Una selección de aquellos discos que marcaron el camino y que, en algunos casos, marcaron un nuevo rumbo dentro de una escena que ha crecido en Argentina como en ningún otro lugar del mundo.
Por Pablo Lakatos
A mí me gusta el stoner porque cuando lo escucho cierro los ojos y siento que estoy en una tormenta de lava. Siento que es como escuchar el proceso de fosilización de las cosas a través de los siglos. Me gusta el stoner porque sus tonalidades graves, sus construcciones repetitivas, sus vocales escondidas en nubes de distorsión construyen, en mí, la alternativa moderna a cantos gregorianos: metal que se transfigura en mantra elevador, un rock como espacio de purificación. Son las plateadas cruces de Black Sabbath y su resplandor, sumadas a la séptima estrella que brillan sobre más de una generación para parir una música que se encuentra en las antípodas de todo. Densa y groovera, inmensamente grave y rockera, valvular, neumática; su matriz blusera quizás explique importantísima presencia de este género en nuestro país. Por la alquimia de los años, con su germen en los discos de Pescado, Manal y Vox Dei y atravesado por aquella constante que va desde los popes Ozzy y Tony y Bill y Geezer hasta los noventas y el infinito, nuestra querida Argentina a escupido más bandas de Stoner y sus derivados que las que pudiéramos imaginar. Hoy en ArteZeta los invitamos a hacer un recorrido por la primera parte de un (mi) TOP DIEZ DE STONER NACIONAL, préndanse…
10 – Ararat – Ararat II (2011)
Los Natas se separaron en febrero, GET OVER IT! (y esto, querido lector, me lo digo más a mí que a ustedes). Las cosas no venían bien hacía un largo tiempo y se separaron. Y si todavía me quedan años y años de lágrimas por los desaparecidos The Tres Hombres, quizás sea hora de envolver todas esas penas en un pañuelo, atarlo a un palito y arrancar con los demás la cabalgata hacia la luz.
Mitad eslogan de resurrección, mitad inclaudicable propuesta estética, el tagline acuñado por Sergio Chotsourian (o Ch.) es la definición perfecta de lo que pasa en el segundo disco de su nuevo proyecto. Con el bajo ahora como arma de elección y escoltado por Alfredo Felitte en batería, Tito Fargo en teclados, la ocasional guitarra y millones de ruiditos extraños, da rienda a esta nueva etapa de su carrera.
Las raíces armenias salen a flor de piel y el característico sonido Natero se invierte, se da vuelta, de adentro para fuera. Todo en Ararat es luz. Luz que quema, que arde, luz de conocimiento que ciega, que nos da fin. Como un monstruo gigante (una mezcla de todos esos animales que aparecen en sus canciones), Ararat construye canciones como migraciones, como lentísimas, larguísimas marchas que oscilan entre lo marcial y lo absolutamente primal. Monstruos de un futuro de luz, monstruos de un futuro incierto.
9 – Carca – A Un Millón de Años Blues (1996)
Hola sí, ¿Saben quién es Carca? Si fueron adolescentes durante los noventa seguro que sí, hasta mejor que yo. Sino, Carca es un tipo rarísimo que tocó el bajo en vivo para Babasónicos durante la enfermedad y un tiempo después de la muerte de Gabo. Además toca la guitarra, tiene la cara muy parecida a la de Ron Pearlman y a veces habla de sí mismo en tercera persona. Pero además de todo ese ruido, es un gran guitarrista de rock, y más específicamente de blues argentino. Y en 1996, allá re lejos y hace una banda de tiempo, sacó este disco de nombre entre inspirado y tonto.
Diez temas en menos de treinta minutos que revelan una Argentina escondida que alguna vez existió y que se guardó al viejo Carca como tremendo secreto. Por razones inexplicables, La Renga metía banda de hits, pero nadie nunca le hizo un video a “Ultratumba”, o a “Quiméricos Monstruos”. Riffs ahogados de una guitarra que suena como del pasado. Blues-psicodelia que se va para el espectro grave de las emociones, que viaja por el espacio y se retuerce con pases de guitarra demente (“Jugo de la Hermana Mayor”) que los metaleros no le quieren admitir a este viejo de chupines. Su voz, muy melódica pero sin perder un ápice de esa borrachez y gravedad blusera se luce en “Miss Universo”. Ya quisieran los Stoners entonar como el loco de Carca.
8 – Poseidótica – Crónicas del Futuro (2011)
Describir el Stoner de Poseidótica como “acuático” es un reduccionismo taradísimo, que igual acabo de hacer. Y bueno, se pusieron Poseidótica, que le voy a hacer. Dice la banda que no les cabe la movida diablo-porro y que esa estética les resulta aburrida y medio estéril. Después tienen temas con nombres como “Dimensión Vulcano”, “Aquatalan”, “Equinoccio” y “Xantanax” (cómo van a bailar con este tema). Y es que la banda, podemos arriesgar, es un poco lo que pasa cuando cuatro pibes nerds que tocan metal progresivo súper rápido y con millones de notas se prenden su primer porro y se abandonan en las profundidades de Kyuss.
