Se reeditó El otro lado, Retratos, Fetichismos, Confesiones (Anagrama), libro que recopila gran parte de su obra periodística. A continuación, rescatamos un diálogo que se publicó en 2020, en plena pandemia, al lanzarse la primera edición por Ediciones Universidad Diego Portales. Una charla en torno al feminismo, las redacciones, la belleza, la obsesión y la oscuridad; diferentes aspectos que expanden su universo literario.
Por Pablo Díaz Marenghi* Fotos de Nora Lezano e Irene Medina
“Me gusta el modo fan. Me gusta escribir no tanto desde lo informativo sino con verdadero entusiasmo” afirma Mariana Enríquez via Zoom, pandemia mediante. Hace poco publicó El otro lado, Retratos Fetichismos, Confesiones (Anagrama), una voluminosa recopilación de parte de su obra periodística editada por Leila Guerriero. La autora, ganadora del Premio Herralde de Novela 2019 por Nuestra parte de noche (Anagrama), viene desarrollando, además de su obra literaria, una amplia carrera periodística. Sobre todo, dentro del diario Página 12 donde se desempeña como subeditora del suplemento Radar.
Este libro funciona como un muestrario de obsesiones que rozan su universo literario. A saber: la juventud como potencia maldita, la carne, lo gótico, el terror, los excesos, la androginia, la intimidad, las mujeres y el rock. De hecho la charla incluyó un pequeño análisis del último disco de su amado Bruce Springsteen: “Me volvió loca. Me asombra la vitalidad del tipo. Está pensando en la muerte pero de otra manera. Es EL tipo de personalidad que envidio y admiro”.
Asi piensa, habla y escribe Mariana Enríquez. Con un entusiasmo apabullante por las cosas que se pierden en su fuego interior.
Los textos periodísticos que componen este libro tienen vasos comunicantes con tu literatura. ¿Eso fue premeditado?
Eso se relaciona con la selección de Leila (Guerriero). Ella pensó en retratar el lado B del escritor. De alguna novela mía me han preguntado cómo hice la investigación y siempre quedo un poco tonta diciendo “no investigué nada”. En muchos casos lo investigué haciendo periodismo, como los pasajes de Nuestra parte de noche (2019) que transcurren en Londres a fines de los 60, una época que me interesa mucho —una espiritualidad oscura, la Era de Acuario yéndose a la mierda—. Las fuentes de mis investigaciones periodísticas se convirtieron en mis intereses. Por eso no suelo regresar tanto a ellas. Componen un archivo que, por suerte, coincide con mi trabajo. Tiene que ver, también, con construir tu propia agenda en el periodismo cultural. Creo que lo logré. Después de un tiempo, por supuesto.
En los textos que conforman el apartado Mi mundo privado asumís la primera persona y aparece el cuerpo como categoría de análisis. ¿Por qué le das tanta importancia?
Está vinculado con una mirada de género. En esas pequeñas crónicas de no ficción, nada de lo que pasa es mentira pero construí un personaje que, a lo mejor, es un poco más quejoso que yo, más gracioso o más preocupado por el cuerpo. Enfatizaba ciertas cuestiones ligadas al gusto/disgusto por el cuerpo, la mirada, lo sexual, la salud, la comida o la ropa. Estos temas hoy en día están más presentes que cuando empecé a escribir. Sobre todo por la mayor presencia de mujeres y la visibilidad que le da el feminismo a estas cuestiones. Antes era considerado frívolo que hubiera mujeres escribiendo sobre cremas o cirugías estéticas. Mi idea era darle una vuelta cotidiana o, en cierto sentido, freak, a estos temas. Decir: todas estas cosas nos pasan y son imposiciones sociales. El tono, además, nos exige que todas estas cuestiones opresivas las tomemos con gracia y felicidad (dejar de comer tiene que ser algo bueno y vos estás sufriendo como una loca). La cuestión estética acerca de los cuerpos (describirlos y decir si te parecían atractivos) era algo, también, despreciado en la crítica de rock. Ese efecto cuando lo hace un hombre también es despreciado pero porque se lo tilda de baboso o de ver a la mujer como una obra de arte. Quería tener el permiso para hacer lo mismo. En el periodismo de rock estaba casi prohibido que tuvieras sentimientos eróticos hacia los músicos. Lo cual es una locura porque eso es lo que el músico quiere de vos. Eso, en parte, lo hace famoso. Cuando hacés crítica lo vivís en carne propia. Recuerdo una vez que venía The Cult. Yo era súper fanática por su música y, además, el cantante, Ian Astbury, es una locura de hermoso. Me acuerdo que no se qué crítico me avisó que venían y le dije “Me muero, ay, verlo a este hombre de vuelta”. Me dijo: “Además es un gran cantante”. Y dije: “Pero pedazo de estúpido, ¿vos te pensás que soy sorda porque él me parezca que está bueno? ¿Qué tiene que ver?”.
