En diálogo con ArteZeta, Tifa y Nica reflexionan sobre el próximo disco de Los Reyes del Falsete, sobre la influencia de Litto Nebbia y sobre sus nuevas incursiones en el mundo de la edición de video y las impresiones 3D.
Por Santiago Berisso
“Mirá este lugar: no hay ni una sola guitarra, me encanta”. A la derecha de Nica descansa Wachi, y a su izquierda, Rita. Ambas desplomadas en sus respectivas cuchas. Sobre un escritorio en ele están las computadoras con las que trabajan editando y animando. Sobre una repisa, un Godzilla y un T-Rex miniatura, otro muñeco de Spiderman, un grabador Winco, un modelo 3D del cráneo de un dinosaurio que crearon y lo que parece un muñequito de Bill Clinton en su versión simpsoniana, con una mano en alto. En un primer vistazo, la mayor porción de la luz blanca de los faroles parece posarse sobre un cartel de película enmarcado y alzado sobre la pared: Life of Brain, de Monthy Python. Nica vuelve sobre las guitarras y aclara: “Arriba tenemos un montón”.
En el barrio de Adrogué se levanta una suerte de cuartel central del manijeo creativo basado en la autosuficiencia y la obsesión, armado a la medida de los hermanos [Nicolás y Tomás] Corley tras años de haberlo imaginado. Lo que ahora está arriba y abajo antes se repartía entre las casas de Nica y la de Tifa, que están apenas a metros de distancia una de la otra. Arriba y abajo: ambos estudios albergan búsquedas distintas, pero no tanto. Las dos plantas son concebidas por ellos como dos mundos que se rozan y nutren mutuamente, pero a los que, al mismo tiempo, hay que saber compartimentar. Una premisa los une: la posibilidad de encontrar placer por igual en ambas plantas y a casi cualquier hora del día. Todo indica que por más que hay quienes lo hayan sugerido, nada los va a sacar de Adrogué. Cruzando la puerta, el afuera no amedrenta, así como tampoco seduce demasiado.
La antesala a la pandemia encontró a Los Reyes del Falsete a punto de viajar a Córdoba para grabar lo que sería su quinto álbum de estudio. Decretado el aislamiento, no pudieron trasladarse y ese puñado de canciones hoy espera en un cajón. Esas composiciones estaban pensadas para ser grabadas en unas circunstancias que ya tenían en la cabeza: el no poder dar con ese entorno los llevó a agarrar una hoja en blanco. “Creemos mucho en que la manera de hacer las cosas cambia mucho el resultado. Nosotros dos nos veíamos, pero con Juancha [Cianfagna] no. Hicimos algunas grabaciones, unas reversiones y, en nuestras vacaciones, aprovechamos para irnos a una quinta en Mercedes con nuestro productor. Con la guita que íbamos a poner para ir a un estudio, nos compramos una consola de 16 canales”, cuenta Nica.
En febrero de 2021, tras meses de encierro en que ellos dos vieron una buena oportunidad para llenarse de trabajos de animación y edición de video, y Juanchi fue padre, se juntaron con su productor Pablo Barros, analizaron qué necesitaban llevarse para grabar y, al contrario de lo que iba a ser la experiencia pensada para Córdoba, fueron a la quinta de Mercedes a ver qué pasaba.
“Siempre pasa eso: nunca es lo que pensás que va a ser”, dice Tifa, al mismo tiempo que reconoce que, prácticamente, todo el dinero que les entraba por el laburo lo destinaban a comprar sintetizadores. “Nos fuimos al campo con todo eso, flasheando que íbamos a hacer un disco re electrónico y no salió eso que teníamos planeado”, dice y, en esa misma línea, su hermano agrega: “Empezaron a salir cosas súper cancioneras, cuando nosotros pensamos que iba a salir algo más oscuro, propio de la zapada, y ni en pedo. El disco no tiene nada de zapada oscura. En definitiva, nada de lo que pensamos que iba a pasar pasó”. A su vez, Tifa amplía: “Tiene una producción mucho más sobria. Son las canciones. No hay nada loco, o de esas boludeces o chistes que metíamos”.
