La directora turca Deniz Gamze Ergüven presenta en su ópera prima una historia de censura islámica con notable sutileza, pero que trae aparejada un tema que incluye al mundo entero: la intolerancia.

Por Agustín Argento

Mucho se puede decir y escribir sobre la cultura del Islam. En principio, y como es sabido, la primeras que pagan con sus derechos ante las imposiciones de los hombres son las mujeres. Más allá de lo cultural, cuando un ser se impone sobre otro sin tener en cuenta sus libertades individuales, no hay tradición que justifique el atropello.

En Mustang, nominada al Globo de Oro y a los Oscar en el rubro “Mejor película de habla no inglesa”, el patriarcado islámico se toma cinco víctimas adolescentes y huérfanas, que de buenas a primeras se ven encerradas en la casa de la abuela, con un tío como carcelero que las hostiga y las aleja de su mundo cotidiano. La sociedad de un hermoso pueblo de la costa turca lo toma como natural y hasta justifica la brutal decisión familiar.

El desenlace de cada una de las jóvenes, todas ellas interpretadas de forma magistral por noveles actrices de pantalla grande, es diferente al de cada una de sus hermanas, demostrando, una vez más, que cada ser humano es único e irrepetible; cita bíblica que contrasta con aquella supuesta tesis religiosa, con la que operan en contra de los deseos de las adolescentes, obligadas a casarse antes de cumplir sus 18 años y teniendo, cada una de ellas, diferente suerte en el matrimonio.

El pensador británico John Stuart Mill, en su célebre Sobre la Libertad, dijo: “Todo aquello que sofoca la individualidad, sea cual sea el nombre que se le dé, es despotismo”, y la directora Ergüven utiliza esta reflexión, ya sea de forma inconsciente o consciente, para guiar su primer largometraje. Una vez presentado el tema, ya no importa si se trata de una doctrina religiosa, porque los beneplácitos que las chicas reciben por parte de los mayores son sólo cuando ellas responden a lo que se les pide. ¿Quién no vivió alguna vez situaciones similares en instituciones -trabajo, escuela, familia- occidentales?

Ergüven, quien no se ata a un solo recurso narrativo, sino que fluctúa entre el drama, la comedia y la ironía, se desprende del hecho mostrado en perfectas y detalladas imágenes, con una fotografía digna de mención, para elevarse hacia una crítica global; más allá de lo que ella ha dicho: “Cada vez que vuelvo a Turquía, siento una forma de opresión que me sorprende”, una declaración que acerca el filme a una historia que en algún sentido es autobiográfica y que se repite, día a día, en el mundo entero.//∆z