¿Viviste otras situaciones similares?
Muchas veces me pasó. La burla, que me digan “tal película te gusta porque está tal actor”. El actor está para eso. ¿Me vas a decir que en Nido de ratas no está Marlon Brando puesto ahí para que te parezca atractivo? Es esquizofrénico: es negar una experiencia que existe en busca de ese tipo de reacciones. O David Bowie vestido de hombre/mujer, no sabés lo que es, bellísimo y si te volvés loca sos una especie de tarada/groupie/fan. Pero él está buscando eso. Y no es David Bowie el que te censura. Es el coro de los varones. Y los jefes, en algunos casos. Lo dejé de hacer hace poco porque ya soy grande y no encuentro tantos que me produzcan eso (risas). Es una zona que me puedo ganar, un poco borde, pero me parece que es una mirada que se negó mucho tiempo. Lo hago con hombres y mujeres. Hubo un tiempo que reivindicaba mucho la androginia y la cuestión de hacer entender que cuando una chica ve a Mick Jagger sobre el escenario se quiere acostar con Mick Jagger pero también quiere ser Mick Jagger. Y puede escuchar ese disco y distingue perfectamente que Let it bleed es mejor que Steel Wheels. No está sorda.
Respecto a este gesto político tuyo en relación a tu visión sobre el cuerpo y la belleza, es interesante tu texto “Aflojen con las tetas” (2011) para pensar cuestiones actuales sobre género y corporalidad. Es bastante avanzado para los debates de aquel entonces
Estos temas, que después tomó el feminismo (no por mí, claro) estuvieron desde siempre pero eran una suerte de quejas privadas: Todas nos quejábamos y nos sentíamos incómodas ante diferentes situaciones de acoso o de violencia machista pero no lograron instalarse en el discurso público. En esa época había una especie de feminismo subterráneo que tenía que ver con algunos encuentros que hacía Pat (Pietrafesa) de She Devils, amiga mía, que organizaba el festival Belladonna y tenía un fanzine buenísimo: Take back your life. Habían editado un split con Fun People, El aborto ilegal asesina mi libertad. Cuando lo presentaron había un montón de punks varones que se pusieron super locos. Había un montón de bandas de chicas. Todo esto era medio under. En esos ámbitos, esas cuestiones ligadas a la conciencia feminista estaban muy claras. En otros espacios también, como en la campaña del aborto, por ejemplo. Pero no había un movimiento sino gente desconectada, como en sus mambos. Volviendo al texto que mencionas, releo mucha soledad en lo que escribía en aquella época. Ahora, incluso, los leo y pienso que hoy en día, si escribiera sobre esos mismos temas, haría cosas más atrevidas porque el presente lo permite. Y es un texto de 2011. No pasaron tantos años. Eso me llama la atención: algo se rompió muy rápido y, para muchas, fue un alivio. Creo que tenía que ver con todo ese movimiento de gestación que comentaba antes. Algo lindo también es que el crecimiento del feminismo es visto como un colectivo, ninguna se lo adjudica. Es un movimiento. Era lo que queríamos y pasó.
Ahora que se habla mucho de paridad o de cupo, varios de estos temas están en tu formación. ¿Seguís reflexionando al respecto?
Siempre te tenés que formar. Creo que tiene mucho que ver la experiencia propia y en un ámbito laboral como el periodismo. En general, hubo muchas mujeres en el periodismo pero no tantas. En ciertos lugares que transité, el periodismo de rock por ejemplo, no había. Ahora hay muchas chicas. Pero había momentos en que, realmente, éramos dos o tres. Eso lo viví más como editora. También veías periodistas mujeres relegadas a esa entelequia que es el periodismo femenino, lo mismo que la literatura femenina y todo lo demás que son formas amables de segregarte a lo que los demás consideran que son tus temas. En general son temas que te dejan afuera de grandes temas. El periodismo es un lugar, sobre todo en ciertas áreas específicas, donde es muy difícil entrar para una mina. No tanto porque los hombres que están ahí sean terriblemente machistas. Sino porque se constituyó cierto funcionamiento que consiste en que la mayoría es varón y, por lo tanto, recomiendan a varones. Es natural. Son sus amigos. Por eso lo que me enoja es la estructura, no tanto las personas.
¿Creés que eso se está modificando?
