El año pasado Lorrie Moore participó del FILBA. En esta crónica, repasamos esa visita y sus dos últimas novelas editadas en Argentina, Anagramas (Eterna Cadencia, 2020) y ¿Quién se hará cargo del hospital de ranas? (Eterna Cadencia, 2019).

Por Agustina del Vigo

                                                                                               ¿Y cómo sucedió todo eso? Nunca sé cómo pasan las cosas.
Anagramas

Lorrie Moore habla del amor en una rueda de prensa: “Love is always falling apart. That’s why young people doesn’t want to engage with that” [“El amor siempre se está desmoronando. Por eso los jóvenes no quieren comprometerse con eso”]. Le pregunto si piensa que hay que estar enamorada para escribir sobre el amor. Agarra el micrófono, le da la espalda al resto de los periodistas, me mira y contesta sin esperar que la traductora haga su trabajo. “You don’t need love to write, but you can write if you’re in love” [“No necesitás amor para escribir, pero podés escribir si estás enamorada”] y, enseguida, matiza: se puede escribir sobre el amor y la ruptura apenas nos animemos a “salir un poco de ahí”, de esos lugares completamente opuestos pero igual de incuestionables en los que nos ponen el enamoramiento y el dolor de la separación. En esos lugares donde nada puede existir más que el presente y el individuo. Pero la literatura jamás es sobre ninguna de estas dos cosas.

Lorrie Moore parece una persona tímida. Se sienta a la mesa con la parsimonia de quien reconoce un territorio. La traductora se sienta a su lado, es una chica joven que dedica todos sus gestos a lograr la comodidad de la escritora que no entiende ni habla bien el castellano.

Dejo de escuchar y anotar para observarla mejor. Tiene una piel muy blanca y ese rosado en la cara que suelen llevar las personas del hemisferio norte. Lleva en la discreción de su morral negro un pin del FILBA, el Festival Internacional del Libro de Buenos Aires. Tiene lógica porque vino como invitada del evento. Y, sin embargo, algo del lugar en el que el pin fue colocado me recuerda las mochilas que llevábamos en la adolescencia, que le hablaban a los otros de nuestras bandas de rock preferidas y nuestras frases de cabecera. Lorrie Moore también lleva muchos anillos. Dice que antes de ser invitada no sabía que la estaban leyendo en Argentina y se sorprende de la cantidad de lectores. Habla del momento de escritura, de lo que descubrimos cuando nos sentamos en el escritorio y nada sale como lo planeamos. Vuelvo a pensar en esa sorprendente cantidad de anillos. En el sonido que harán durante el leve roce de esos dedos cuando escriben. Pienso si alguno será algún recuerdo de una historia de amor.

Hablamos de su novela ¿Quién se hará cargo del hospital de ranas?, publicada por primera vez en 1994 y editada en el 2019 por Eterna Cadencia con traducción a cargo de la escritora Inés Garland. Una novela que narra la vida de Berie, la adulta que hoy vive un matrimonio problemático en París y recuerda a la Berie de quince años cuando trabajaba en un parque de diversiones con su mejor amiga Silsby Chausée. “De ella se trata todo esto”, dice Berie poco después del inicio. De ella y de lo que significa el amor y la amistad de las mujeres a esa edad. De cómo se acompañan para cometer las primeras desobediencias, enhebrar las primeras mentiras y lidiar con las primeras seducciones de los hombres.

 

“Cómo me molestó la manera en que los varones irrumpieron en nuestras vidas. Me resentí con ellos desde los primeros indicios. Eran burlones y ofensivos y yo no les interesaba”, dice Berie, que conoce bien el efecto que su amiga Silsby genera en ellos. Estos hombres serán los mismos que con sus rifles de aire comprimido le dispararán a las ranas en los pantanos, que Berie y Silsby luego intentarán salvar. “Pocas de ellas sobrevivían”, cuenta Berie. Después de años de intentarlo y fracasar, del oficio de las amigas solo queda un cuadro que pinta Silsby, colgado en la pared de su cuarto con el nombre “¿Quién se hará cargo del hospital de ranas?”. A partir de ese momento, todo empieza a cambiar.

