Miguel Grinberg: “Me dediqué a soñar al rock en medio del terror”

A pocos días de su triste partida, recordamos al querido y emblemático periodista, poeta y activista con una entrevista de 2015 a propósito de la publicación del libro Un mar de metales hirvientes (Gourmet Musical) que recopila sus artículos escritos para el diario La Opinión.

 Por Pablo Díaz Marenghi*

“A mí me regalaron uno igual que es a prueba de tontos” dice Miguel Grinberg y señala el grabador digital que ya comenzaba a registrar sus palabras. Estamos en el bar La Academia, en Callao casi Corrientes, un lugar que él define como su “base”. Expone sus pensamientos de manera ordenada y con minucioso detalle, con un grado de lucidez que sorprende a sus 78 años. Poeta, periodista, muy identificado con los orígenes del rock en la Argentina —que sistematizó en su ya bestseller melómano Cómo vino la mano— pero también erudito en temas como el ecologismo, donde es un referente a nivel internacional, la espiritualidad y la meditación.

Dirigió las revistas Eco Contemporáneo, Contracultura y Mutantia. En la actualidad, forma parte de la revista Cítrica, como ex trabajador del Diario Crítica, y continúa en las madrugadas de los sábados con su programa radial Rock que me hiciste bien por Radio Nacional. Grinberg habló acerca de su más reciente libro que recopila sus crónicas en el mítico diario dirigido por Jacobo Timerman, donde llegó a ser prosecretario de redacción.

En aquellas notas, entre 1975 y 1980, retrató el comienzo de Serú Girán, el apogeo de Invisible, la vuelta de Almendra, el nacimiento del Luna Park como un lugar rockero, el crecimiento de León Gieco, los inolvidables conciertos de Astor Piazzolla en Buenos Aires y tantos otros acontecimientos que dan muestra de una “resistencia musical” en épocas dictatoriales. Con ese disparador, el diálogo se bifurca por temas como la crítica musical, su trabajo ecologista, la contra cultura y cómo ve en la actualidad a la juventud que siempre lo movilizó.

ArteZeta: ¿Cómo nació la idea de recopilar estos artículos?

Miguel Grinberg: Soy muy ordenado con mis trabajos periodísticos. No con la intención de convertirlos en libros pero a través de los años esa es una dirección viable y deseable. Todas mis notas en La Opinión las tengo pegadas en dos carpetas oficio en donde aparecen otras cosas circunstanciales de la época. En gran medida, surgió una pregunta de la editorial. Como ya vamos por la quinta edición de Cómo vino la mano, me preguntó si tenía alguna otra cosa sobre rock y me acordé enseguida de ese material porque retrata ese periodo oscuro de la vida argentina desde los que lo protagonizaron musicalmente. El tipo de nota periodística en caliente, que sale de un día para el otro en un diario. Releyéndolas, me permitieron darme cuenta de que más allá del terror de la Dictadura que se vivía, que venía del terror de la Triple AAA, había toda una generación que venía creando armonía y belleza que podía interpretarse como una fuga, un arrebato hippie. Eso me presentó un testimonio de resistencia musical, cultural a lo que se estaba viviendo.

AZ: En sus crónicas, muchas veces analiza la juventud casi como un sociólogo

MG: No es algo que inventé en el momento. Venía trabajando en eso hacía muchos años en otras latitudes. Todos los años sesenta estuve metido en un movimiento de poetas de las Américas llamado Nueva Solidaridad, con un encuentro en México em 1964, con un viaje muy largo por EE.UU ese mismo año. Ya venía con espíritu documental. Todo eso también lo tengo encarpetado y fue la base de mi libro Poesía y Libertad (Editorial Ross). Tengo antecedentes. También hice un libro sobre la contra cultura argentina, Generación V (Emecé), en 1985 hice una especie de documental de la contra cultura norteamericana llamado La Generación de la Paz. Siempre me apasionó la idea de documentar la época, la que muchas veces me tocaba convivir protagónicamente. No me arrepiento. Me toca ese papel en la película.

Miguel Grinberg con el poeta estadounidense de la Generación Beatnik Allen Ginsberg.
AZ: ¿Cómo era en aquel entonces el trabajo en la redacción de La Opinión?

