Diego Gachassin y Matías Scarvaci desnudan los límites del sistema judicial en Los cuerpos dóciles y a su vez, proponen transgredir las barreras de la ficción y el documental.
Por Eduardo D. Benítez
Sorteada la imponente excitación del mundo convertido en espectáculo, el documental de observación puede ser una potencia creativa para figurar lo real. O tantos reales como miradas sean posibles. En ese sentido, Los cuerpos dóciles, es lo contrario de lo informativo, la antítesis de la encerrona narcisista y quejosa que nos provee la televisión. Actúa en el terreno de la ambigüedad, en el dominio de lo contradictorio, suspendiendo cualquier atisbo de prejuicio automático. De allí su fuerza para poder transitar el duro mundillo de lo carcelario, del derecho penal, la criminalidad de extramuros. Diego Gachassin (Habitación disponible) y Matías Scarvaci (actor curtido en las avenidas de lo legal) focalizan su película a partir de un personaje que pivotea entre el despojo de lo moral y el encantamiento de un cuento mítico. Alfredo Kalb, abogado penalista, lector avezado en Foucault, baterista de una banda de rock y jugador compulsivo de Playstation en sus ratos de ocio, tiene todo para conquistarnos. Se asoma al mundo de la (in) justicia con la tenacidad de un Robin Hood, defendiendo “perejiles”, pibes chorros que podrían comerse quince años de condena por robar un caramelo. De hecho, el caso principal desde el cual se despliegan un puñado de subtramas en los setenta minutos que dura la película, responde a esa lógica: dos muchachos del conurbano acusados de robar una peluquería a punto de ser condenados a quince años de prisión. Concentrándose en ese caso al que decidieron seguir hasta el final, los realizadores encararon cuarenta horas de rodaje en veintitrés jornadas, que se desarrollaron durante dos años, respetando los tiempos procesales que imponía la justicia.
El trabajo documental de la dupla tiene una progresión dramática, y la minuciosa construcción de un clímax que muchas obras de ficción podrían envidiar. Ágiles movimientos de cámaras, un uso dinámico del montaje y la voluntad de gambetear la trampa del plano contemplativo y sesudo, hacen que Los cuerpos dóciles se perciba, por momentos, como un film de intriga, inquietándonos por el devenir de su personaje principal y el futuro incierto de sus defendidos. A propósito de su estreno, Diego Gachasín y Matías Scarvaci conversaron con ArteZeta sobre los rincones oscuros del derecho penal, el funcionamiento de la justicia, la especificidad de lo ficcional y lo documental y algunas cosas más.
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AZ: ¿Qué rasgos les parecían atractivos en de Alfredo Kalb como para verlo como un potencial personaje de su película?
-Matías Scarvaci: Lo conocí a Alfredo en la facultad en 2003. Ahí éramos el labo B del mundo del derecho, que en general es un mundo muy alcahuete y vigilante. Pasaron los años y me lo volví a cruzar porque los dos tocamos en bandas de rock y tenemos amigos en común. Siempre me llegaban historias de Alfredo; que familias bolivianas vinculadas a la droga le pagaban con autos en la puerta de tribunales. Me llegaban unas escenas muy teatrales. El tema me parecía muy estimulante porque es un tipo contracultural dentro del mundo del derecho, un reo. Él estuvo preso en Devoto y mi viejo también, cuando yo era adolescente. Algo de eso me debe haber marcado para estudiar derecho…
AZ: En la película ese pasado tumbero de Alfredo está solamente sugerido…
-Diego Gachassin: nos interesaba que apareciera de una manera más lateral, no remarcarlo. Tal vez se corría el riesgo, al revelar la historia de tumba de Alfredo, de que ese pasado apareciera explicando el vínculo con el mundo de los pibes chorros.
AZ: Desde lo cinematográfico, ¿Qué cosas te interesaron a vos de este personaje que te acercaba a Matías?
-DG: cuando Matías se comunicó conmigo no tenía claro si era para hacer una ficción o para un documental o qué tipo de documental. Como yo venía trabajando con documental de observación hace tiempo, me parecía que iba a funcionar. Propuse hacer dos jornadas de rodaje con Alfredo para ver cómo se desenvolvía con la cámara.
AZ: Hay un fisgoneo en las escenas de los juicios, una manera casi teatral de figurar las acciones que instala la pregunta sobre la veracidad del registro documental…
-DG: eso fue increíble. Meternos ahí tiene un valor en sí mismo. Era muy difícil que nos dieran el permiso. Hicimos elevar una carta del INCAA presentando el interés de filmar los juicios, pero los jueces no hacían lugar a ese pedido. Hasta que Alfredo se dio cuenta que existía un artículo, el 356 del Código Procesal Penal, que permite que el abogado lleve su cámara para los fines de registro personal. A partir de ahí, nosotros empezamos a aparecer con la cámara cambiando lentes, con un boom de sonido cruzando el salón.
