El productor surgido de oeste del Conurbano bonaerense recuerda su salida de Árbol y nos da las claves para agitar el panorama musical del continente.
Por Gabriel Feldman
Desde chico Matías estuvo directamente emparentado con la música. Su hermano Martín tocaba la guitarra y ensayaba con su banda, Los Caballeros de la Quema, en la habitación que compartían en la casa familiar. Con los instrumentos al alcance de la mano y su curiosidad guiñándole un ojo, no tardaron en llegar sus primeras canciones yendo del living a la cama. Ya en su temprana adolescencia formó Árbol y empezó su recorrido más profesional siendo el baterista y principal compositor de la banda. A los dieciocho, estaba grabando el segundo disco en Los Ángeles con Gustavo Santaolalla como productor. Es una historia conocida el desencanto del productor con el tempo del baterista, la idea de que toque un sesionista en el estudio, y el posterior abandono de Árbol sin contar con el apoyo de sus compañeros. Hoy, pasado el tiempo, rescata las enseñanzas de su breve trabajo con el dos veces ganador del Oscar, y no es casualidad que, a la hora de hablar de su propio rol como productor, Matías remarque la importancia de la relación de los músicos dentro del grupo.
Después de un viaje por Brasil, Chile y Perú, volvió a sus pagos y, primero con Nuca y después en la trilogía que compuso como El Chávez, se metió de lleno en las pistas de baile, absorbiendo todos los elementos que tenía a mano en el barrio: pop, rock, dub, cumbia, hip hop. Un cruce de fronteras sonoras y geográficas, su ritmo pegadizo y su lenguaje original no pasaron desapercibidos. Un camino que partió desde sus propias composiciones y las de sus viejos conocidos de la calle Yatay, Yicos y Shambala, pasando por el uruguayo Socio, hasta No Te Va a Gustar, Kchiporros de Paraguay, la resucitación de Gustavo Cordera con La Bomba Loca, Kapanga y Fidel Nadal, entre muchos otros. Hoy Matías Méndez, El Chávez, produce para todo el continente desde su estudio en Haedo. Ponerse a grabar que el tiempo perdura, como se automedica en “El Subidón”.
AZ: ¿Cómo definirías el trabajo y el rol del productor artístico?
Matías: Producir un disco es como tener el timón del barco, sos el capitán de un proceso que empieza y termina en un lapso de tiempo. Y tenés la responsabilidad de que las canciones estén buenas, bien arregladas, bien tocadas, bien grabadas, mezcladas y masterizadas. En este trabajo confluyen las cuestiones musicales, técnicas, organizativas y principalmente las emotivas. Yo particularmente pongo mucho foco en cómo se relacionan los músicos de un grupo, los conflictos y las diferencias q puedan tener entre ellos para que el proceso sea sano y no haya cuestiones que traben la energía y la experiencia de hacer el disco. Cada uno pueda cumplir su rol sintiéndose cómodo, valorado y contento. Cuando todo esto funciona armónicamente se da algo mágico y sanador. La banda y el productor crecen, se superan. Si no se disfruta no tiene sentido.
AZ: ¿Cuándo y por qué empezaste en esa tarea de productor, pensar la música en términos de producción artística?
M: Desde chico estaba rodeado de instrumentos en mi casa. Mi hermano Martin ensayaba con su grupo, Los Caballeros de la Quema, en la habitación que compartíamos en nuestra casa familiar. Asique tenía todo ahí a la mano y me salía muy naturalmente armar canciones – el ritmo, los riffes de guitarra, la línea de bajo, letra y melodía –, y siempre pensaba y ponía foco en el concepto. O sea que, cuando compuse mi primera canción o mi primer riff, ya estaba pensando cómo debería sonar cada instrumento. A los trece o catorce años, cuando armé Árbol, mi primer grupo medianamente serio, empecé a hacer demos en una portaestudio Tascam a cassette de 4 canales, y ya estaba produciendo y grabando.
AZ: ¿Cómo fue tu formación?
