La película infinita es la última obra del director Leandro Listorti, un filme compuesto por películas inacabadas y proyectos truncos.

Por Ignacio Barragán

Hay una mujer que no recuerda haber participado en una película. El equipo de producción de La película infinita se comunica con ella para solicitarle su consentimiento legal para aparecer en el filme, ya que hay una escena de la que forma parte. La mujer dice que tiene que ser una equivocación, que no recuerda haber actuado allí, y que si fuese por ella pueden hacer lo que quieran con el material. La producción insiste:

– Sos vos, de hecho tu contacto nos lo pasó el director.

– No, en serio —replica la mujer—, jamás trabaje con esa persona.

– Bueno, el material lo vamos a utilizar, muchas gracias.

Finalmente se presenta el día del estreno en el Malba y se ve en la pantalla grande. Al principio no se reconoce pero sabe que es ella. Cuando termina la función se le acerca a Leandro Listorti, el director, y le dice:

– Tenés razón, soy yo, pero no tengo el más mínimo recuerdo de haber participado en esa película.

La anécdota es pertinente para graficar la experiencia que es ver La película infinita (2018), un filme del género found footage que consiste en un montaje de películas inconclusas de toda índole. El material de archivo utilizado pertenece mayoritariamente al Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken y fue recopilado por Listorti, que trabaja en esa institución. La idea del proyecto comenzó cuando su director estaba colaborando con Albertina Carri en la búsqueda de material para Cuatreros (2016), donde su tarea era recopilar imágenes en celuloide para la realizadora.

La película consiste en un devenir de imágenes aleatorias que se suceden unas tras otras y, ya que el material fílmico se encontraba en crudo, lo que amalgama los distintos trabajos incompletos de los directores es el trabajo de edición de sonido a cargo de Roberta Ainstein. Es así como se pueden observar escenas de Sistema Español (1988), de Martin Rejtman, mechadas con algo de El Juicio de Dios (1979), de Hugo Fili, en un ambiente denso de matices musicales que por momentos remiten a cierto cine experimental checo como el de Věra Chytilová.

El proceso formal es el de la reapropiación de imágenes. Leandro Listorti hace lo mismo que hizo, por ejemplo, el artista Francisco Medail en su exposición Fotografias 1930 – 1943. Ambos utilizan material de archivo para darle un nuevo sentido a esas imágenes sin dueño. La investigación misma es una búsqueda estética per se, y el hecho de clasificar, ordenar y jerarquizar cierto tipo de documentos habla de la existencia de un criterio que corresponde a una mirada individual. Como dijo Borges: “Ordenar bibliotecas es ejercer de un modo silencioso el arte de la crítica”

A partir de esto se puede plantear una serie de preguntas: ¿Qué pasa con estas obras que quedan inconclusas? ¿Sirven para algo? O, más bien, ¿se les puede dar un sentido a estas imágenes? ¿O están condenadas a ser olvidadas? En principio no hay una sola respuesta y solo se pueden conjeturar algunas de ellas. El hecho de que una película esté compuesta de material de archivo olvidado en alguna lata de 35 mm habla de una reivindicación, un homenaje a eso que pudo ser y no fue. La nostalgia está latente en La película infinita y probablemente el espectador sienta algo parecido a lo que se genera al pensar en el Zama que el director Nicolás Sarquis y Antonio Di Benedetto dejaron sin terminar o a la nostalgia de aquella imagen en la que aparece una joven Rosario Bléfari apoyada sobre una cabina de telefóno Entel.

La película infinita —que tuvo su estreno formal en el Festival de Rotterdam, después pasó por las salas del último Bafici, donde cosechó varios elogios, y se está proyectando en el Malba— tiene una propuesta conceptual interesante y hace partícipe al espectador, ya que es el que le termina dando un nuevo sentido a las escenas. Es, sin duda, dentro de tanta grisura, una obra argentina para tener en cuenta. //∆z

LPI