Dibujo de Rayo, el último disco de Marina Fages, suena en el celular de Nikola Tesla en algún lugar del mapa. Una silla vacía en el centro de un barrio atravesado de flechas centellantes. Rayos dorados al corazón. Vamos a jugar el juego.

Por Gabriela Clara Pignataro

“La distancia no debe entenderse en sentido métrico sino en sentido de alejamiento; con cada centro y para otro punto situado en cualquier distancia se puede trazar una circunferencia.” Beppo Levi, Leyendo a Euclides.

Es de noche. Truena a lo lejos. El cielo se ve despejado. El trueno, contracción del tambor, retumba dentro del pequeño universo en la voz de una mujer. El mundo es una esfera suspendida, una roca magnética. Una piedra atravesada por el sueño del rayo.

La luz dibuja un ritmo en el espacio que se abre a su paso. El rayo cabalga en una cinta infinita: el barrio es la continuidad de la ruta que es el revés del campo que es espejo del barrio que mira desde las terrazas las casas vacías al costado del camino. Todos los puntos distantes se miran de cerca y alejan, diálogo sonoro en un círculo de luz  fluctuante entre lo real y  las  imágenes detrás de los ojos.

Canción tras canción se nos desliza una paradoja cuántica: la realidad se equilibra en la mente, una mediación; la imaginación un talismán que actúa como disyuntor entre las fuerzas centrípetas del tiempo.

Como parajes fuera de tiempo en una médula eléctrica flotante, el cuerpo de Dibujo de Rayo es una ramificación de ritmos ordenados que se tiñen de atmósferas radiantes pero prolijas, puras y filosas.

Folk eléctrico arañado de punk, salpicado de valsecito y parche; con gran riqueza instrumental y fina  masterización que devuelven un espejo sonoro heterogéneo pero pulido y rutilante.

Dibujo de rayo es una experiencia. En el campo o en la ciudad, lo mismo da: la realidad se equilibra en la mente. Dibujos fluorescentes detrás de los ojos se encienden al darle play.