La banda alemana Mad Sin visitó por primera vez la Argentina el último sábado, en el marco de la gira por su 25° aniversario. En un show poblado de inconvenientes técnicos, los referentes indiscutidos del psychobilly hicieron de las suyas y realizaron un show, cuanto menos, memorable.
Por Gabriel Feldman
Fotos por Gonzalo Iglesias
Ya casi es la una de la mañana del domingo y, arriba del escenario del Salón Reducci, Mad Sin está cerrando su primer –caótico- recital en la argentina. El cantante Koefte Devil, un tipo gigante con cara de malo, tal vez un personaje en una película de Rob Zombie, con la remera musculosa dejando ver sus enormes brazos, tatuado hasta la médula y con su jopo-cresta que parece desmontable, continua con las disculpas por la mala calidad del sonido que hubo durante todo el recital y les pide a los fanáticos que canten ésta última, “Comunication Breakdown”, como lo hicieron con todas a lo largo del show, porque su micrófono de mierda ya ni funciona. Mucho mierda soundsystem, llega a decir con el poco castellano que tiene mientras la banda va calentando los motores para irse. Mañana será otro destino para estos teutones referentes del psychobilly: ahora, lamentablemente, se tienen que conformar con lo que hay. Pero ni bien la gente empieza a cantar, a bailar, a chocarse uno con los otros, a subir al escenario para abrazarlos y cantar con ellos, el enojo por el sonido – el suyo y el del público – pasa a un segundo plano porque lo importante es la energía que va de un lado al otro. ¡Retroalimentación de energía! Salta el punk, salta el skin, salta el heavy, los rockabilies con sus jopos perfectos y las chicas, como locas, porque su amiga está cantando tomada de los hombros de Valle de jopo rojo encandilante, meta slap que da calambre a su contrabajo personalizado, llenó de luces en el contorno y ploteado con el diseño de su último disco, Burn and Rise (2010). Y el público salta, baila, arenga y si nos detenemos en esta imagen no parecería la escena indicada para un recital que no sonó a la altura de lo que se esperaba. A nadie le importa ahora. Saltan todos y saltan ellos también contentos por el recibimiento que tuvieron aunque bastante molestos por las dificultades para dar un buen show.
La movida había arrancado bastante temprano y desde las seis y media de la tarde, el salón ubicado en Constitución fue recibiendo en su escenario a las siete bandas que actuaron antes de la atracción principal. Y, a partir de las nueve, la antigua pista de baile con piso de madera fue cobrando vida. Como sucede a menudo, la concurrencia se apersonó puntualmente tarde.
Fueron pasando las bandas y se empezaron a notar algunos inconvenientes técnicos. Nada grave, algunos acoples molestos en las diferentes actuaciones. Pero, entre acople y acople, nació un sonido, como un eructo denso, aún más perturbador y molesto, que hacía vibrar todo. Los que mejor la pasaron fueron Los Kahunas, que pudieron surfear esa ola con mucha elegancia y estilo. Pero lo que se imaginaba como un problema a resolverse antes del atractivo principal, terminó siendo moneda corriente durante la presentación de Mad Sin.
Y no le eludieron al bulto. “¿Qué es este sonido de mierda? ¿Qué carajo es esto? Lo sentimos mucho, ustedes pagaron plata por esto, ¿qué mierda está pasando?” Esos, entre otros, fueron algunos de los epítetos que lanzó en inglés el intimidante Koefte ni bien terminaron “Revenge”, canción con la que abrieron su show. Y aunque le metieron la mejor onda, los problemas no se iban sino que se acentuaban, sobre todo, con el micrófono principal. “Esto es una vergüenza ¿Quién es está a cargo de esto? ¿Dónde está el ingeniero del sonido? Quiero a un responsable”, inquiría furioso. Una luz blanca le hacía señas desde el fondo del salón: “Bueno, ahí lo tienen”, le indicó en esa dirección al público mientras mientras le dedicaba un repertorio de gestos varios que iban desde el fuck you al ‘te voy a matar cuando termine esto’.
A pesar de todo le pusieron el pecho y pasearon por toda su discografía, desde Chills and Thrills in a Drama of Mad Sin and Mystery (1988) hasta el ya mencionado Burn and Rise (2010). Un catálogo que va desde el revival rockabilly con temática de horror y muerte, pasando por el ska, el rock n roll y el punk. El público igualmente extasiado. La mierda del sonido no iba a arruinar su esperado encuentro. Son esas noches en donde todo parece salir tan mal que terminan transformándose en memorables. Además, claro, algunos estaban más preocupados, no tanto por escuchar, sino por el simple hecho de estar ahí. Ser testigos de Mad Sin. Alentar a Mad Sin. Cantar al lado de Mad Sin. Y en ese plano no faltó la emotividad ni la complicidad. Hasta Thorsten Hunaeus, alias “Dr. Solido”, dejó un rato su guitarra para filmar con su iphone la respuesta del público argentino y el grito de guerra de “Olé olé olé Mad Sin, Mad Sin”.
Sí, el sonido fue de lo peor, pero nadie de los que estuvo ahí se imaginó alguna vez cantando junto a ellos “Point of no return”, “Outta of my head” o “Straight to hell”. Ni hablar de “2, 3, 4”. Y cuando se fueron con “Comunication Breakdown”, el termómetro emotivo estaba al máximo – alegría, euforia, calentura, todo junto – y explotó en una última interpretación virulenta. En la lista había un par de temas más, pero era evidente que la cosa tenía que terminar ahí.
En el futuro alguno contará que subió a bailar mientras los alemanes tocaban su versión de “I shoot the sheriff”; una chica dirá lo mucho que apretó a tal o cual integrante; muchos guardarán todas las fotos que sacaron con sus celulares y cámaras; alguno mostrará la lista de temas que consiguió, y habrá un pibe que se jactará de haberle ofrecido una púa a Dr. Solido, quién la rechazó indicándole con la cabeza que no la precisaba. Otros, en cambio, recordaran la introducción que hizo Marcelo Pocavida como presentador oficial de Mad Sin, donde se dio el gusto de revivir su antológica pelea con Charly Garcia, pero esta vez disfrazado de muerto viviente como ameritaba la ocasión. “Bienvenidos a las catacumbas, prepárense para la demencia”, diría después. Pero antes, mientras sonaba de fondo “Estoy Verde”, uno de los primeros punks de la Argentina fajaba a un monigote que hacía las veces de Charly (lentes, bigote, peluca a tono, sobretodo beige y brazalete de Say no More), quién, antes de recibir la golpiza de Pocavida-Momia y amigo enmascarado, sostenía un cartel que decía: “Yo inventé a Mad Sin”.
Cuando todo terminó, el esplendor que alguna vez habrá tenido esa pista de baile había que buscarlo entre las latas pisadas y los charcos de cerveza. Al salir, si alguno se quedó sin recuerdo alguno, estaba Koefte en la puerta del hotel alojamiento de enfrente charlando con los fanáticos: agradeciendo por el aguante, disculpándose por los problemas que hubo, prometiendo una futura vuelta y sacándose fotos con quién lo pidiera. Quizás alguno, en un futuro, también mostrará orgulloso su foto en la puerta de un telo de Constitución con el cantante de Mad Sin.