Sí. Me pone contenta que en Radar tengamos críticas de historieta, rock y cine mujeres (Andrea Guzmán, Micaela Ortelli, Paula Vázquez Prieto). Son periodistas super formadas. No son nenas. Ya tienen un camino hecho. No era tan común hace 15 años. Esas cuestiones cómo entiendo la paridad tuvieron que ver con mi experiencia. Por una cuestión de enfrentamiento con la realidad, fui pensando a lo largo de mi carrera periodística: “che, me gustaría que hubiera otra chica que escribiera sobre rock”. También veía a mujeres haciendo crítica pero sólo en revistas femeninas. Eso, en los últimos tiempos, está cambiando y, al vivir la transición, el tema de la paridad lo incorporas. No es tanto una cosa teórica sino real. También tiene que ver con que se animen las mujeres. Cuando fui editora, enseguida cuando había una periodista mujer que me interesaba la tomaba, pero cuesta más que lleguen. No tengo la respuesta de por qué ocurre. En estos tiempos no existe tanto el jefe siniestro. Es un momento absolutamente abierto donde, además, te van a bancar. Tampoco es que lo padecí tanto. Padecí más la soledad que la cuestión abusiva. No era tanto un maltrato sino una especie de otredad constante.
En uno de tus textos de este libro recordás la publicación de tu primera novela y mencionas que en aquel momento también hubo una mujer que desempeñó un rol fundamental: Gabriela Cerruti
Sí, la llegada a Gabriela fue totalmente cotidiana: era amiga de su hermana, Andrea. Ahí pasó algo también: a Gabriela la mandaron a cubrir la campaña presidencial de Menem en ese momento porque pensaban que iba a perder la interna con (Antonio) Cafiero. Lo mismo que me pasaba a mi cuando venía a tocar Led Zeppelin y me mandaban a cubrir al telonero. A Gabriela la mandaron, entonces, al telonero. Y el telonero ganó. Después, terminó escribiendo El jefe, un libro notable, pero, en realidad, la primera intención de las autoridades del diario fue enviarla a cubrir al candidato que no esperaban que ganara. Los periodistas más respetados cubrían a Cafiero. Fue una especie de justicia poética. Página siempre tuvo muchas minas. Sandra Russo, las directoras (Nora Veiras, Mariana Carbajal). Clarín tiene también (Patricia Kolesnicov, Matilde Sánchez). Hinde Pomeraniec en Infobae Cultura. Pero aún hoy en día siguen siendo espacios muy ganados. Son mujeres que tienen más de 25 años de trayectoria en el periodismo.
¿Cómo ves al periodismo actual?
Muy complicado. Pasan cosas paradójicas. Doy clases de periodismo narrativo y tengo alumnos con ganas de escribir textos de no ficción, investigación. Me pregunto dónde los van a publicar. No porque no haya público, pero no hay muchos medios y, los que hay, son muy clickeros. Aunque tu texto sea buenísimo va a estar titulado de una manera que busque llamar la atención y tal vez se pierda. Se está achicando el espacio del periodismo gráfico largo. Y crítico ni hablar. La reseña existe cada vez menos. Hay una multiplicidad de personas escribiendo en Medium en sus propios sitios web. Creo que existen buenos medios digitales. Incluso he encontrado buenas reseñas literarias en Instagram. A veces me pregunto dónde está el periodismo en ese sentido, cómo es la profesionalización si un tipo que nunca pasó por un medio, por una redacción ni nada puede hacer muy buen periodismo escrito con su teléfono. Pero el periodismo es un oficio. Es decir, se tiene que pagar. Me preocupa cómo estos medios indies lograrán ser sustentables. Un periodismo de calidad hecho a voluntad no dura mucho. Debería dejarte un dinero digno. Además, se suma el problema de que las colaboraciones en medios tradicionales tampoco se pagan bien. Creo que el problema más grave es la precarización. Es algo que se paga poco, mal, o incluso, en muchos casos no se paga. Todo lo que no tiene una buena retribución económica termina siendo, de algún modo, elitista, y el periodismo es un trabajo, no un hobby. La pasión por hacer algo que no te de una retribución monetaria es breve. No podés estar toda tu vida con eso. No es que no vea buen periodismo sino que observo una enorme precarización del oficio en toda la gama. Más en un presente de fake news y una tremenda confusión en las redes sociales. Me entristece ver notas hechas a partir de cosas que se hicieron virales. Pero también entiendo que eso rinde económicamente. Eso es otra forma de precarización. A lo mejor sos un buen periodista que trabaja en una redacción pero te piden una nota sobre una noticia que se hizo viral. Eso no es periodismo. Creo que es posible hacer periodismo en las catacumbas de internet pero no, simplemente, extrayendo información de allí. //∆z
*Una primera versión de este artículo se publicó en 2020 en Revista Cheek Argentina.