Aún sin tapa ni nombre definido, hay una certeza y es que será el único disco que no cuente con canciones guardadas o de un origen previo a la grabación del disco debut. Hay sólo material fresco. Es decir, tanto en Guacalart (2018), Lo que nos junta (2016) o Días nuestros (2012) hubo al menos una canción cuya grabación fue previa a La fiesta de la forma (2009), como, por ejemplo, “Legolandia”, “Los niños”, “Contale al mundo”. “Hay que hacer, hacer y guardar”, dice Nica.
Con ya casi el 90% del disco terminado, según Nica, se trata del disco más musical de la banda al momento. “En el sentido de que tiene canciones largas que tienen varias partes en que, por ejemplo, no se canta. Eso llevó a que fuera re complejo al nivel de arreglos. El Tifa sampleó mucho. Teníamos unos vinilos que sampleamos y un montón de canciones nacieron desde el sample”.
En este último elemento, entienden, radica uno de los principales factores que explica la naturaleza de su último trabajo y, observando lo hecho a lo largo de quince años, la diferencia con La fiesta de la forma, editado en 2009: “Aprendimos a usar las máquinas”. Conscientes de que siempre los cautivó más el estudio que el vivo, confiesan que les gusta tanto la parte técnica como la parte artística. Hoy, quizás, en vez de pasar más tiempo empuñando una guitarra, prefieren ir a las perillas y analizar cómo comprimirla. “Por eso nos gusta la producción y la electrónica, es decir, saber usar esas máquinas, saber usar un compresor y un sintetizador. Construir una síntesis requiere conocimiento de matemática y sonido”, explica Nica. Los llama los “lugares que están en el medio”, que no son puramente técnicos ni puramente creativos. “Ahí nos sentimos muy cómodos. Siempre nos pasó en las producciones. Desde el primer día no nos sentíamos cómodos con la idea de que alguien fuera a grabarnos. Desde el primer día nos sentamos ahí a ver cómo se hacía”, confiesa.
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En esta oportunidad, precisamente a través del sample, Litto Nebbia se hace presente. Es una de las figuras que viene acompañando a la banda desde hace un buen tiempo y con quien, al día de hoy, los hermanos Corley siguen tocando y girando. Quizás, el rótulo de “padrino” sea más una síntesis de patas cortas propia de la crítica musical que una descripción desde el prisma de Los Reyes. Ellos dicen: “Somos amigos”. En definitiva, de alguna u otra manera, Litto está presente, ya sea siendo parte de la grabación de un tema, ensayando para salir de gira con él o recomendando una película o un libro. “Es un chabón que se levanta a la mañana y ya está tocando el piano o haciendo algo relacionado con lo artístico. Te saca como cinco discos por año, cuando nosotros tardamos cuatro años en sacar un álbum. Siempre le envidiamos eso, siempre quisimos imitar ese motor que no para”, dice Tifa.
De esas que parecen con un respaldo amplio, la silla de escritorio sobre la que se sienta le pide un respiro a Nica, inquieto, a gusto apenas por un rato con la posición elegida. Para él, al comenzar a trabajar en conjunto con Litto, su figura les sirvió de insumo para hacerse la idea de lo que podía ser la vida de músico. “Nosotros nunca nos sentimos identificados con la idea de rockero, siempre hicimos otras cosas. Yo estudié cine y filosofía, por ejemplo. Íbamos por el mundo de los músicos como invitados. En ese contexto, si pudiera, yo sería como él. Nunca me imaginé como un Charly, ni aunque tuviera ese talento. Muchos de los grandes ejemplos musicales que uno tiene son precisamente ejemplos musicales, pero quizás no tanto en otros sentidos. Y para mí Litto fue un gran ejemplo de que podés tener una vida musical y otra vida, podés hacer lo que se te canta el orto, ser independiente al mismo tiempo que no ser un tirado total. Esa cosa en el medio me la imagino”. Por su parte, Tifa señala que “en algún punto, es el ídolo de nuestros ídolos. Quizás, nosotros nos sentimos más identificados con Calamaro, pero el ídolo de Calamaro es Litto. Se hizo recontra popular y nunca se le subió la fama a la cabeza”.