MG: En La Opinión existía un régimen de libertad abierta, no condicionada a lo que le parecía al jefe inmediato superior sino que uno estaba habilitado para imaginar. Yo quebré algunas reglas, por ejemplo al armar una nota con imágenes de Janis Joplin cuando en el diario no se publicaban fotos.  Mi jefe era un artista del periodismo: Ernesto Schoo. Teníamos un elenco de gente en órbita. No era el tipo de diario en donde uno publica las cosas a pesar del credo imperante. Aquí había un permiso para soñar y me dediqué a soñar al rock en medio del terror. Vivíamos tiempos de paranoia porque el diario había tenido muertos, desaparecidos y estábamos en un barrio muy oscuro, Barracas. Como prosecretario me tocaba ser interino de cierre rotativamente, es decir que hasta que no salía el diario de la rotativa no nos íbamos. Siempre nos quedábamos tres o cuatro y salíamos juntos a la medianoche. No sé qué podríamos hacer juntos, por lo menos correr juntos (risas), pero era una especie de protección de que nadie se iba solo.

AZ: Hay un artículo en donde es muy crítico a un discurso de Massera en plena Dictadura

MG: Si uno lee con prolijidad el libro verá que con el paso de los días y de las semanas yo consignaba cosas como la censura radial. No era colaboracionismo cultural lo que hacíamos. El diario me motivó a seguir la lucha en un frente mucho más comprometido. Cuando dejé de trabajar en La Opinión empecé a vislumbrar la posibilidad de fundar una revista, que se convirtió en Mutantia y como no tenía recursos fui a la persona que en ese momento más se la jugaba periodísticamente que era Andrés Cascioli y la Revista Humor. Desde la sátira, mantenía encendida la llama de la resistencia. Nos asociamos para coproducir Mutantia y salió a mitad del ochenta. Fue mucho más jugada porque salió con una postura pacifista, ecologista en el boom de los ismos tabú y por eso se convirtió en un símbolo.

AZ: ¿Los recitales y bandas que aparecen en sus notas eran propuestos siempre por usted?

MG: Siempre tuve claro que el testigo, en este caso el periodista, es una especie de gran ojo de la sociedad que tiene la posibilidad de documentar la época o ceñirse a lo que le gusta personalmente. En el momento tuve mis conflictos con algunos protagonistas de la música de rock porque he sido duro en caso de que amigos míos hacían recitales de mierda. Les pegaba duro. En los sesenta, cuando trabajaba en la revista Panorama, le di con un caño al debut del sello Mandioca que hizo dos recitales y el primero fue una calamidad. No es que porque eran amigos míos yo era complaciente. Me ponía en una postura realista en cuanto a que un poco el periodista cuando golpea a un espectáculo trata de aportar material que sugiera al protagonista de la paliza que tendría que probar otro camino u otra resolución de lo que está proponiendo. No porque uno tenga espíritu de verdugo. El crítico es copartícipe de los fenómenos culturales y si tiene la intención de contribuir en algo al fenómeno trata también de decirle al artista en qué considera que se ha equivocado. Nadie es omnipotente. Uno también a veces tiene ataques de sordera y no escucha en un recital lo que tiene que escuchar. Somos maleables. En el diario también hacía críticas de cine, libros, cubría toda la música popular. Este libro es una selección. Dejamos afuera materiales que no sean eminentemente rockeros aunque algunos quedaron. No podía omitir a Piazzolla. También hacíamos entrevistas. En el diario se escribía la crónica diaria (el diario no salía los lunes) y en un suplemento que era la estrella del periódico que era La Opinión Cultural, el suplemento de los domingos, en donde se hacían grandes reportajes. Aquí rescaté uno de Almendra en 1979. Se hacía a fin de año el balance del año en cada rubro, un número especial. Uno en el diario escribía lo que realmente lo apasionaba. Desde un punto de vista creativo, fue mi mejor redacción, como profesional.

AZ: ¿Siempre tuvo relación con el rock desde sus orígenes?

