Lollapalooza 2022: el rugido furioso

¿Qué pasó en la séptima edición argentina de uno de los festivales más importante del mundo? Emergió el rock. A partir de los 3 headliners: Miley Cyrus, The Strokes y Foo Fighters, analizamos por qué este género está más vivo que nunca.

Por Rodrigo López

Si hay una reflexión principal tras el esperado regreso del Lollapalooza Argentina, es que el rock and roll está más vivo que nunca. Y no solamente como género musical en sí mismo, sino –ante todo– como un concepto y un significante absoluto. Durante muchos años, especialistas y no tanto han dedicado muchas horas de su vida a dar por terminado el ciclo vital de un movimiento cultural que lejos está de su ocaso y que siempre encuentra la manera de probar una adaptabilidad y maleabilidad que nunca conllevan una pérdida de esencia. A lo sumo, esto último reside en algunas penosas imitaciones que surgieron entre mediados y fines de los años ’90. Todas ellas con un tinte comercial más bien lamentable, cocinadas con mucho edulcorante y con la misma fórmula estandarizada al calor del desarrollo final de las Autopistas de la Información y del embate definitivo de lo que se conoce como la “globalización”.

Lo particular de la situación es que muchos de esos nuevos artistas a los que buscan utilizar como caballitos de batalla en contra del rock, terminan siendo sus grandes defensores y continuadores. En sus respectivos (y explosivos) shows, Dillom, Acru, WOS, Tiago PZK y hasta por (breves) momentos Duki, mostraron –cada uno con sus matices–, que mucho de lo que vienen construyendo en estos años de explosión tiene una base muy fuerte en varias de las extensas ramas sonoras y conceptuales del rock and roll. Esto es también un mensaje para aquellos habitantes de la cara más conservadora y tradicionalista –por ende, estática– del rock, que no pueden tolerar que haya algunos nombres dentro de la nueva generación que se atrevan a dialogar, interpelar y reinterpretar al rock desde el respeto y desde la innovación. Los resultados son dispares, claro está, pero el hecho de que persista el intento de mantener cerca al rock y al hip hop desde lo sonoro y lo cultural, no deja de ser algo interesante y elogiable.

Este análisis se va a focalizar en los tres headliners, los artistas que impulsaron la idea de este texto.

Miley Cyrus: una oda a la versatilidad

Montada sobre la euforia de un primer día vertiginoso, Miley Ray Cyrus regresó a la Argentina para dejar en claro que es una de las mejores artistas de la era moderna. Encasillarla siempre fue muy complicado, ante todo por su impresionante capacidad para adaptarse a casi cualquier género y sub-género musical. Y vale aclarar que estamos hablando de una impresionante adaptación que abarca a la Santa Tríada en su máximo esplendor: hablamos de lo sonoro, lo vocal y lo performático. Desde sus primeros pasos en el mundo del pop radial hasta su presente como indiscutida Reina camaleónica del rock and roll moderno, Miley Cyrus supo recorrer un complejo y consistente camino en el que logró abrazar y hacer propios al rock, al góspel, al blues, al R$B, al country, al soul, al rock industrial, al heavy metal y hasta al rap. Todo desde el presente y con la vista siempre puesta en el horizonte, sin sumergirse en el cliché ni conformarse con cumplir el objetivo en términos técnicos. Ya sea desde un cover de un éxito inoxidable o desde muy sólidas reversiones de sus propias canciones, la oriunda de Franklin, Tennessee, hace tiempo que ha conquistado todos los registros y se ha consolidado como una rareza extrema en una industria estandarizada y bastante aburrida: ya sea en directo o desde el estudio, el suyo es uno de los mejores actos de los últimos 50 años.

