Un repaso por algunas películas que nos gustaron de esta nueva edición de uno de los eventos cinéfilos por excelencia de América Latina. El 2022 dejó la pandemia definitivamente de lado y presentó un Festival como los de antes, cargado de homenajes. ArteZeta estuvo allí, en Mar del Plata, presenciando algunos filmes que aquí reseñamos.
Por Ignacio Barragán.
Fotos: prensa del 35° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata
Este año el festival tuvo dos aciertos contundentes. En primer lugar, el hecho de haber dedicado esta edición a la conmemoración por los diez años de la muerte de Leonardo Favio, figura esencial del cine argentino. Este director fue uno de los pocos que supo darle una impronta nacional y popular a nuestro séptimo arte. Su homenaje, que consistió en la proyección de películas como Nazareno Cruz y el lobo (1975) o El dependiente (1969) además de charlas, es justo y necesario. Ojala que con el paso de los años el festival vuelva a este gran director ya que su filmografía es una piedra angular del arte argentino que excede lo meramente cinematográfico.
En segundo lugar, el recuerdo de Godard. El filme de apertura del festival fue À bout de souffle (1960), otro homenaje, esta vez a un caído reciente. ¿Qué decir de Godard que no se haya dicho hasta el momento? Sobran las palabras, quizá por eso sus últimas películas carecían de ellas. El cine sin Jean Luc es un lugar un poco más vacío.
Por fuera de estas celebraciones y efemérides, hacia el final del festival se otorgaron algunos premios. Saudade fez morada aqui dentro, de Haroldo Borges ganó como Mejor Largometraje de la Competencia Internacional, Trenque Lauquen de Laura Citarella en la Competencia Latinoamericana y Sobre las nubes de María Aparicio en la Competencia Argentina, entre otros galardones.
A continuación, un recorrido curado de forma caprichosa y arbitraria que intenta reflejar cierto espíritu de este último festival. Se decidió, por ejemplo, priorizar las películas argentinas por su elevado nivel estético y diversidad.
Un beau matin, de Mia Hansen-Løve
Cada película de Mia Hansen-Løve es un disparo certero. Esta obra aborda los complejos vínculos familiares y su relación con la enfermedad. Una trama de familias ensambladas e interrupciones amorosas que, a través de una mirada minimalista, dibuja una historia de amor.
El denominador común de estas narrativas es la problematización del concepto de familia y las tramas del yo. Sus personajes usualmente son seres autosuficientes que se mantienen alejados de sus parientes a los que, a la vez, vuelven. Una especie de retrato panorámico de la familia tradicional francesa en tiempos de vínculos líquidos.
Otra característica llamativa es la inclusión de bibliotecas por todas partes. Tanto en L’Avenir (2016) como en Tout est pardonné (2007) pareciese que los libros ahogasen las paredes de los departamentos. En esta última película lleva este recurso hasta el paroxismo. No solo las bibliotecas asfixian los distintos ámbitos de sociabilidad incluyendo la cocina sino que también funcionan como el telón de fondo de un memento mori. Estos libros que, en un primer momento, aparentan ser inofensivos se vuelven con el correr del filme un testimonio de la vida pasada; la certeza de una muerte próxima.
No está de más señalar a Hansen-Løve como una de las voces más frescas de los últimos años. Su filmografía merece especial atención por su estética y fuerza.
Juana Banana, de Matías Szulanski
Parecería ser que los treinta son ese punto bisagra en la vida de una persona en donde muchas veces se dan cambios de rumbo drásticos. Algunos se casan, otros tienen hijos y también están quienes deciden dejar el país entre otros giros importantes. Nada de eso hace, Juana, la protagonista de la última película de Matías Szulanski. Ella es una especie de anti heroína que deambula por las calles de Villa Crespo.
Juana corre, se la pasa corriendo como si estuviera dentro de una película de la nouvelle vague. Podría decirse que intenta evadir sus problemas pero, en realidad, intenta seguir adelante. En el afán de querer abarcarlo todo, desde la actuación hasta la literatura, su periplo es un continuo absurdo entre distintas instituciones culturales porteñas. Del Bellas Artes hasta la Sala Lugones. Hay una búsqueda de sentido, una pregunta por el oficio de vivir, como en una novela de Cesare Pavese.
Esta es una historia chiquita y culta, a lo Matías Piñeiro, que tiene de todo: aventura divertida y cosmopolita —en sintonía con lo hecho por Noah Baumbach en Frances Ha— (2012) y un humor absurdo que se asemeja al mejor Cha Cha Cha y la vuelve querible. Szulanki es una continuación del chabón fuma porro de Martín Rejtman, una saga que ahora se descontroló y tiene perspectiva de género.
No todo es risas, también hay emoción. Con el transcurso del filme se superponen capas de ficción con lo fantástico y esto le agrega una vuelta de rosca al género comedia. Si bien Juana Banana es un largo para reír y fumar, también lo es para soñar.
