En Ghost Stories, Coldplay le pega un volantazo bastante sorprendente a su pop monumental y logra algunas sorpresas, pero termina a medio camino. Apuntes sobre un disco de divorcio tal vez demasiado fantasmal.

Por Santiago Farrell

Si hay algo a lo que debe estar acostumbrado Coldplay a esta altura, es a dos cosas: los estadios y las críticas. Los primeros aparecieron casi de golpe con ese compilado de hits llamado A Rush of Blood to the Head (2002) y no hicieron más que aumentar en tamaño y frecuencia desde entonces. Las segundas también crecieron exponencialmente, a tal punto que bardear a la banda se convirtió en una especie de deporte con ribetes mojigatos. No ayudó demasiado que el falsete de Chris Martin recordara un poco al de Thom Yorke, ni que un hit sonase parecido a un tema de Joe Satriani ni, sobre todo, que el cuarteto londinense sufriera lo que se puede llamar “el síndrome U2”: tal como sucedió con los de Bono, a medida que su popularidad aumentó, el potencial emocional exhibido en Parachutes (2000) se agigantó y al mismo tiempo fue perdiendo sustancia, transformado en hits cubiertos por capas de teclados, guitarras en delay heroico y letras casi mesiánicas que dicen poco y nada. Esta elefantíasis empeoró con cada disco, incluso en los coqueteos experimentales con Brian Eno, Viva la Vida or Death and All His Friends (2008) y Mylo Xiloto (2011).

Así las cosas, dado el incuestionable éxito, no cabría esperar que las curtidas pieles de Coldplay se molestasen en cambiar de rumbo, y acá entra Ghost Stories. Según Martin, se trata de un disco conceptual sobre el pasado y la capacidad de amar inspirado en su separación de su exmujer, Gwyneth Paltrow. Podría ser la base de otro álbum grandilocuente, pero “Always In My Head” se encarga de por lo menos confundir a quien piense así. Un coro femenino y una guitarra à la The Edge dan paso a un Chris Martin apagado, discreto, que canta casi como con cuidado de despertar a alguien sobre un colchón de teclas. Suena como un leitmotiv conceptual y al mismo tiempo como si el disco hubiera arrancado por la mitad. Ah, y está un par de cambios abajo.

La novedad persiste en “Magic”, cuyo beat no despreciaría el Radiohead de principios de siglo, que se va construyendo de a poco con coros en staccato y estallidos de piano, llegando a un breve clímax y vuelve a caer a las profundidades. Es el modus operandi de casi todo Ghost Stories: calmo y despojado, con sonidos que van irrumpiendo de a poco y quedan en la memoria, como el sintetizador de “Ink” o el pulso parecido a un sonar en “Oceans”, una agradable sorpresa semiacústica que evoca al Beck de Sea Change y sale perfectamente airosa. Esto no significa que pierdan su atractivo pop: no faltan ganchos en los estribillos de “Ink”, “Oceans” y “Another’s Arms”. Hay también un marcado tono electrónico, especialmente en “A Sky Full of Stars”, cuyo estallido dance bolichero llama la atención por ser el único pico de intensidad del disco.

Aun con cierto elemento de pompa, Ghost Stories nunca se eleva a las alturas, como muestra “Midnight”, que amaga varias veces con una explosión termonuclear y se abstiene, en un notable ejercicio de autorrestricción. La paradoja es que tal vez ahí resida el problema. Por momentos la dinámica del álbum se torna tibia, demasiado tranquila, casi monótona, especialmente pasada la sorpresa de la novedad. Pareciera que Coldplay confunde salir de un extremo con irse al opuesto, y dinámica, sonidos (bases electrónicas, teclados angelicales, guitarras etéreas) y hasta melodías apenas si varían en varios pasajes. A esta impresión contribuyen mucho las letras de Martin, que parece atravesar un estupor difícil de sobrellevar. Sería injusto pedirle un Blood On The Tracks, pero a lo largo de Ghost Stories tan sólo describe escuetamente el momento, sea que recuerda cuando veía tele con su pareja (“Another’s Arms”), que no puede dormir pensando en ella (“Always In My Head”) o la constatación de que se dejó estar y la perdió (“True Love”). Y nada más, literalmente. Las letras tienen muy poco peso para lo que pide un disco conceptual y le juegan en contra, porque el sonido tampoco se sostiene del todo solo.

Las cosas probablemente sigan como siempre para Coldplay, tanto en materia de estadios como de críticas. En Ghost Stories hay un intento consciente de cambiar de rumbo, espíritu ya presente en discos anteriores como Viva la Vida… pero el resultado se queda a medio camino. Sin embargo, el esfuerzo no es desdeñable, y es una agradable sorpresa verlos tratar de bajar los humos y ponerle un poco más de sustancia al sonido que venían haciendo. Quizás Martin y compañía le encuentren otra vuelta de tuerca a las cosas la próxima vez.

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