aquí, de 2006), Denis Cooper y Nelson Algren, que durante los años ‘40 escribió en El hombre del brazo de oro uno de los retratos más duros sobre la vida de un yonqui  y del que Nacho Vegas, a partir del póster de la adaptación que hicieron Otto Preminger y Frank Sinatra al cine, tomó la inspiración para ilustrar uno de sus  EP.

“Lo bueno es que cuando creas estos personajes estás un poco hablando a través de ellos, a lo mejor de esa parte de ti que no quieres reconocer que existe. Y es muy curioso cómo eso se da en Mike Leigh, por ejemplo, en películas como Naked, donde el protagonista es misántropo, agresivo y desagradable, y es interesante cómo ocurren ese tipo de contradicciones y dilemas entre las personas, que es de donde creo que nace la creación, tanto en la música como en la literatura”.

Nacho Vegas hace una pausa antes de, sin saberlo, hacer un último reconocimiento de la zona y volver al terreno de combate donde empezó esta nota.

– Siempre hay un dilema, algo que es muy difícil responder y que de la única manera de hacerlo es ponerlo enfrente y reconociendo que existe un conflicto. Y no estamos hablando de buenos y malos. Es solo reconocer que vivimos en un conflicto continuo. //∆z