Hablamos con el periodista sobre su nuevo libro, en el que cuenta el proceso de innovación técnica que le dio empuje al rock nacional durante los años 80.
Por Pablo Díaz Marenghi
La década del ochenta en la Argentina fue una bisagra, marcando un antes y un después en muchos aspectos. Una democracia incipiente dejaba atrás a la dictadura más sangrienta de la historia. Hombres y mujeres gritaban, a viva voz, sus ansias de libertad. Eran tiempos de ebullición y efervescencia contracultural. De cementos y parakulturales. No sólo se vivían tiempos convulsionados en torno al arte y la creación. Era el momento, también, para la innovación técnica. Las luces, el sonido y los efectos especiales propios de los espectáculos musicales en vivo atravesaron, también, una evolución. De este aspecto, quizás el menos abordado dentro de la historiografía rockera, se encargó el periodista Marcelo Fernández Bitar (1964) en su libro La Vida Secreta del Rock Argentino (Sudamericana, 2019).
De larga trayectoria, el autor de 50 Años de Rock en Argentina y Soda Stereo: la biografía total, entre otros títulos, disgrega a partir de varias entrevistas el crecimiento en cuanto a recursos técnicos e innovación que atravesó la música argentina a partir del advenimiento de la democracia. Se intercalan las voces del célebre iluminador Juan José Quaranta con la del guitarrista/sonidista Héctor Starc o los managers Mundy Epifanio y Daniel Grinbank. Desde grandes shows que abrieron las puertas para nuevos equipos, como Tina Turner o Queen, hasta el propio ingenio de los trabajadores argentinos para hacer de la carencia una virtud. Muchas veces se trataba de, como se menciona en un momento, “contratar al contrabandista, tener los contactos en la aduana y conseguir el dinero suficiente”. Diferentes causas y azares terminaron impulsando la industria al punto tal de que varios de los entrevistados coinciden en que la Argentina está casi al mismo nivel que cualquier país del (mal llamado) primer mundo en cuanto a infraestructura rockera.
En diálogo con ArteZeta, Fernández Bitar profundiza sobre algunos conceptos y habla del proceso de producción de una obra que viene a echar luz sobre aspectos que, hasta el momento, permanecían opacos dentro de la música local.
AZ: ¿Cómo surgió la idea de hacer este libro y cómo decidiste el formato, con bastante entrevista directa y una mayor intervención de los entrevistados?
MFB: La idea surgió a partir de la curiosidad personal de saber qué ocurrió en los años ’80 para que la producción de recitales pasara del nivel de cabotaje a un nivel internacional. Tenía, por un lado, la imagen de los primeros shows en Obras, y por otro los primeros mega-conciertos en River. ¿Qué pasó en el medio? No sabía con qué me iba a encontrar, si iba a ser aburrido o divertido, con anécdotas o pura información técnica… así que arranqué con las entrevistas sin saber aún el formato que tendría el libro ni el tipo de escritura. Después de una docena de reportajes, tras debatirlo conmigo mismo y con colegas como Eduardo Berti, decidí que lo mejor era ordenar un entrevistado por capítulo, haciendo foco en su relación con un músico en particular, y respetando el pregunta/respuesta.
AZ: Una pregunta recurrente en el libro es sobre el nivel de la producción técnica argentina a la hora de organizar shows con respecto al contexto internacional. ¿Cuál es tu mirada sobre el tema y cuáles te parece que fueron los principales hitos en ese proceso de actualización, reconversión y cambios?
MFB: Imaginaba que un factor podía haber sido el crecimiento del rock argentino en sí, pre y post Malvinas. También creía que hubo algún período con cambio favorable en la relación dolar/peso. Pero no imaginaba el empuje que dio cada requerimiento técnico de las visitas internacionales, algo que me mencionaron todos los managers, productores y técnicos usando la palabrita “rider”, en referencia al anexo de los contratos.
AZ: ¿Qué cualidades te parece que reunieron personajes como Quaranta, Robertone o Héctor Starc para revolucionar la producción de shows en la Argentina?
MFB: Una enorme pasión por la música, ganas de perfeccionarse y poder cumplir con los pedidos que les hacían los músicos y sus managers. Apostaron a esto cuando “todo era nada y era nada el principio”, como diría Vox Dei. ¡Algunos llegaron a hipotecar sus casas para comprar mejores equipos! Una locura, sin dudas. Fueron pioneros en lo suyo, todos ellos.
AZ: La década del 80 aparece como clave en varios aspectos en relación al rock argentino y su consolidación. ¿Qué aspectos técnicos de esta década te parecen fundamentales para determinar este cambio?
MFB: Básicamente la llegada de equipos internacionales con nuevas tecnologías, tanto los que se compraban por derecha o por izquierda. Y los pedidos de los riders, que obligaron a subir la vara una y otra vez.
AZ: ¿Qué rol te parece que desempeñaron managers como Mundy Epifanio, Alberto Ohanian o Daniel Grinbank, cuyo testimonio aparece en el libro?
MFB: Fueron pioneros en organizar shows masivos con una calidad técnica que nunca habían encarado los managers de otros estilos musicales. Es innegable que acompañaron el crecimiento en popularidad de los artistas en su llegada a la masividad.
AZ: ¿Te parece importante que los periodistas musicales estén al tanto y se formen respecto a conocimientos técnicos?
MFB: Es un dato más a tener en cuenta al mirar un recital: luces, sonido, escenografía, etc. No creo que sea necesario un conocimiento técnico específico ni saber cómo se llama cada tacho de luz. Pero, ¡creo que todos lo saben!
AZ: ¿Cuál es, según tu mirada, el mayor aporte de los trabajadores argentinos encargados de las luces, el sonido y la técnica?
MFB: El ingenio y un talento especial, más una capacidad de conocer todo su rubro desde lo más básico, porque todos ellos comenzaron en el último eslabón de la cadena, y fueron creciendo y progresando. Recordemos que no había escuelas ni cursos ni masterclass ni talleres ni instructivos de YouTube. //∆z