Elaborados temas con ritmos complejos, solos virtuosos, una demencia de texturas increíbles y mucho, mucho groove. En su acotado repertorio (¡tres discos en doce años de carrera!) conviven infinidad de climas e ideas, pero es quizás en el más reciente de sus álbumes donde las cosas encuentran su punto de cocción justo. Acordemos que en este EP/LP (nueve temas en 28 minutos) no hay ningún tema de la magnitud (valga la redundancia) de Las Magnitudes, la obra maestra que cerraba La Distancia (2008). Sin embargo, cada canción parece encontrar su lugar justo. Con duraciones muy acotadas, los temas vertiginosos, cálidos e intrincados no dan vueltas, identifican su objetivo y van hacia él. Un rock valvular a puro riff, como “La Resistencia” encuentra reminiscencias de western en el solo y deriva en el levemente espástico “Otra Fuga Incierta” (que no se decide si invitarnos a bailar o dejarnos mareados con su intrigante fraseo de bajo) o en la velocidad desencadenada del fantástico “Cyberpunk”.
Poseidótica encuentra toda su fuerza en la inmediatez, en el palo y a la bolsa que propone Crónicas del Futuro. La formación actual de la banda incluye al inmenso y legendario Walter Broide en batería, una garantía de show demoledor.
7 – La Patrulla Espacial – Todos los Ocasos (2008)
Aunque suene extraño, podríamos arriesgar que La Patrulla Espacial -aunque desencajados de la escena- representa conceptualmente el Stoner más puro. Estos chicos de la Patagonia nos invitan sin vueltas a una experiencia de purísimo blues psicodélico espacial. El acto necromático es superlativo: la voz de Tomás Vilche parece ser el medium para la segunda venida del Carpo, envuelto entre guitarras que parecen despegues y wah-wahs desenfrenados que pintan una orbita como de Silver Hawks criollos. El nombre del grupo ayuda a orientar indudablemente las canciones, que sin embargo retienen una fuerza intrínseca espacial que existiría aunque que se llamaran Señoras en la Cocina (por decir cualquier cosa). El sonido, las canciones, la atmósfera son puntuales y bien dirigidas, planteando una experiencia que pareciera jugar con la arqueología rockera.
Ponerle play al primer track del disco es una experiencia mágica en la que nos vemos inmediatamente transportados a una era difusa del tiempo, mezcla de los sesenta, setentas y un futuro retro, mezcla de La Plata con el Delta norteamericano y algún lugar cerca de la órbita de Neptuno. Ese play tiene el mismo peso específico que cuando se bajaba la púa sobre un vinilo, y allí radica el fuerte de la banda: no una nostalgia inactualizable, estéril y pintoresca, sino una capacidad de transportarnos a un lugar no del futuro, sino desfasado del tiempo. Una especie de Continiumm 4 donde un disco de blues tan glorioso como Pappo’s Blues puede florecer, no estancarse en la referencia sino convertirse en algo enormemente nuevo gracias una profundización y exploración de ese sonido que desconcertantemente lleva a lugares totalmente nuevos.
6 – Taura – Mil Silencios (2006)
El primer disco de Taura es a la vez -podemos arriesgar- su último disco de stoner. Como ellos mismos nos comentaron en algún momento, su búsqueda los llevó a abrirse de un estilo y un circuito en el que no se veían identificados, más por un deseo de encontrar una música más personal que atada a ciertos esquemas genéricos. Ese camino los alejó del circuito que los vio nacer (y que los tuvo de banda telonera en el primer show argentino de Queens Of The Stone Age, junto a Los Natas) y nos regalaron dos tremendos discos. Huesped (2008) y El Fin del Color (2011) son discos incómodos en el sentido de que no suenan a nada ni a nadie más, con un metal groovero que no tiene miedo de abrirse hacia The Cure, Sigur Rós, King Crimson y alguna cosa más que cuesta identificar. Taura suena a Taura y a pocas bandas más.
Pero antes de todo eso estuvo Mil Silencios y con eso ya tenemos para rato. Plagados de riffs a miles de kilómetros por hora, el disco arranca y no baja nunca más. Cada tema es una potentísima pastilla que apenas si llega a los cuatro minutos, pero que toma al Stoner para darlo vuelta, desarmarlo y hacerlo puramente Taura. “Miramar”, “Correcaminos”, “Soportar” y “Halo de luz” son cuatro temas con riffs espectaculares y están todos antes de que llegue la mitad del disco. Acá tampoco hay vueltas al pedo, las canciones nos dicen “Bienvenido, ¿querías rock? TOMÁ” y listo, nos sueltan para que la próxima haga exactamente lo mismo. La ajustadísima base rítmica que componen Ale en batería y Leo en bajo les permite a las guitarras de Santiago y a la voz de Chaimón delirar, volverse locas sabiendo que siempre hay una melodía, una base de rock que los está esperando para quebrar en el momento justo. Después de un rato de estar escuchando el disco llega “Aconcagua” y ahí ya perdiste: estás conquistado.//∆z
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