“El pasado se convoca en gran medida por un acto de brujería”. En ¿Quién se hará cargo…? la necesidad de Berie es la de encontrar una narrativa para la propia historia, presente y pasada. ¿Cómo hablar de ese momento de juventud en el que todo —desde el propio cuerpo hasta el futuro— tiene aún la potencia del desarrollo? Esta novela lo hace a través del recuerdo de las aventuras de estas dos “socias emocionales”, su comprensión paulatina de que “era difícil ser una chica, acarrear estos cuerpos que nunca estaban bien”, el relato del aborto de una y la comprensión temible de que con los años las experiencias van separando muchas veces nuestros caminos.

Pienso que un relato como el de ¿Quién se hará cargo…? solo pudo haber sido escrito con honestidad, como decía Hemingway, desde la mirada del que está lejos. Eso es lo que me respondió Lorrie para escribir sobre el amor. Entiendo que la novela entrelace ambas historias y que sea una Berie casada y adulta la que recuerde. La que aún en ese presente parisino desde el que la novela se construye busque volver en busca de respuestas a ese amor que solo conocen las mujeres que tuvieron la suerte de crecer con “una mejor amiga”.

“Humor express healing. It’s survival. The ability of resilience” [“El humor expresa sanación. Es supervicencia. La habilidad de la resilencia”], una frase más que anoto mientras Moore responde otras preguntas. Es cierto que el humor es un recurso palpable en su escritura, algo que también se intuye como un desafío en sus traducciones al castellano. Se lee en ¿Quién se hará cargo…? en la voz de Berie, pero aún más en la de Benna Carpenter, la protagonista de Anagramas, novela publicada originalmente en 1986 y editada por Eterna Cadencia este año con traducción de Cecilia Pavón.

En Anagramas, la autora construye otra voz femenina que reflexiona sobre esa “espantosa etapa de la vida que va desde los veintiséis a los treinta y siete años conocida como estupidez”. Lorrie Moore cuenta en la entrevista pública en la que estamos que al principio escribía en primera persona porque nunca estaba segura de quién estaba hablando, ella o los personajes. Hasta que entendió que cada historia tiene su voz.

En el caso de Anagramas, esa voz se desdobla para reproducir diferentes vidas posibles. La autora toma a sus personajes como se toman las letras de una palabra y los reordena para explorar las combinaciones posibles de la historia de Benna y de Gerard. Lo que narra es, en el fondo, la fragilidad de los significados que nos rodean.

En esas vidas posibles, Benna es una profesora de aerobics para ancianos que se enamora de un Gerard que le rompe el corazón y descubre que tiene cáncer de mama. En otra de esas realidades es una cantante y huye de su vecino Gerard, que la ama, para después transformarse en Benna, una profesora de poesía en la universidad, harta de la apatía de sus alumnos y amiga íntima de un Gerard con el que hay algo más que una amistad. En la variación de estos mundos, algunas generalidades se van comprendiendo sobre la intimidad entre hombres y mujeres, los vínculos familiares y sus paradojas, la percepción de la propia soledad y qué se hace con ella.

En Anagramas, Moore se centra en narrar con dosis parejas de cinismo, humor y dulzura todos esos momentos que suceden mientras esperamos que lleguen  “las cosas” y extiende sobre todos ellos una frase que acompaña la lectura como un mantra: “La vida es triste. Aquí hay alguien”.

Lorrie pasea su mirada de rostro en rostro. Veo sus pensamientos flotar entre los sonidos que no conoce. Que hablen de una sin comprender el idioma debe sentirse un poco como amanecer al descampado. La entrevista comunal termina. La veo ponerse sus anteojos negros aunque la claridad no es tanta y avanzar entre gente que quiere saludarla. Pasa a mi lado, quiero agradecerle por lo que dijo sobre escribir del amor. Lo hago. Detrás de esas dos mínimas pantallas negras, me sonríe. Comprendo que los autores no son sus ficciones. Ahí hay alguien.//∆z