En Gargoyle, el influyente Mark Lanegan continúa la línea de beats electrónicos iniciada en Blues Funeral, pero con canciones que lo llevan a luminosos lugares poco conocidos de su carrera.

Por Agustín Argento

“Naturaleza muerta con rosas en un florero; la espina en tu mano; cartas que no se enviaron en una caja; congeladas donde estás”. Mark Lanegan tiene 52 años y sigue escribiendo con la calidad de cuando tenía 25 y lanzaba su primer disco solista, The Winding Sheet. Las flores, como en su clásico “Wild Flowers”, siguen formando parte de su paisaje y su cavernosa voz de crooner entiende a la perfección cómo interpretar una canción.

Pasaron 27 años; diez discos propios; cuatro con Screaming Trees (y otros cuatro anteriores); tres con Isobel Campbell; uno con Duke Garwood; 18 colaboraciones y una interminable lista de apariciones en canciones. A su lado se pararon músicos como Kurt Cobain, Layne Staley, Dave Gahan, Nick Cave, Alain Johannes, Joshua Homme, Moby, Pj Harvey y John Cale. Su música atravesó el grunge, el stoner, el blues, el folk, los covers acústicos, el country y la electrónica.

¿Qué se le puede pedir, entonces? Que haga un buen disco. ¿Qué se puede esperar? Que haga un buen disco. Porque Lanegan acostumbró a su público a mantener siempre la vara bien alta. Ya sea con el espíritu punk de “Black sun morning”, la desesperación en “Borracho”, el minimalismo de “I´ll take care of you” o el swing de “Emperor”. Sus canciones tienen una profundidad única que las hace personales, no sólo para el ex Screaming Trees, sino también para quién lo escucha. Son letras que calan profundo y que se pueden erigir como poesía.

“Limpio; nuevos caminos abiertos; luz del mundo; redimida; tu niño humilde; no me dejes acá; permitime ir con vos” (“Old Swan”). Lanegan rompe malezas para que esa personalidad huraña, ese frontman inmutable, esa garganta impenetrabale se siente junto a uno y, así, prestarle, más no sea un rato, un poco de su corazón y de su gran capacidad para poner en el papel los vericuetos del sentir.

Con Gargoyle, este escritor que acaba de publicar su primer libro de canciones y poesía (I´m the Wolf) se mece entre baterías pregrabadas para continuar el camino que comenzó en 2012 con el impresionante Blues Funeral y que siguió con el impactante Phantom Radio. En alguna entrevista, de las pocas que suele dar, dijo que desde aquel momento se siente influenciado por el krautrock, el movimiento de rock alemán de los ‘70 que aglomeró a bandas tan disímiles como Can, Kraftwerk y Cluster.

En 2012 uno podría haberse preguntado: “¿Lanegan haciendo electrónica?”; sobre todo luego de Fields Songs y Bubblegum. Hoy esta versatilidad para pasar de un estilo a otro no debería sorprender. Se suma a las giras con Garwood o Greg Dulli, dos trovadores de la guitarra; la participación en algún proyecto audiovisual con Moby o al dejar la producción en manos del inclasificable Alain Johannes.

Gargoyle es un escalón más en la vida musical de quien le enseñó a Cobain cómo hacer el clásico “Where did you sleep last night?”. Pero si bien la lírica se mantiene dentro de la oscuridad que hace juego con su siempre eterna vestimenta negra, la música ya muestra un halo de luz. Composiciones como “Beehive”, “Blue blue sea” y “Old Swan” no hubieran tenido lugar en los discos anteriores. Quizá habrá influido la participación del británico Rob Marshall; o la del mencionado todo terreno (guitarras, bajos, baterías, secuencias, coros, letras, sintetizadores, etcétera, etcétera) Johannes.

“Algo está cambiando”, canta sobre un piano, unas cuerdas y una guitarra acústica en “Goodbye to beauty”. Y sí, algo ha cambiado en Lanegan. Pero son esos extraños cambios que mantienen lo que hay, que continúan el camino trazado e iniciado hace treinta años, cuando con tres amigos formaron Screaming Trees, sin saber que en el trayecto iban a quedar otros como Staley, Cobain o Chris Cornell, compañeros de aquel mensaje sacado desde la oscuridad y que no llegaron a ver la luz que Mark Lenegan comienza a mostrar.//∆z

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