El rostro de la medusa, de Melisa Liebenthal
La búsqueda del yo, la autopercepción y las distintas maneras de relatar una genealogía son algunos de los tópicos en los que versa el cine de Melisa Liebenthal. En un principio estaban Las lindas (2016), peliculón sobre la belleza y los estereotipos de género. Ahora vuelve a la pantalla grande con El rostro de la medusa, un filme en el que se entreveran géneros como el documental, la ficción y lo experimental.
La historia de esta obra se desarrolla en torno a un hecho fantástico. Un día Melina, una especie de alter ego de la directora, se levanta con un rostro distinto. No está hinchada o con ojeras de más, simplemente tiene otra cara. A raíz de eso se dan una serie de secuencias que involucran la risa y el desconcierto. El desarrollo de los acontecimientos se entremezcla con imágenes de un zoológico italiano. En ese contraste se observa la colisión de dos mundos para visibilizar algo ya sabido pero no del todo anclado en la conciencia: los rostros de animales tienen mucho de humanidad.
Los límites entre la ficción y la realidad son los motores que mueven a estos personajes. La pregunta por el ser ya no es ontológica sino del orden de lo verosímil ¿Quién soy o qué soy en este mundo? Liebenthal intenta esbozar alguna que otra especie de respuesta en este laberinto mitológico de caras y medusas.
El amor vendrá como un incendio forestal, de Laura Spiner
¿Cómo filmar una carta? ¿Cuál es el efecto de las palabras en el relato y sus personajes? ¿Qué tipo de tramas se pueden trazar entre desconocidos y voyeurs? Estas son solo algunas de las preguntas que dispara la segunda película de Laura Spiner. Aquí la literatura, el epistolario y los amores no correspondidos se cruzan para dar vida a esta historia.
El ritmo parece de domingo por la tarde. Chicas en bicicleta, una flauta traversa, la librería del barrio. Este es el escenario de una trama amorosa que se ramifica por distintos caminos. Hay algún que otro guiño al prestigioso director francés, emblema de la Nouvelle Vague, Éric Rohmer en cuanto al desenvolvimiento de los personajes y sus distintos recorridos.
La correspondencia ocupa un lugar central. Del Parque Centenario a Agronomía, una serie de chicos cool se escriben y se desconocen. Obsesiones amorosas y letras se dan de la mano para condimentar una ficción con algunos misterios y emociones.
Te prometo una larga amistad, de Jimena Repetto
Benjamin Fondane fue filósofo, cineasta, poeta, traductor y mil cosas más al estilo de aquellos artistas renacentistas. Silvina Ocampo no necesita presentación, es una galaxia en sí misma. Ambos se conocieron en Francia durante la década del veinte y decidieron realizar una película en Argentina denominada Tararira que nunca llegó a estrenarse. Este filme cuenta un poco de este proyecto trunco y algunas otras aventuras más.
Lo que en principio parece un documental descriptivo, con ciertos guiños al backstage del asunto, se convierte en un experimento audiovisual que coquetea con el teatro y diversas formas de improvisación. Si bien la obra gira en torno a la relación entre Fondane y Ocampo, los actores que interpretan estos personajes se ven envueltos en vericuetos que van desde la intervención del cuerpo en el espacio público hasta la pregunta más elemental: cómo ser estos personajes.
La ópera prima de Repetto queda bien con todas las áreas que toca. Es un trabajo de investigación minucioso que, también, grafica los contratiempos de la historia y el chisme. Tampoco se olvida de que es un documental y juega con el guión, la dirección actoral y, sobre todo, con el absurdo. Algo de lo que Fondane podría sentirse orgulloso.
Sobre las nubes, de María Aparicio
Existe una sensibilidad cordobesa que últimamente se encuentra de manifiesto en el cine argentino. Sobre las nubes forma parte de ese canon. Esta película es un collage de cuatro vidas que no tienen relación aparente entre sí salvo por un hilo conductor formado por la precarización laboral y la crisis económica de los últimos años.
El blanco y negro, la parsimonia, la espera. Esta obra tiene un ritmo único, llevadero y, por momentos, esclarecedor de cierta coyuntura contemporánea. Por momentos recuerda a la simpleza de los relatos de Hong Sang-Soo pero con el paso del tiempo aparece una Córdoba asfixiante por no decir, un país con serios problemas. No es una reversión de Mundo grúa (1999) mezclado con Bolivia (2002) pero se acerca al Nuevo Cine Argentino de los 2000. No resulta nada raro que en momentos de tensión social aparezca un cine más orientado a lo político. Con una sensibilidad a flor de piel frente a determinadas injusticias.
Sobre las nubes no se relaciona con el cielo sino, más bien, ofrece un paseo por el infierno. Si, uno encantador, con texturas y pliegues argumentativos. Pero un infierno al fin. //∆z