MG: Soy rockero desde el principio. Desde la adolescencia. Como mi mamá me hizo hacer completo el Liceo Británico manejaba el inglés. Escuchaba radio de onda corta y sintonizaba La Voz de América y el Hit Parade norteamericano. Es decir, cuando el rock and roll fue parido yo estaba sintonizando la radio. No lo sabía en ese momento pero había un trabajo de radialista en mi futuro que lo descubrí mucho más adelante. Sintonizando las ondas cortas que había en el combinado de mi casa, era un buscador. Venía del colegio secundario y me pasaba mucho tiempo corriendo el dial en la onda corta. Así descubrí, en una radio uruguaya, a Hugo Guerrero Marthineitz, en una chilena a un discjockey avanzado llamado Raúl Matas y en argentinas a figuras que eran locutores pero de noche en los turnos de relleno, donde no había programas especiales, se daban manija y filosofaban. El más jugado de esa época, para mí un arquetipo, fue Carlos Rodari. Así me convertí en un bicho potencial de radio y tuve la suerte de llevar un proyecto para un programa de rock en 1972, El Son Progresivo, en Radio Municipal que fue aceptado. También formé una productora de recitales llamada Rock Centro, en épocas en donde no había productoras. Nuestro elenco era Pescado Rabioso, Aquelarre, León Gieco, Pappo´s Blues, Color Humano, Raúl Porchetto. Así produje los recitales de Spinetta solista como Artaud en el Teatro Astral. Antes de eso, produje los demos de La Cofradía de la Flor Solar en La Plata. Venía inmerso, coprotagonizando la película como apoyo periodístico o moral. Iba a todos los recitales. Vivía en los teatros. Así empecé a generar libros después.

Grinberg con su gran amigo, el “Flaco” Luis Alberto Spinetta.
AZ: ¿Cómo siguió su camino por el periodismo?

MG: Me dediqué mucho a radio. En el ínterin, abrí un canal ecologista. Al mismo tiempo que empecé Mutantia, me vinculé con un centro de enlace internacional para el medio ambiente que estaba en Nairobi, Kenia. Allí me invitaron a una conferencia. Yo no sabía que me iba a pasar lo que me pasó. Hice un papel tan brillante, y había renovación de autoridades en ese centro, entonces los colegas africanos y asiáticos simpatizaron conmigo, me propusieron que me presentase como candidato y ganamos la elección. Me convertí en representante latinoamericano ecologista en el centro de enlace. Lo cual me significó toda esa década siguiente, del 82 al 92, en la órbita de Naciones Unidas. Estuve en gran parte de la redacción de documentos de la famosa conferencia de Río de Janeiro Eco 92. Tenía a mi favor que era trilingüe: me manejaba con el inglés, el castellano y el portugués. Tengo varios libros escritos sobre ecología social y soy profesor de periodismo ambiental en la Universidad de La Plata. Mi panorama entre la ecología, el rock, la poesía y la espiritualidad se fue diversificando enormemente. Durante siete años hice un programa llamado Ecoscopio por FM Cultura. De ahí emboqué en FM Faro Nacional y de ahí hace 9 años llegué a Radio Nacional con Rock que me hiciste bien. Es decir que entre un programa llamado Ecoscopio y otro que se llama Rock que me hiciste bien te das cuenta que siempre encontré la manera de estar activo en lo que la realidad me permitía. A veces no había posibilidad de hacer periodismo escrito entonces hacía radio o publicaba libros. Sino organizaba movimientos. Y aquí estoy. No me aburro.

AZ: ¿Cómo se lleva con la música argentina actual?

