Estuvimos junto al dúo porteño que reside en Berlín en otra de sus espóradicas presentaciones en Buenos Aires.
Por Juan Martín Nacinovich
Fotos por Nadia Guzmán
No es tarea fácil tocar como soporte de Mueran Humanos. El dúo se ha presentado por todo el mundo junto a grandes como The Fall, Swans, The Horrors, Föllakzoid o Martin Rev, de Suicide. Hay que estar a la altura de una de las bandas argentinas de mayor rebote internacional. Entre una sinergia de ritmos electrónicos epilépticos, El Último Subsuelo sumergió a un público que fue rápidamente de menos a más mediante Hell Intimo (2018), su primer largo. Hubo un acto poético que cayó de maduro en esta presentación del power trío: el show, craneado para sótanos húmedos con olor a cerveza, fue llevado a Niceto Club, uno de los escenarios top de Buenos Aires. Hacia el final, Satur dejó su bajo al lado del amplificador, fondeó una cerveza, abandonó el escenario de un salto y agitó como exorcizado un pogo mientras arriba dialogaban atronadoramente la fuerza percutiva de Walter Ogando con las programaciones y sintetizadores de Demián Visgarra. Pausa. Música a cargo de los DJ’s Ezequiel Fanego y Pe Lut para terminar de aclimatarse. Toda una intervención pensada meticulosamente para adentrarse en el mundo de Mueran Humanos.
Si pensaban que Mariana Enríquez iba a pintar un cuadro o calzarse una guitarra al hombro (la única en toda la noche, por cierto) en plan estrella dark, estaban equivocadxs. Enríquez es escritora, una de las mejores, y siguiendo esa lógica recitó un escrito que podría funcionar como manifiesto literario de la banda porteño-berlinesa. Con el telón abierto a medio camino, leyó, desafiante y contemplativa, entre luces de neón y una gran marea de humo: había un cementerio y un ladrón de cadáveres y fetos. Matías, de Cómo desaparecer completamente (2004), o la protagonista del cuento “El desentierro de Angelita”, de Los peligros de fumar en la cama (2009), podrían ser la cara del relato, mientras recorren el cementerio en busca de joyas y pertenencias de los muertos. Enríquez soltó una hoja con un movimiento delicado de muñeca, se acomodó el pelo, respiró profundo y entregó las últimas palabras de su nutrido y escalofriante imaginario. De fondo sonaba una música incidental, como un score perteneciente al universo David Cronenberg que, poco a poco, desaparecía. Era el prefacio a la ceremonia oscura.Ya es una tradición de diciembre. Carmen Burguess y Tomás Nochteff, radicados en Berlín hace más de una década, regresan del exilio muy pocas veces en el año. La excusa, esta vez, era el adelanto de algunas canciones que van a salir el próximo febrero, pertenecientes a Hospital Lullabies, su tercer trabajo discográfico (con la sumatoria, además, de una película experimental de mismo nombre con Carmen como directora). Estas nuevas piezas gravitan alrededor del mundo que ha creado el dúo, aunque magullando sus bordes y asimilando nuevas vertientes dentro de su propio sonido. Mueran Humanos se lanzó, otra vez, en una búsqueda interna que muta de canción en canción. Porque no hay un solo Mueran Humanos, nunca lo hubo. Son inclasificables: se sienten cómodxs en el ruido, en la propia oscuridad que encierra su peculiar fondo de razón. También saben cuándo volverse minimalistas, incluso oníricos. Tienen raíces en el post punk, en el drone, en la electrónica y en el rock industrial, sumando una línea alemana ascendente que va del kraut de Kraftwerk al noise ambiental de Einstürzende Neubauten. El punto de unión quizá sea hasta involuntario, radicado en una ligadura innata a la avant-garde, no mediante una decisión forzada, sino por una reacción orgánica.Carmen y Tomás estaban destinados a encontrarse. Y esto no es un cliché ni una historia de amor de bajo presupuesto. Hay un conocimiento entre ellxs que viene de muchos años, de distintos proyectos, atravesado por un caudal inmenso de arte. Arte en toda su riqueza. Juntxs despliegan un poder magnético difícil de hallar. “No puedes respirar nuestro aire/ no puedes entrar en el círculo”, gritan en “El Círculo”, para luego agregar: “porque nacimos para caminar descalzos/ sobre las cabezas de nuestros reyes”, una relectura de una cita de Shakespere en Enrique IV que marca el grado de compromiso con su propia obra. Es como si no tuvieran tiempo que perder. Porque se van a morir, pero antes de la tumba habrán dejado algo.
El humo desaparecía por pocos segundos. Había una nube que envolvía el ambiente. Carmen, que siempre porta vestidos performáticos y voluptuosos de reina vudú de las tinieblas, esta vez, en sintonía con los tiempos de lucha feminista, salió en tetas, con un vestido de red (hecho por Vanesa Mogno) que la cubría del cuello a los pies, sin nada abajo más que una parte de su ropa interior. Promediando la mitad del show, una balada nueva en la escala de Throbbing Gristle tamizados por los LCD Soundystem la encontró a Carmen soñando con ser un hombre. Luego, en otra canción nueva, cantó y brilló Tomás, que caminó el escenario buscando la comunión en sus miradas mientras resolvían obsesivamente sobre la marcha algunos ajustes en relación al sonido.
“Ya fue el verso de hacerse rogar”, cantaba Carmen y arrancaron los bises con “Corazón doble” –con referencia en el final a Todos Tus Muertos–, una de las únicas dos canciones que ejecutaron del primer disco homónimo, junto a “Horas tristes”. De Miseress (2015) figuraron, además de “El círculo”, “Espejo en la nada” y “Guerrero de la gloria negativa”. Fue un concierto más corporal que otros anteriores, con pasajes estrambóticos y otros más hipnóticos donde predominó el nuevo material. Otro fin de año de la mano de los Mueran Humanos, que agrandan su estatus de banda de culto a la que, por suerte, se puede ver en vivo. //∆z