Teatro: inspirada en un cuento de John Cheever, la obra del Grupo Sambuseck presenta en La Carpintería el vaivén entre la felicidad y la infelicidad de una familia en la orilla.

Por Flora Vronsky

Anna Karenina -la mejor novela de la historia, según William Faulkner-, empieza así: “Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera”. Este comienzo bien podría usarse para definir a grandes rasgos Marea, la obra de teatro que el Grupo Sambuseck está presentando en La Carpintería, pero es posible que en este caso no sea suficiente.

Una casa en la playa, un verano perdido en el tiempo y los hermanos Jáuregui (Marina, Santiago y Federico) que coinciden unos días en el ámbito íntimo que los vio crecer con un padre ausente y una madre ahogada en el mar. Terminan de conformar el paisaje Marco y Ana (parejas de Marina y Federico, respectivamente), además de Carmen, compañera de la infancia de todos, que se quedó en el pueblo costero y que de alguna forma queda encargada de la casa Jáuregui durante el año. Una tribu, en definitiva, que pendula entre la felicidad y la infelicidad en un vaivén presuntamente obvio pero sutil. Y en ese movimiento descansa una de las claves de la obra: el ritmo.

Dos elementos sostienen las transiciones entre escena y escena con un devenir líquido, pero un líquido sabroso y un tanto denso -como un ligue- que, por eso mismo, imprime una belleza sórdida tanto en los comienzos como en los finales:

Uno de ellos son los textos en off, muy bien leídos por Mercedes Scápola Morán, que traen al texto global de la obra detalles sobre el comportamiento y los hábitos de diferentes especies del mundo animal (pájaros, tiburones, hienas, pingüinos) que van a hibridar con lo que los personajes nos dejan ver de sí mismos, enriqueciendo y aumentando de forma precisa el pacto ficcional. De hecho, la noción de animalidad que gravita sobre toda la obra y que los actores encarnan de manera literal y potente, habilita la presencia de ciertos registros de la violencia que, como círculos concéntricos, van confluyendo sobre Santiago (el hermano-núcleo). Santiago se erige como un punto de luz que refracta tanto sobre sí mismo como sobre el resto de los personajes, pero con el acierto de no llegar a ser la figura que fagocite el drama colectivo, y pulverice toda la intimidad y la sutileza que se van construyendo a fuerza de memoria y presente, a fuerza de ir descubriendo las anclas que cada miembro-especie de la tribu carga consigo.

El otro elemento es la música original, compuesta por Nicolás Bari y Matías Niebur, alejada de toda función de ornamento, que va diseñando el clima de oleaje y repiqueteo pero sin correr el riesgo de convertirse en una suerte de didascalia para el espectador porque, en realidad, hace pendular la emocionalidad y la acompasa, sin interferencias.

Tantos los textos como la música junto y los parlamentos generan un movimiento de tal intensidad que, a poco de empezar la obra, ya nos instalan en una marea cuyo ritmo desfigura la frontera entre lo ficticio y el ‘mundo de lo real’. Un ritmo que es en sí mismo verosímil, al punto tal de que es casi imposible hablar de Marea sin recurrir de forma espontánea al campo semántico de lo acuífero.

flyer Marea

El texto original, inspirado en un cuento de John Cheever, Adiós, hermano mío, es en su inmanencia prácticamente circular, si no fuese por una escena en la que la dinámica tribal se hiperenuncia en un registro un tanto desfasado de la figuración hasta allí construida por todos los elementos, como si de repente se detuviese el vaivén y nos lanzaran a tierra, como si hundiéramos los pies en el hueco de una rompiente y perdiéramos el equilibrio. Aún así, la palabra es poderosa y nos sostiene antes de caer, atravesada por las escenas en las que lo lúdico (las pequeñas gotas de sórdida felicidad) nos estalla en el cuerpo por la potencia actoral que se despliega en la sala y nos salva. Ese tipo de potencia que despierta el deseo de destruir la cuarta pared a golpes y de tocar la arena de los Jáuregui, de irrumpir en sus recuerdos y en aquello en lo que se han convertido y jugar y nadarcomo si nadar tuviese la fuerza purificadora que reclama el bautismo” (Cheever).

Podría decirse, entonces, que Marea termina siendo uno de los modos felices de la infelicidad; una sucesión de los ritmos de la nostalgia y del dolor; una manera del juego de lo que somos -memoria- tan íntima como inmensa.

MAREA

Texto original del Grupo Sambuseck / Textos en off de Martín Jali y voz de Mercedes Scápola Morán / Actúan María Elisa Bressán (Ana), Pablo Chao (Marco), Ignacio De Santis (Santiago), Mariana Eramo (Carmen), Pedro Pena (Federico), Malena Schnitzer (Marina) / Vestuario Jam Monti / Escenografía Gonzalo Córdoba Estévez – Los Escuderos / Diseño de luces Ricardo Sica / Música original de Nicolás Bari y Matías Niebur / Asistencia de dirección Agustina Barzola Würth / Producción general Grupo Sambuseck / Dirección de Sergio Calvo e Ignacio De Santis

Sábados a las 22:30 en La Carpintería, Jean Jaures N° 858, Abasto, Buenos Aires.//∆z