MG: No frecuento los recitales con la asiduidad del pasado porque en el pasado cubría todo. Aparte era una obligación profesional. Pero elijo muy bien a los que voy. Por ejemplo los últimos a los que fui fue un grupo veterano, Engranaje, de Bocón Frascino, a quien aprecio enormemente y me parece que es una figura de primera magnitud —no reconocido como tal porque él es anti estrella— pero también veo nuevos. Por ejemplo, el último recital que fui, porque soy fan de ellos, fue a AMEL donde están el hermano y el sobrino de Spinetta. Recibo las novedades de discos en Radio Nacional y los programo habitualmente. En la editorial donde me publican sacaron un libro de Martín Graziano, Cancionistas del Río de la Plata —para el cual escribí un prólogo— porque estoy muy animado en función de los solistas que se han dado en la última generación. Eso incluye a Gabo Ferro, Pablo Dacal, Juan Ravioli, Lisandro Aristimuño, Lucio Mantel. Toda una camada de músicos unipersonales que para mí simbolizan la línea que más me atraen en cuanto al contenido poético, la resolución armónica de sus materiales, su aproximación a otras vertientes musicales que no son necesariamente rockeras que es algo que prolongó también la vida del jazz moderno cuando figuras fundadoras como Miles Davis por ejemplo se pone a grabar el Concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo y hace una recreación de música flamenco desde la visión del jazz moderno. Es decir, veo una búsqueda de algo que todavía, a mi entender, está en gestación. No tiene una identidad definida ni tiene un nombre apropiado. Es más grande que el rock. El rock cumple 50 años en el 2015 y no podemos seguir haciendo la música que hacíamos en el Siglo XX. Aunque es lindo escuchar los clásicos, tanto los nacionales como los extranjeros. Pero el artista no puede quedarse encerrado en una cajita repitiendo cosas que ya fueron hechas. Es un buscador, un sembrador. Tiene que esperar que la semilla fructifique y le dicte lo que quiere compartir con la sociedad. Estoy atento a eso. Mientras me dedico a grupos de meditación y a trabajar en la siembra de certidumbres en el campo del alma. Estoy también en otro canal que me completa. No por un abuso de la variedad sino que tengo alternadamente mis frentes de batalla. A medida que se van presentando los voy resolviendo. No abandono la poesía, he retomado la publicación que durante cincuenta años no publiqué. Cuento con la simpatía de los editores.

AZ: ¿Cómo ve a la crítica musical actual?

MG: Creo que la unión creativa que se dio entre la contracultura y lo rockero años atrás se ha perdido. Primero porque la descomposición de la sociedad es mucho mayor y segundo porque al caballo del rock se han subido oportunistas que están pensando más en el negocio que en la cultura del rock. No están ni bien ni mal. Es parte de la realidad. En este momento puedo citar una revista arquetípica que fue Expreso Imaginario que unió ecologismo, pacifismo, rock, comunidades, movimientos juveniles rebeldes, insurrecciones coincidieron y se realimentaron. Ahora ambas van en carriles separados y no se retroalimentan. Están un poco exangües, de capa caída. Tal vez lo próximo tenga otra denominación, pero los viejos caballos están cansados. Hoy la contracultura transmite en otro canal.

AZ: ¿Cómo ve a la juventud hoy?

MG: Hay gente que está dormida y hay gente que está despierta. Lo singular es que internet, por ejemplo, está permitiendo algo que está eclosionando en la Argentina que son las radios libres, online, que no tratan de infiltrar su mensaje en la AM y FM comercial. También hay publicaciones digitales. Estamos en un momento puente entre lo que estamos dejando de hacer y lo que se está empezando a hacer y ahí necesitamos nuevos cronistas que dediquen su tiempo a recorrer la internet y a documentar lo que yo hice en una época como crítico de música en un diario de la Ciudad de Buenos Aires. Ahora el escenario es el universo. Eso requiere una flexibilidad mayor porque hay que convivir con culturas diferentes, con ideologías en estado de gestación y con invenciones que a veces son difíciles de digerir. Los “ismos” históricos están para el museo y los “ismos” nuevos inspiran desconfianza. El rock es un epicentro en ese sentido porque no se trata de crear nuevos ídolos, no se trata de cultivar el fetichismo. Había una expresión que usábamos en los años sesenta que decía que “cada hombre es su propio mesías”. La diferencia entre esperar un nuevo mesías y convertirse en parte del mesías universal es el desafío de esta época en donde el lema de convertir la propia vida en obra de arte parece haberle llegado su oportunidad. Ahí los roles cambian, el trabajo de los que dan testimonio cambia y empieza una nueva historia. Yo quiero ser parte de la nueva historia. Voy a seguir publicando mis carpetas de recortes pero lo hago yo porque no lo ha hecho otra persona. Es como un álbum de instantáneas. Uno no escribe la historia, la historia se escribe a sí misma y si hay cerca alguien con un grabador o con un lápiz el trabajo queda completo. //∆z

*Entrevista realizada el 12 de agosto de 2015 en el bar La Academia, Ciudad de Buenos Aires, Argentina. Una versión de la misma se publicó originalmente en DiarioZ.