El viernes por el Matienzo pasaron dos de los solistas más interesantes de la escena: Juan Ravioli y Pablo Malaurie regalaron su mejor versión en otra gran noche porteña.
Por Alejo Vivacqua
Fotos por Nicolás López
Habiendo escuchado como se debe sus dos álbumes para la juventud, de 2006 y 2009, nadie puede creerle a Ravioli cuando en el tema “Nosotros” canta “Yo no soy quién para hablarles de amor”. Pasadas las 21.30hs, Juan subió al escenario del renovado Matienzo para desplegar una parte de su cancionero: nueve temas que muestran lo que este hombre de Villa del Parque es capaz de hacer.
Ravioli empezó su repertorio con “La ternura” en una reversión propicia para el vivo, algo que caracterizó al show del viernes: canciones con un sonido completamente diferente al de los álbumes y adaptadas al formato rockero de dos guitarras, bajo y batería. Si en sus dos discos había lugar para el piano, saxo o trompeta, acá fue todo comprimido por la furia de las cuerdas. Hubo momentos de cuelgues y zapadas psicodélicas, algo que Juan y su banda de siempre manejan muy bien.
En la lista hubo lugar para dos nuevos temas que seguramente estarán en el esperado tercer disco, como “Se rinde el día” y “Allá voy”, que se sumaron a los de siempre, “El misterio” y “Maldición”. Es una lástima que Juan haya estado un tiempo sin tocar en vivo, ya que nos perdimos de escuchar más seguido canciones tan lindas como “Son días felices” y “Benteveo”. Como muestra de la capacidad para reinventar su sonido, y como preludio a lo que vendría después, Ravioli terminó su presentación con un experimento de “Perdido (perro de casa)”, en la que canta que debe buscar cómo sobrellevar el estar siempre tan solo.
Pablo Malaurie -pronúnciese Malorí- tiene en sus espaldas El beat de la cuestión, el discazo de 2013 que sirvió para confirmar su sonido y que obliga al bandcamp a redefinir sus tags: doce temas que van desde el flamenco y el vals al pop electrónico.
Por si todavía alguno no se había dado cuenta, Pablo ratificó el viernes pasado que es un gran guitarrista. Al igual que Ravioli, Malaurie mostró una versión más rockera de su disco, siempre acompañadas por esa voz tan particular y cautivadora. Ese vibrato ya es su marca registrada. “Ahá mhm”, con la que arrancó el show, “No te hagás la leidi” y “Alas con él” fueron algunas de las canciones que hicieron mover al público, aunque desde arriba del escenario Pablo desafiaba a bailar a los más quietos de la sala.
No podía faltar “Seymour Cassel” -ese homenaje al actor de cine independiente en la que el viejo flirtea desde la pantalla a la chica de Malaurie-, y mucho menos “Interferencias totales”, un temazo en el que se reivindica a Pappo y Manal con los sintetizadores sonando de fondo y que tiene uno de los estribillos más pegadizos del último tiempo.
A priori parecía una propuesta de lo más inusual juntar a dos proyectos tan distintos como los de Malaurie y Ravioli, pero, habiendo visto y oído lo que en el viernes nos ofrecieron, es correcto decir que fue muy acertado reunirlos en la misma fecha. Ambos en las formas, pero apelan a la misma sensibilidad a la hora de hacer canciones, y eso es algo que por suerte nunca va a dejar de movilizarnos. A ellos, gracias.