Tifa permanece más quieto sobre su silla cuando habla, no juega tanto con sus piernas. Al ser hermanos, estúpidamente, uno busca llenar ciertos casilleros que expliquen quién es quién en el vínculo, cómo es la repartición de roles, de qué lado de la medianera cayó el Excel y de qué lado el Word. La interrupción mutua no deriva en rispideces ni actúa en desmedro del punto que quieren expresar, el cual muchas veces tiene apreciaciones distintas. Quizás en la hermandad no haya rasgos distintivos, sino momentos distintos. Algo en ellos da la pauta de que trabajar juntos no responde tanto a la idea de la clásica complementación entre dos partes, sino a un modo espalda con espalda.
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“Siempre nos gustó esa idea medio de laboratorio de experimentación. Está bueno tener todo junto. Trabajamos, imprimimos algo en 3D, vamos arriba y grabamos dos horas y después volvemos abajo”, sintetiza la dinámica que les permite el trabajar en forma freelance en el rubro audiovisual, últimamente con proyectos extensos con distintas agencias. Hace poco tiempo hicieron “un planito de un robot” al que titularon Conurbano Sci Fi, en el cual se ve a un robot esperando al colectivo, solo en una parada, con una luz blanca titilando sobre él. Se parece al robot del proyecto que ahora tiene abierto Tifa en su computadora detrás suyo, y con el cual busca lograr ciertos movimientos en sus piernas.
Muchas veces, embarcarse en este tipo de empresas no responde estrictamente a trabajos para un cliente o algún tipo de trabajo pago, lo que difumina el fin último de hacerlo. Del mismo modo que por momentos puede difuminarse la línea de qué es trabajo y qué no. Qué da plata y qué no. De alguna manera, está todo en el mismo lugar, en la guarida del fondo. Si el afecto de una persona por la banda le permitió a Nica, tiempo atrás, ingresar a una de las primeras agencias con las que trabajó, ¿se puede decir que Los Reyes del Falsete no les genera dinero? “Hicimos una vida que puede ir alrededor de esta lógica, que no necesariamente significa que la banda te dé plata, pero tampoco es verdad que no te la da, es más complejo que eso”, entiende él.
Impresión 3D, realidad virtual, Blender, After Effects, Illustrator, Premiere –estos últimos cuatro Tifa aprendió a usarlos durante la pandemia viendo tutoriales–, se mandan por estos pagos, llamados por el desafío que significa el terreno por conocer y por el placer de toparse con chiches nuevos a los que no siempre le encuentran la vuelta con facilidad, pero saben que después de un rato lo van a hacer. Y porque saben que algún jugo le van a sacar, ya sea al producto en sí o al aprendizaje obtenido. “Siento que estamos peligrosamente demasiado conectados con el deseo –reconoce Tifa–, con lo que tenemos ganas de hacer. No significa que nos apasione el 100% del laburo que hacemos, pero le encontramos la vuelta diciendo que esto que estamos aprendiendo en el laburo después lo vamos a usar, o con la plata que ganemos nos vamos a comprar micrófonos”.
Por su parte, Nica entiende que hay que ponerle el nombre que corresponde: obsesión. “Somos unos locos de mierda. La realidad es que también nos hemos quedado muchas noches hasta las seis de la mañana viendo tutoriales y haciendo pruebas. Nos ha pasado al punto de que a veces dificulta otras cosas, como una relación”, dice al mismo tiempo que reconoce que la ecuación también tiene sus beneficios. “Terminamos trabajando de lo que nos gusta, acá. Y al final estamos viviendo de esto. Somos bastante conscientes de que tenemos suerte. Quizás en diez años sea otra cosa”.
