Un Niceto Club colmado a puro baile fue el lugar perfecto para que Morbo y Mambo pudiera coronar su primera fecha del año, mientras terminan de editar el material de su segundo disco.
Por Gabriel Feldman
Fotos de Nadia Guzmán
“La semana que viene tenemos una fecha en La Plata con los amigos de Los Espíritus, ya tocaremos, o no, esa es en la que andamos”, dice Manu, el mayor de los González Aguilar, agarrando el micrófono y dejando que el bajo le cuelgue sobre el pecho. Están transpirados y con sonrisas en sus caras, acaban de terminar su primera fecha del año con un Niceto colmado, y esa ambivalencia en la frase es la representación de lo que vivió la banda en este último año de transición, ya sin Carla ocupándose de las ocasionales voces, la guitarra y la imaginería visual, una de las patas fundamentales de la experiencia que los Morbo y Mambo comparten, y con el ingreso de Nacho de Andrés (Mompox) en guitarra, la dupla de Matías Nuevo y Pacheco para hacerse cargo de las visuales, y toda las energías puestas en la preparación de su esperado segundo disco, grabado en los estudios ION, y en proceso de edición en los estudios Van Vilet junto al productor Hernán Calvo (guitarrista de Lumbre).
Pero en cuanto las luces se apagaron, la maquina arrancó. El psico-baile mecánico: Holanda en el ’74, ritmo total. Incluida también una puesta en escena que no se quedó atrás, con ellos ubicados entre tres pirámides amorfas que proyectaban colores y formas sugestivas sobre el escenario, para acompañar al viaje y nutrir a todos los sentidos. De eso se trata: todos los sentidos. Y en la pista, el público con las manos cerradas, como si sostuvieran huevitos shakers en cada mano, acompañando con sus puños la percusión de estos amigos del flash, esa licuadora que sirve funk, dub, reggae, afro-beat, psicodelia con sabor alemán. En sus inicios se iban más para el stoner, y con esta nueva encarnación parece decidida a hacer detonar los techos de cualquier lugar. Porque si en su primer disco las canciones se sucedían rápidamente, como velocistas jamaiquinos en una carrera de relevos, en esta nueva etapa sus interpretaciones tienen más peso. No sólo avanzan con destreza por un andarivel, sino que se expanden, llenan todo el espacio y laten en los pechos. Un argentino y su amigo inglés tampoco lo pueden creer: dei güer a fank band, le decía, señalando incrédulo al escenario. Dei güer a fank band, le repetía porque el otro no lo llegaba a escuchar, agarrándose la cabeza e improvisando movimientos. ¡Greit, greit, greit! Porque hay baile, las vibraciones se transmiten del escenario hacía la pista y la energía va y viene, pero Morbo y Mambo cambió su piel y le agregaron más potencia rockera y fuerza electrónica. Por un lado está la pared de teclados que cobra más protagonismo, con Mauro Alberelli en el fondo, y el sintetizador con el que se entretiene Fermín Echeveste cuando no está sacándole chispas a la trompeta o bailando en el centro del escenario, al igual que Maxi Russo, muy elegantes los dos vestidos de negro, disfrutando de su banda cuando la trompeta y el trombón descansan, como si fueran uno más del público. Bailan y contagian, como dos hinchas que se pusieron la camiseta y saltaron al campo de juego a tirar paredes. Y después tenemos la batería de Manuel González Aguilar, que aunque no se la vea detrás de una de las pirámides, se hace sentir: suena enorme. Y con su hermano en el bajo armaron una base invencible, agregando más intensidad a sus composiciones, condimentada con la percusión todo terreno de Fer Barrey que suma algunos chiches digitales a su set. Son una furia. Las más nuevas y a las ya conocidas, como “Blanco Nigeria”, “La espada de Cadorna”, “Fung Wah” o “Kerosenne”, que se contagian de esta energía y se revitalizan en un show que empezó a todo palo con los temas nuevos, se permitió un intermedio más introspectivo-psicodélico (“estos fueron los lentos”, bromeó Fermín viendo a el público hipnotizado), y terminó con baile, y el pedido de una más, una más, otra-otra-otra.
“Vamos Argentina, hay que ganar el mundial, vieja”, dijo Nacho con los brazos en alto, antes de cumplir el deseo del público, y terminar una verdadera fiesta, previa a otra jornada albiceleste desde Brasil, con un público y una banda bailando, bañados por las olas de colores del reflector y los aplausos, después de ser testigos de una hora y media de la experiencia Morbo y Mambo. De fondo quedó sonando “Reflektor” de Arcade Fire, como para que no decaiga, acompañando la salida. Algunos se llevaron cedés, remeras y posters de la fecha, pero en todos quedó la certeza, fue unánime: los reyes del ritmo están de vuelta. Ahora queda esperar y ver en cuál andan. Esperemos que no se tarden.//∆z