M: Sólo estudié batería con varios profesores. En cuanto a grabar y producir soy autodidacta. Fui sacando data viendo cómo laburaban Los Caballeros de la Quema y aprendiendo de compañeros y colegas, principalmente mi hermano y Pablo Romero (cantante de Árbol). También aprendí mucho de mi breve experiencia con Gustavo Santaolalla. Al empezar a grabar y mezclar en estudios también aprendí mucho de ingenieros con los que laburé como Claudio Romandini, Mariano Parvex, Nico Kalwill, Leo Ghernetti y, en los últimos tiempos, siento que crecí muchísimo mezclando al laburar con el gran Carlos Laurenz en los masters. El feedback con él levantó la vara del audio en mis discos.
AZ: ¿Un disco iniciador, que te disparó la atención más que nada a nivel audio/producción?
M: Casa Babylon de Mano Negra porque plasmó muchas cosas que estaban en el aire y, a mi entender, fueron los primeros que hicieron un disco mezclando beats latinos y jamaiquinos con electrónica y hip hop. Es un disco muy mágico, lleno de capas sonoras y detalles semi-ocultos. Tiene momentos muy alegres y bailables, y otros sombríos, nostálgicos. Creo que es un disco insuperable y lo llevo como un tatuaje en mí. Lo escuchás hoy y suena vanguardista. Después, otro disco que fue clave en mi formación es Roots de Sepultura. El concepto, el audio, la producción, la onda que tiene. Lo sigo escuchando y me siguen dando ganas de romper todo.
AZ: ¿Cuál dirías que es tu búsqueda cómo productor?
M: Que los discos tengan un concepto cerrado. Un sello sonoro y buenas canciones.
AZ: ¿Por dónde se empieza cuando se quiere encarar una grabación de un disco?
M: Lo primero es escuchar las canciones, ver si están buenas, si hay material para hacer un disco. Después de eso, la logística de trabajo y grabación varía de acuerdo a los tiempos míos, los de la banda y el presupuesto que haya para hacerlo.
AZ: ¿Afecta a la hora de pensar un álbum el hecho de que tal vez el formato en el que más se termine escuchando sea vía streaming por alguna plataforma digital o la propia descarga de los archivos?
M: No tengo eso en cuenta. Si suena bien en mis monitores ya está.
AZ: ¿Un disco o canción que te llena de orgullo haber participado?
M: Una que estamos por sacar con La Liga, “Regalame una sonrisa” se llama, porque tengo la ilusión y la expectativa que funcione como un puente entre la cumbia y el rock/pop. Que tienda el puente definitivo y haga mucho ruido.
AZ: ¿A qué artista te hubiese gustado producirle un disco?
M: Me hubiese gustado trabajar con los Beastie Boys, porque son pibes blancos de clase media que se mandaron a hacer música originalmente negra e inventaron un estilo y un mundo propio que me encanta y funciona como una influencia en mí.
AZ: ¿Cómo es el proceso cuando trabajás en tus propios discos?
M: De caos total. Voy metiendo data en una carpeta durante un par de años: loops, ideas, melodías, y en algún momento intento darle un orden a eso. Bajarlo a la sala de ensayo y embarcarme a que todo ese caos se transforme en un disco.
AZ: Siento que hoy en día a la cumbia ya no se la bastardea tanto, incluso se valorizan algunos de sus referentes y sus aportes. ¿Cómo lo ves vos al trabajar con esos ritmos?
M: Sí, se la valoriza más pero todavía hay mucha discriminación en los medios y el meanstream. El medio sigue siendo muy conservador aun. Las radios más masivas no pasan cumbia ni nada que tenga un güiro (raspador) y raramente algo que tenga acordeón. Hay muchos teatros y boliches que no aceptan shows de bandas cumbieras, ni siquiera las más populares y masivas.
AZ: ¿En qué proyectos estás metido ahora?
Estoy produciendo una banda de Perú que se llama La nueva invasión, que vinieron a mi estudio en abril, y también un par de canciones para el próximo de La Liga. Terminando las mezclas de Fauna, una banda de La Plata que se llama Sin Ensayo, y Nico Cercola, un folklorista de Luján muy interesante y novedoso que mezclando folklore y dub. Y mezclando a Chaski Pum. Para la segunda mitad del año, también estoy con dos discos en México y uno en Guatemala.
AZ: Siendo una persona que está en contacto con bandas permanentemente, ¿qué joyita podrías recomendar?
M: Los dos últimos discos de Kchiporros, de Paraguay.//∆z