Y Tifa redobla la apuesta: “Siempre decimos que quizás Los Reyes terminan haciendo películas. Siempre fue muy deforme la idea”. Sin ir más lejos, los videoclips son insignia de la banda y todo lo que sale de su canal de YouTube es producto de sus manos. Recuerdan aquel caso particular del video de la canción “Mi chica”, que no hicieron ellos y que tiene casi dos millones de vistas, “en el que son todas chicas lindas, y esa búsqueda es completamente lo contrario a los videos de la banda. Sabiendo que funciona, podríamos haber replicado en otros videoclips futuros, pero siempre vamos para el lado de hacer cosas re baratas, horribles, con todo pixelado –sobre la repisa, esperan a la orden del día, el T-Rex y el Godzilla que utilizaron para el video de “El gran cohete”–, porque no podemos luchar contra lo que nos gusta. Nunca podemos torcer ese brazo en dirección hacia lo que nos convendría más”, dice.
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Si de conveniencia se tratara, la historia de Los Reyes del Falsete probablemente sería otra. No obstante, hablar de conveniencia obliga a preguntarse para la conveniencia de quién. “Desde el día uno –cuenta Tifa– dijimos que íbamos a hacer la nuestra y no dejarnos llevar por nada. Desde los 14 años dije que jamás me iba a meter a trabajar con una discográfica y, de hecho, hace un par de años surgió una situación en que la mayoría dijo vamos para aquel lado, fuimos para aquel lado [Por Art] y después nos dimos cuenta de que era una mierda, que no nos representaba. Fue darnos cuenta de que esa idea adolescente que teníamos era real, era así”.
La lógica contenidista que hoy todo lo abraza indica que hay que estar presente. Todo el tiempo. Si no es de esta manera, es de esta otra. No vaya a ser que del otro lado de la pantalla se olviden de vos. “Para nosotros la música es un lugar innegociable. Es libertad y diversión y, si deja de serlo, no nos interesa. Tampoco podría ser ese nuestro trabajo. Nunca estuvo en nuestro interés ganar plata con la música. Somos un grupo de música que hace música cuando tiene ganas de hacer música”, asegura Tifa, que se confiesa “especialmente anti”, en lo que hace al vínculo con la industria.
Sin pretender alimentar una proclama del tipo todo tiempo pasado fue mejor, dice: “Lo que me pasa es que desconfío de todo. Desconfío y me pregunto respecto a toda la música que sale hoy en día. No sé si atrás no tiene un equipo de quince compositores, tres letristas y cinco productores que hacen ese producto, como el caso de mucha de la música urbana. Es difícil saberlo y, al mismo tiempo, te pone mal porque es como competir contra la maquinaria de Cris Morena. No estamos en el mismo nivel. Me fui con mi equipo de trabajo a Miami. ¿Qué es tu equipo de trabajo? ¿Qué hay atrás de todo eso? ¿Quién está poniendo la plata? ¿Quién produce? ¿Quién hace los temas?”.
Esta noche de entresemana parece que se va a prestar más al 3D que a la música. Entusiasmado, Nica le muestra la pantalla de la computadora a su hermano y hacen un zoom furioso a lo que parece ser una suerte de nave espacial. Un colega parece haber desculado algo y ahora los dos se acercan sobre la computadora. La imagen ampliada parece una red que se extiende infinitamente por cada rincón digital de ese modelo. Al verlo, les cae una ficha. Quieren volver a meter mano ya.
La pregunta es si en el afán de habitar otros mundos no han pensado en, por ejemplo, musicalizar videojuegos. “Mejor que hacer música para videojuegos es hacer videojuegos”, contesta Nica. Incluso ya están metiendo la nariz en ese terreno. El cualquierismo que proclaman desde el minuto cero no es correlato de una desfachatez perezosa o improvisada. Por el contrario, es una búsqueda sumamente cerebral que pretende alejarse de cuanto límite imponga todo ajeno al parque de diversiones que ya regentean ellos. Está todo librado al azar, siempre y cuando los dados los tiren ellos. “Somos súper conscientes de que no somos los mejores en lo que hacemos –asegura Tifa–, pero somos nosotros. Seguramente no seamos los mejores haciendo música, ¿y por eso vamos a llamar a alguien a que componga mejor para que nos haga los temas?”.