A fines de los ‘60 el mundo estaba cambiando. The Rolling Stones supo dar voz y sonido a toda una generación que creía en un mundo mejor, y lo materializó en uno de los mejores discos de su carrera: Beggars Banquet, de 1968.

Por Matías Roveta

El de 1968 fue un año decisivo para la Cultura Rock. Toda esa generación de jóvenes que había fundado el movimiento, iniciada así la primera edad de oro, estaba ingresando en una nueva etapa: un período caracterizado por claros signos de madurez y grandes discos, que llevaría al rock a un nivel de calidad artística notable. Repasemos: ese año se disolvía The Yardbirds y Jeff Beck Group editaba Truth, el disco debut de The Jeff Beck Group; Jimmy Page entraba a un estudio con su nueva banda para grabar uno de los mejores discos debut de la historia: Led Zeppelin; The Who estaba grabando Tommy, que daría inicio a su imponente serie de Óperas rock; Cream mantenía el parejo nivel de exelencia de Disraeli Gears con Wheels of Fire, su segundo disco; The Jimi Hendrix Experience revolucionaba el sonido y el concepto “estudio de grabación” con Electric Ladyland. Los Beatles editaban el Álbum Blanco. Y los Stones, Beggars Banquet.

Para la banda de Jagger y Richards, Beggars Banquet significaba algo muy importante: la vuelta a las raíces. Como harían luego con géneros como el funk, el reggae, el punk y la música disco, los Stones, en 1967, habían intentando estar a tono con el estilo psicodélico, en boga en ese momento. Durante ese año también editaron los experimentales Between The Buttons y Their Satanic Majesties Request, y más allá de un puñado de buenas canciones, la experiencia no resultó como se esperaba. Fue por eso que decidieron dar un vuelco importante y cambiar de productor: con Jimmy Miller, en 1968 y con el sencillo “Jumpin Jack Flash”, iniciarían su pico creativo más alto -la tetralogía de oro que incluye a Beggars Banquet (1968), Let It Bleed (1969), Sticky Fingers (1971) y Exile on Main St. (1972)-, que culminaría recién en 1973, con Goats Head Soup.

La elección de Miller no fue azarosa. Mick Jagger quería un productor idóneo  para poder materializar esa intención de volver a las fuentes. Querían volver a poner el foco en un punto geográfico clave en el ADN Stone: el sur de los Estados Unidos. Para lograrlo, era necesario alguien que conociera a fondo el folcklore de ese país. Y si era norteamericano, mejor. El resultado del trabajo de Jimmy Miller está a la vista: Beggars Banquet suena como si hubiese sido grabado en alguna zona rural, bien al sur de los Estados Unidos. “Dear Doctor” y “Factory Girl” son dos countrys acústicos, con letras humorísticas, arreglos de violines y Jagger bromeando sobre relaciones amorosas malogradas. “Prodigal Son” es un blues escrito por Robert Wilkins, con guitarras acústicas de Keith Richards (nuevamente); lo mismo se repite en “Parachute Woman”, con una letra sexual explícita y un clima viciado y cargado que anticipaba la década de los ’70. En “Jigsaw Puzzle” y “Stray Cat Blues”, la matriz es el blues rock: ambas tienen en común un sonido más eléctrico, aunque con diferencias sustanciales. La primera, tiene claras influencias del Dylan de Highway 61 Revisited (1965) en las líricas, en la melodía (cantada por Jagger en un tono fresco y lleno de ternura), y en el jugueteo del slide y del hammond de Nicky Hopkins. La segunda, es más cruda y agresiva, y tiene otra letra sexual explícita (“Apuesto a que tu mamá no sabe que gritás así”, dice Jagger).

Un punto aparte merece la hermosa balada sobre desamor y abandono “No Expectations”, que combina elementos de blues y de country, con bellos arreglos de piano a cargo de Nicky Hopkins. Pero lo que le da el salto de calidad, es la precencia de Brian Jones en el slide. Jagger diría años más tarde que esa canción fue la última que vió a Jones realmente comprometido, trabajando en algo de calidad. Beggars Banquet es también importante por eso: es el último disco con un aporte sustancial del rubio multinstrumentista a la música de los Stones (en el disco siguiente –Let It Bleed-, abandonaría la banda en medio de las sesiones, sumergido en su adicción a la heroína y en su locura, y sería remplazado por Mick Taylor).

Dos canciones –“Sympathy for the Devil” y “Street Fighting Man”-, que abren cada una de las caras del álbum, le otorgarían al disco el carácter de clásico de clásicos. Ambas inician el periódo maduro del Jagger letrista, que comenzaba a tomar distancia de temáticas referidas al sexo, las drogas y el rock an roll. En la primera, sobre la base de un clima blusero exótico y tribal, con una línea de bajo inmortal (de Richards), Jagger dispara una letra que causó muchísima polémica en su tiempo. El cantante se presenta como un ser misterioso, seductor y corruptible. La letra fue catalogada como satánica, pero en realidad su significado es otro: su propósito, fue justamente desmitificar al Diablo como Chivo expiatorio de la humanidad, y como figura metafórica que encarna el mal; los culpables de las peores tragedias humanas (la condena de Jesucristo, la Segunda Guerra Mundial o el asesinato de los Kennedy) son precisamente los seres humanos, no el Diablo.

Por su parte, “Street Fighting Man” es, por lejos, simplemente una de las canciones más grandes en la historia del rock an roll. Sobre la ornamentación de los riffs y las guitarras acústicas de Keith Richards, con influencias del delta blues y un groove ajustadísimo que te penetra y te domina, Jagger, a pocos meses del Mayo Francés (el disco se editó en diciembre, pero se compuso y grabó entre junio y marzo), y en pleno contexto de estallidos sociales y manifestaciones contraculturales en torno a la guerra de Vietnam, está pidiendo a gritos una revolución. Una vez más, los Stones serían capaces de captar el espíritu de una época, para hacerlo canción (“el verano llegó y es el tiempo ideal para pelear en la calle, chico”), y, a través del rock, ofrecer la banda de sonido para un momento histórico en el que el orden de este Sistema, estaba siendo cuestionado por miles de jóvenes.

El cierre es con “Salth of the Earth”, otra de sus grandes baladas. Gran parte de la letra fue escrita por Keith Richards, quien además ofrece una interpretación vocal conmovedora cuando pide que “alcemos nuestras copas por los que trabajan duro”. Cuando tantos años después de su edición se escucha Beggars Banquet, se está siendo testigo de un momento único e irrepetible: una banda como portavoz de una generación que quería cambiar el mundo; una banda que está cambiando ella misma su piel, pero sin perder identidad; una banda que está iniciando el mejor recorrido de su carrera. Ya lo decía Jagger por ése entonces: “El de 1968 fue un período muy bueno. Había algo bueno en el aire, fue un período creativo para todo el mundo”.//z