En Agua Ardiente, Los Espíritus se calzan el traje de héroes de la clase trabajadora con letras más contestatarias y su característico sonido de blues.

Por Juan Martín Nacinovich

El 1° de mayo de 1886, miles de trabajadores de Chicago, Estados Unidos, se movilizaron en repudio a la insalubre jornada laboral de entre 12 y 16 horas diarias. El pedido era sencillo: 8 horas de trabajo, 8 horas de ocio y 8 horas de descanso. El presidente Andrew Johnson promulgó la ley Ingersoll en beneficio a la clase trabajadora, sin embargo las empresas, con el apoyo de los medios, continuaron sin acatar el reclamo y se iniciaron distintas huelgas simultáneas a gran escala por todo el país con su punto álgido unos días más tarde, el 4° de mayo, en la Revuelta de Haymarket donde murieron y resultaron heridos huelguistas y policías. La justicia condenó a cinco trabajadores a la horca y tres a prisión: por ellos se celebra el Día Internacional del Trabajador. Que Los Espíritus elijan ese día conmemorativo para lanzar un nuevo disco de estudio no es aleatorio en absoluto. Maxi Prietto, Santi Moraes y compañía vienen elucubrando un complejo entramado de canciones que hoy los posiciona como una de las bandas más destacadas de la escena local.

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Ésta vez, a diferencia de en Gratitud (2015), los tracks de Moraes funcionan como transiciones más climáticas, mientras que en la segunda placa del sexteto se despachaba con hits como “Perro viejo” y “Negro chico”. Ahora todas las flechas parten de Prietto, a través de su guitarra –el tándem eléctrico junto a Miguel Mactas suena cada vez mejor– o de su voz rasposa, el líder de Los Espíritus está atravesando un momento de inspiración remarcable, sobre todo en materia lírica. Afila su pluma y canta en “Huracanes”, la apertura de Agua Ardiente: “Como mares que quiebran las rocas / o huracanes que llevan las olas / así de fuerte somos”, cita que el músico utilizó posteriormente en redes sociales luego de la marcha frente al repudio del fallo que beneficia a los genocidas.

La placa continúa con “Jugo” y “Perdida en el fuego”, dos muestras del sonido espíritu, hoy ya una característica propia del inventario de la banda: las raíces del rock que se mezclan con un matiz psicodélico propio de un Western, sumando cadencia blusera y una base rítmica latinoamericana. “La rueda que mueve al mundo va a girar y girar / dinero, sangre, humo, eso la hace girar / la rueda alimenta a unos pocos / para nosotros no hay más que palizas o entretenimientos / para poder aguantar vamos a trabajar y después a comprar / y a hacer la rueda girar y girar y girar”, escupe Maxi Prietto en “La rueda que mueve al mundo”, a propósito del funcionamiento del sistema capitalista. Y refuerza: “Pudrimos los mares / pudrimos los ríos / pudrimos las aguas que beben los niños”.

Dos de los puntos más altos se suceden entre “Esa luz” y “La mirada”: la primera con promesa de hit instantáneo; la segunda narra la tensión de un encontronazo entre un pibe y un hombre en un subte colmado. Moraes intercede nuevamente, ésta vez con “Mapa vacío”, un track más cercano a la periferia de la banda que a su núcleo. La intensidad baja durante el trecho final con “Las armas las carga el Diablo”, que reza “las armas las carga el Diablo / y las urnas si está de humor / si le anda la lapicera le agrega un verso a la constitución” y “Luna llena”, una hermosa balada de fogón que cantan a dos voces Moraes y Prietto. Si bien este pasaje no contagia ese elemento propio del baile y/o movimiento, sirve para apaciguar correctamente las aguas. “El viento”, finalmente, retoma ese sonido inconfundible, cerrando un álbum solido que si bien no arriesga tanto, situado en perspectiva a los dos opus anteriores, verdaderas piezas maestras, es un paso adelante en las andanzas de Los Espíritus.//∆z