 

La excusa de su visita al Lollapalooza Argentina 2022 era presentar su más reciente disco –Plastic Hearts, un estallido que hace dos años sirvió para amenizar una existencia pandémica bastante complicada–, pero su show terminó siendo un magistral repaso por una carrera que desde hace mucho tiempo es un significante eternamente abierto y en persistente evolución. El hecho de que haya sido capaz de reinventar cada una de sus canciones y que haya conseguido hacer propias melodías legendarias, habla por sí solo de lo que ha conseguido Miley en todos estos años. Una línea de progreso pocas veces vista, que la ha llevado a (re)imaginar, respectivamente, en clave punk y hard rock a dos piezas más cercanas al pop como “Fly On The Wall” y “We Can’t Stop”. Una línea que le permite divertirse con nuevas ropas para viejos clásicos como “7 Things”, “The Climb” y “Party In The USA” y que parezca que los años no han pasado. Y que es lo suficientemente flexible como para dejarle lugar a su costado más country y baladístico; momento en el que queda claro que su voz es invencible.

En otro punto clave que ya es rutina para la norteamericana –ante todo desde el quiebre que significó sonora y culturalmente ‘Bangerz’ (2013) –, fue gratificante verla dominar otro de los más grandes escenarios globales con una facilidad deslumbrante. Es sabido que su performance es de las mejores que existen y el secreto reside en una inteligente combinación entre salvajismo, carisma y desfachatez. Habían pasado muchos años de su última visita y este regreso con fuego y gloria confirmó lo que se había comenzado a vislumbrar en aquel entonces. Ese primer dialogo desde el pop y el country con el hip hop, con el rock y con el trash pop fue sinónimo de audacia y disrupción, algo que no le gustó en absoluto a una industria en exceso cuadrada y conservadora. Al ver su presente, quienes se atrevieron a criticarla seguramente estén arrepentidos: su brillante y multifacético presente es la confirmación de que todavía existen artistas capaces de escribir la música del futuro sin perder el respeto por los sonidos históricos ni la capacidad de ser creativos en un presente que es tóxico para todo artista que se atreva a escaparse del guion. Es decir, para todo aquel artista que se atreva a verdaderamente serlo.

https://youtu.be/j-ie6iXzrsI The Strokes: la sana (a)normalidad de siempre

El fenomenal show de The Strokes al cierre de la segunda jornada arrojó una peculiar paradoja: si bien Julian Casablancas, Albert Hammond Jr., Nick Valensi, Fabrizio Moretti y Nikolai Fraiture no exhibieron la misma adrenalina corporal arriba del escenario que en su presentación de 2017, lo cierto es que en lo que refiere a lo técnico y a lo sonoro se mostraron en una muchísimo mejor forma. Se preguntarán qué pasó entonces con la actitud entre punk y rockera que siempre los caracterizó; bueno, la realidad es que estuvo más presente que nunca. Elevada a la potencia con reminiscencias a aquellos años de fuego en una Nueva York golpeada que recién empezaba a acomodarse y a pensar formas para rebelarse contra la (nueva) era del terror y de la vigilancia. En un giro extraño de la historia, muy en sintonía con los (bizarros) tiempos que corren, esto fue lo que más molestó a la mayoría de un público demasiado acostumbrado a la demagogia festivalera ¿Qué fue aún más extraño? Que todo ese público ofuscado por los rezongos, olvidos y puteadas de un frontman siempre picante, es el que siempre critica a los artistas de otros géneros y estilos musicales con el argumento –derechos de autor a Myriam Bregman– de que “les falta rock”. Somos lo que han hecho de nosotros: conflictos y confusiones en la era digital dentro de una masa consumidora que se ve atravesada de punta a punta por la ira y el caos de una industria desesperada por solamente vender más productos estandarizados y sumisos a lo que dicta el sistema.

