El director alemán nos muestra su mundo a través de sus máximos referentes en este libro editado en nuestro país por Caja Negra.

Por Alejo Vivacqua

Todo artista tiene un árbol genealógico en el que rastrear las influencias que lo marcaron durante su vida. Algunos son herméticos y dejan que sea su obra la que hable por ellos. Es tarea de los otros- el público y los críticos – encontrar los parentescos. Otros artistas, sin embargo, están dispuestos a rendirles un homenaje constante a los personajes decisivos de su etapa formativa, y es en aquellos años de iniciación y aprendizaje donde uno puede encontrar el germen de su obra venidera. A esta última estirpe pertenece el alemán Wim Wenders, quien el año pasado publicó Los píxels de Cézanne y otras impresiones sobre mis afinidades artísticas, que reúne sus escritos sobre figuras de la cultura y llega ahora a la Argentina de la mano de Caja Negra.

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Tomados de discursos que dio en homenajes, prólogos en libros o publicaciones en revistas, el realizador hace con su particular estilo narrativo una semblanza de, entre otros, cineastas como Douglas Sirk o Ingmar Bergman, pasando por el pintor Andy Wyeth o el fotógrafo de guerra James Nachtwey.

Protagonista junto a Werner Herzog y Rainer Fassbinder de la camada de cineastas que revitalizaron el cine de su país a partir de los años setenta, su filmografía recorre dos etapas. Hay una parte inicial que abarca sus primeras películas como La angustia del arquero ante el tiro penal (1971) y Alicia en las ciudades (1974), en las que la mirada de las historias está puesta en la Alemania dividida en la que transcurrió su juventud. Por otro lado, es con la adaptación de la novela de Patricia Highsmith El amigo americano (1977) que Wenders logra el reconocimiento internacional y con la que empieza el período volcado hacia la cultura estadounidense, que con Paris, Texas (1984) alcanza su cumbre.

Wenders relata en estos textos, por ejemplo, su vida de joven en Paris como estudiante, donde en los cines de la ciudad llegó a enamorarse de la obra del japonés Yasujiro Ozu. También rememora las largas charlas que tenía, ya siendo director, con Samuel Fuller, de quien resaltaba su capacidad innata para narrar historias. Y, siguiendo con sus colegas, les dedica un lugar a dos realizadores que trabajaron con él, uno como actor en una de sus películas y otro detrás de cámara. El portugués Manoel de Oliveira apareció a los ochenta y ocho años en una escena muda de Historias de Lisboa (1994), anécdota que le sirve para reflexionar sobre sus films. Dice Wenders: “Todas sus películas están surcadas por el presente y el pasado, y hacen viajar al espectador en el tiempo enseñándole un pasado que al verlo se vuelve ficción”. A Michelangelo Antonioni, a quien asistió en la dirección de Más allá de las nubes, lo recuerda como una persona gentil y trabajadora a pesar de las secuelas que le había dejado un ACV unos años antes.

Pero no todo está dedicado al cine. También hay espacio para la fotografía, la pintura, el ballet y la moda. En torno a Edward Hopper, uno de los pintores que más influyó en la historia del cine, Wenders cuenta la fascinación que sus cuadros tuvieron en él hasta el punto de tomarlos como referencias para sus encuadres en El amigo americano. En otra referencia a su obra, narra el trabajo que realizó junto a la bailarina Pina Bausch y al diseñador de modas Yohji Yamamoto, protagonistas de dos de los tantos documentales que filmó el alemán en su carrera.

Escribe sobre el japonés:”Vi que Yohji, como primer paso, investigaba mucho en áreas tan diversas como la historia, el arte, la sociología y la psicología. Se dejaba inspirar por la pintura y la fotografía, pero también le resultaba primordial observar directamente a las personas (…) Cuanto más me sumergía en su trabajo, observándolo, más emparentadas se me hacían nuestras tareas”.

Estos textos reunidos complementan la obra del que es uno de los directores mundiales más reconocidos, y en ellos se puede encontrar la que ha sido la principal obsesión de su carrera: para contar una historia que conmueva, nada es más poderoso que la imagen. Hablando de otras vidas, Wenders se cuenta a sí mismo. //∆z