En Everyday Robots, Damon Albarn vuelca todo su escepticismo sobre el mundo alienado: Trip-hop, soul, folk y world music aparecen como las armas elegidas por el líder de Blur y Gorillaz para la epopeya contra la tecnología y sus maquinarias desalmadas.

Por Javier M. Berro

Cabizbajo y solitario, Damon Albarn aparece en la portada de su primer disco solista como un melancólico abatido. No parece la pose de un ganador. Porque si nos dejamos llevar por el patrón del lenguaje corporal, el chico de la tapa parece un perdedor. Quizás preocupado porque el motor que mueve el mundo esté robotizándose cada día más, el británico nos carga de reflexiones sobre la desconexión con el mundo real y nos interpela como siempre desde las doce canciones de Everyday Robots, su primer disco solista.

Con los ojos mirando fijo el territorio digital, el inglés se desquita contra la baja cotización de las relaciones humanas y la vida cotidiana, minadas por demás por esa obsesa interacción con el entorno tecnológico: “Todos los días somos robots bajo control en el proceso de ser almas, conduciendo coches contiguos hasta que pulsamos ‘reiniciar’”. Así, abre de par en par las puertas de su percepción más personal para susurrarle al mundo, que avanza hacia una inevitable virtualidad, su descontento por esta expansión que nos domina bajo sus formas y maquinarias desalmadas.

Después de dos décadas de éxito en la música, primero con Blur -40 millones de discos vendidos y una revolución en el rock británico- y luego con Gorillaz, llevando justamente su obra hacia la frontera de la virtualidad, además de otros proyectos interesantes como The Good, The Bad & The Queen, Damon se resigna ante la pérdida de aquello que alguna vez Julio Cortázar ponderó como una reafirmación de la condición humana, que no debe ser resignada jamás. Simplemente porque todos