-M.S: Discutimos mucho si era documental o ficción. Después de las funciones la gente nos pregunta, no entiende bien. Si bien tiene la estructura del documental, creo que Alfredo es un gran actor. Yo creo que él como abogado penalista le gana 10 a 0 a cualquier actor interpretando a un abogado penalista. La discusión es eterna porque la ficción tiene una dificultad, ese tope. En este caso la realidad afirma un territorio que es muy poderoso porque es intrínseco a la situación.
AZ: ¿Le hicieron algunas marcaciones a Alfredo en cuanto a lo dramático?
-D.G.: No. Tal vez para que bajara la intensidad o para que no actuara, porque se cargaba la película al hombro.
-M.S.: Hay algunas escenas que las fuimos construyendo nosotros desde el guión.
En este carril de la entrevista tal vez se haga visible el hecho irreductible de que una película en coautoría es, sobre todo, una zona común de negociación de miradas. Tal vez allí radique la riqueza de rodar en dueto, en la manera de tensar perspectivas optando por ciertas soluciones estéticas y no otras, a la hora de encarar determinada secuencia, siempre de manera dialógica. Es por eso que, en la eterna discusión sobre los límites entre la ficción y lo real, no parece haber demasiado acuerdo. Gachassin prefiere inclinarse por pensar su obra como un documental: “Que haya ciertas situaciones construidas no impide que sea un documental. Se puede proponer ‘bueno…ahora podés entrar por esa puerta y salir por allá’. Nunca hicimos marcaciones de ficción sobre lo que tenían que decir. Lo importante es que Kalb es abogado en la realidad y está llevando adelante un juicio que tendrá efectos sobre sus defendidos, porque de su labor depende que vayan en cana o no”. Sin embargo, Scarvaci contrasta: “a veces la ficción tampoco impone marcaciones. Establece un territorio, se propone una situación y a los actores se los deja improvisar. Lo hicieron directores como John Cassavetes o incluso Raúl Perrone. Los actores saben lo que tienen que hacer, sin embargo no hay guión. Alfredo armaba la dinámica y la verosimilitud del vínculo. Hizo muchas cosas al servicio de la película.”
AZ: Entonces… ¿cómo se logra acordar y dinamizar el rodaje a cuatro manos?
-DG: En el rodaje de un documental de observación como éste no hay mucho tiempo de discutir en dónde poner la cámara, si es mejor un ángulo u otro. La discusión se daba antes o en la posproducción. Yo creo que para hacer un buen documental, tenés que tener una buena investigación y saber muy bien qué es lo que vas a buscar. Si estás seguro de eso, vas a saber en qué lugar colocar la cámara, por ejemplo.
-M.S.: Al ser mi primera película no tenía experiencia, entonces dependía mucho del rumbo que tomaba el editor. La montajista, Valeria Racioppi, hizo un laburo buenísimo al encontrar la sustancia poética que tenía el material, y evitar el costado más estadístico o meramente referencial de los juicios.
De hecho la tentación de caer en el dato duro está zanjada a partir de varias secuencias que le reservan varios rasgos de lirismo a un tema que podría caer fácilmente en la sensiblería y el escarnio del informe televisivo, o en el acartonamiento del documental expositivo. Hay una situación destacable en ese sentido que funciona combinando el azar y lo planificado. Una escena que nace de un pedido del Gordo Valor, cumpliendo su condena en el penal, como colaboración de la película para las familias de los presidiarios en el Día del niño. Un mago (amigo de Scarvaci) aparece en el patio del penal e interactúa con las familias con humoradas y trucos. Pero también se introduce y juega en la película de tal manera que parece un entrevistador de Alfredo. Esto funciona para anclar información sin que sea una bajada de línea brusca y oxigenar la narración.
AZ: La película se cuida de mostrar un veredicto moral sobre la figura de Alfredo…
-M.S.: La película construye su propio verosímil, por fuera de ella podés objetar moralmente lo que quieras. Elegimos hacer un recorte. No defendemos a Alfredo como un héroe ni lo juzgamos. Nosotros planteamos que el mundo de la justicia penal es contradictorio. La ley te habilita a mentir tanto al abogado como al imputado. La realidad te pasa por encima. Sergio Massa aparece en televisión queriendo meter bala, diciendo: “entran por una puerta y salen por la otra”. Y es una vil mentira. Porque si sos negro y pobre, en este país te van a dar quince años de cárcel por haber robado un caramelo. Porque es la manera que tiene el Estado de administrar la pobreza: con las herramientas del derecho penal.//∆z