Desde lo sonoro, el show de The Strokes fue una gema para atesorar: además de pasearse con sus anchas espaldas por sus clásicos, lograron introducir a la mezcla los sonidos retro-futuristas de su más reciente disco, ´The New Abnormal´(2020), sin que desentonasen en absoluto. Canciones como “Bad Decisions”, “The Adults Are Talking”, “Brooklyn Bridge To Chorus” y “Ode To The Mets” son –cada uno a su manera, con grados de distorsión y nostalgia muy diferentes– una perfecta (re)interpretación de los sonidos que en los ‘80s nos llevaban a volar por una realidad digital en ciernes. Y, como si esto fuese poco, son temas que suenan muy bien en vivo y que nos permiten recorrer una faceta muy distinta de The Strokes. Tal vez el secreto de su actual (muy buena) forma resida en haber retomado el sendero más experimental de ‘Angles’ (2011) –escuchar “You’re So Right” fue una delicia para los fanáticos de toda la vida– y en haber recordado que ‘First Impressions Of Earth’ (2005) es un disco por completo infravalorado con canciones tan sensibles como brillantes: al preciso diálogo entre el clasicismo rock de “Killing Lies” y la distopia neo-punk garagera planteada por “Electricityscape”, solamente le faltó la adrenalina espacial de otro tapado como “Ize Of The World”. A los oriundos de Nueva York les vino muy bien el haberse liberado de esa eterna demanda popular que les exige ser solamente una banda de riffs simples, directos y potentes. Esta vieja/nueva (a)normalidad, les sienta demasiado bien. Entre puteadas, discusiones, lecciones sónicas y mucha actitud, The Strokes confirmó que es una de esas bandas a las que hay que cuidar: ser patrimonio del rock no es para cualquiera. Y menos cuando se demuestra que esencia y evolución son conceptos que pueden ser escritos en la misma oración.

Foo Fighters: el sonido de la furia y el dolor inesperado

Es muy difícil alejarse y/o aislarse de la tragedia que sucedió apenas días después de la gran performance de los Foo Fighters en el Main Stage del Lollapalooza Argentina 2022. El dolor por la repentina e inesperada muerte de Taylor Hawkins horas antes de un show en Colombia será eterno y quedará marcado a fuego en el corazón de los fanáticos argentinos el hecho de que su última gran ovación la recibió aquí antes, durante y después de interpretar su sentida y siempre acertada versión de “Somebody To Love” de Queen. Hablar de los Foo Fighters es hablar de una banda que durante más de 26 años fue la mejor en lo suyo y que nunca perdió ni el fuego sagrado ni la profesionalidad. Ni hablar del hecho de que disco a disco buscaron innovar –algo que lograron, a pesar de lo que muchos detractores digan– sobre una base siempre oscilante entre el rock clásico y el hard rock. Pasaron más de 26 años en los que navegaron con espalda ancha por las aguas del rock alternativo, del grunge, del post-grunge, del punk, del heavy metal, del power pop y hasta del dance rock. Hablamos de 26 años en los que, a puro amor genuino por la música, le enseñaron a miles de bandas lo que verdaderamente significa estremecer de pies a cabeza a millones de personas alrededor de todo el mundo.

Abarcando su muy extensa carrera, los norteamericanos eligieron darle prioridad a versiones XL de clásicos como “Learn To Fly”, “The Pretender”, “Best Of You” y “Times Like These”. La coexistencia con material más reciente como “Sky Is A Neighbourhood” y “Run” fue ideal como siempre; pero la presencia imponente de adrenalínica “No Son Of Mine” –un hermoso homenaje bien thrash a Lemmy Kilmister– y de la sensualmente pesada “Shame Shame”, dejaron en claro por qué ‘Medicine At Midnight’ (2021) es uno de los mejores discos de rock de los últimos 20 años. Y también la marca  y confirmación de su vigencia. Porque quedarse en la zona de confort nunca estuvo siquiera sobre la mesa. El recuerdo del primer Lollapalooza llegó en forma de Kurt Cobain y fue sellado con la infalible presencia de Perry Farrell sobre las tablas para hacer una versión a punto caramelo de “Been Caught Stealing” de Jane’s Addiction. El cierre rabioso de la mano de “Monkey Wrench” y “Everlong” dejó al público con ganas de mucho más, pero alcanzó para cerrar una presentación llena de potencia y caos. Una de las razones por las que todos queríamos el regreso de los festivales masivos, era para poder cantar con los Foo Fighters hasta que no quedase más nada. El tiempo dirá que es lo que tiene preparado para Dave Grohl y compañía. Lo que es seguro, es que en la memoria de los cientos de miles de seguidores que asistieron al show en San Isidro quedará el recuerdo de una performance notable y de ese abrazo inolvidable entre dos amigos que algún día volverán a encontrarse para seguir rockeando.