Acá están, estos son, los diez discos nacionales más destacados de 2021 según ArteZeta.
Por Facundo Arroyo, Pablo Díaz Marenghi, Carlos Noro, Matías Roveta y Joel Vargas
Foto-Ilustración: Paula Rosa – @paularosapintura
10- Desafío Guerrero, de Luna Sujatovich (Independiente)
Hija de Leo Sujatovich (Spinetta Jade) y hermana de Mateo Sujatovich (Conociendo Rusia), podría decirse que desde muy pequeña sabía que su vida estaría signada por lo musical. Desde aquellas primeras clases de piano que le daba su abuela, la mítica Pichona Sujatovich, quien supo dar clases nada menos que a Charly García. Luego de haber estudiado composición, de formar parte como pianista y arreglista de la banda de Coti Sorokin y de integrar el ensamble latinoamericano La Colmena, se decidió a dar el salto hacia sus canciones propias. Su primer álbum de estudio se caracteriza por la cruza de ritmos rioplatenses y el folklore argentino con el lenguaje del jazz, el rock y el R&B. Como el ritmo de “La niña” llevado por el bombo legüero y entrecruzado por sutiles notas de piano. Este instrumento cobra un predominio notable, evidenciando la predilección de esta artista y sus influencias. También hay algo de sonoridad africana y candombe. Por ejemplo, en “Ensueno”, uno de los puntos más altos del disco. Con producción de Nicolás Btesh, el disco se finalizó durante la cuarentena estricta de 2020. Aquí la armonía brilla y ayuda a dotar de un preciosismo notable a la propuesta sonora de Luna Sujatovich quien, esperemos, continúe por esta senda de bellas canciones. Pablo Díaz Marenghi
9- Amalgama, de Pyramides (Casa del Puente Discos)
La producción cuidada y las sutilezas de los arreglos -alejados de la inmediatez lo-fi de los comienzos de la banda- parecen contradecir el concepto de un título elegante: acá no hay una mezcla confusa de elementos de distinta naturaleza, sino que todo funciona a la perfección para dar como resultado un excelente disco de postpunk cosecha 2021. De Avellaneda al mundo, Pyramides traza un amplio muestrario de influencias conocidas: las voces pueden remitir al timbre dramático del recordado Palo Pandolfo, mientras que las líneas de bajo en un primer plano recuerdan a Joy Division y las guitarras eluden todo virtuosismo para crear texturas disonantes que rastrean el sonido de Daniel Ash. Entre vapores de sintetizadores y un pulso general de electro-rock oscuro (“Frágil”, “Atlántida”), el grupo también se permite momentos de descanso (la balada dream pop “No” con Roberto Aleandri de Atrás Hay Truenos como invitado es la gran joya del álbum) y redondea su mejor disco a la fecha. Amalgama se armó con rescates de canciones viejas que habían quedado en el tintero y nuevas canciones pensadas para la ocasión, y esa facilidad de acumular composiciones parece estar reflejada sobre el cierre con “Rizzo”: “Y si lo hiciste todo, ¿qué vas a hacer hoy?”, dice la letra de una canción que suena como un hit perdido de The Cure. Matías Roveta
8- Hijo de Campeones, de Mariana Michi (Independiente)
Mariana Michi es una de las artistas más interesantes de la escena contemporánea. Multi instrumentista, integrante de Miau Trío y Ocho, sus canciones se embeben de sonoridades pop pero, también, folklóricas, clásicas y rockeras. Su disco debut, Cayó el valiente (2018) ganó la Bienal de Arte Joven, Su sucesor, posee un mood más bailable. Temas como “New Age” se embeben de sonoridades por momentos andinas o afroamericanas, atravesadas por un tamiz electrónico de loops y sintes. Otros, como “Enero”, proponen momentos más funkadélicos y Motown. Algo había adelantado en “Ruidos programados”, canción que abre su disco anterior. Las diversas capas sonoras que se perciben en este álbum conviven de manera armónica tanto en lo rítmico como en lo melódico, evidenciando una erudición sin poses sino a conciencia a la hora de trabajar los aspectos compositivos. Michi se ratifica como una artista joven digna de ser escuchada. Aquí hay canciones para dejarse llevar y bailar mientras se desmorona todo lo conocido. Pablo Díaz Marenghi
7- La Caldera, de Julieta Laso (Ultrapop)
Además de ser la continuación del celebrado Martingala (2018) y de insistir con la estética del Río de La Plata, en La Caldera (2021) Juli Laso profundiza un foco argentino. Anclada entre los ‘60 y los ‘70, las canciones que la intérprete más sobresaliente de los últimos años en el circuito de Buenos Aires elige tienen un hilo narrativo diverso. Uno de ellos es el cine: ahí está la escena de Graciela Borges bailando en La ciénaga mientras suena “Cara de gitana” (Diego Magal – Rubén Lotes), Sandro con “Corazón de Lobo” o el faro definitivo de esta guía de selección con “Trapito” (Néstor D´alesandro). Sumado a esa decisión, Laso no pierde el foco contemporáneo y agrega además dos temas de Diego Baiardi, su socio compositor (“Desatanudos” y “Muñecas”) y hasta uno de Lucio Mantel. Esa canción llamada “La sombra” fue compuesta exclusivamente pensando en Laso y su voz. Una que, como dice ella, suena a fonola con tierra y, de a poco, se forja en el centro de una escena que la desea tanto como intérprete, pero también como traductora. Facundo Arroyo
6- Los años salvajes, de Fito Páez (Sony Music)
Desde hace varios discos Fito viene demostrando una vez más porque es uno de los artistas más importantes, talentosos y populares del rock en español. Después de un periodo de discos sin tanta repercusión, el rosarino volvió con todo: La ciudad liberada (2018), La conquista del espacio (2020) y, ahora, Los años salvajes. Tres álbumes que demuestran el poder de la melodía de Páez. Los años… inaugura una trilogía que podría ser la banda sonora de una biopic con canciones plagadas de referencias y guiños a toda su carrera. Un disco que disputa el uso del significante “libertad” en tiempos donde cualquier payaso mediático trata de apropiarselo. Fito planta bandera y canta “Vamos a lograrlo. En tu corazón vive la libertad”. La batalla es cultural y él lo sabe. Joel Vargas
5- El tiempo y la serenata, de La Delio Valdéz (Independiente)
La Delio Valdéz es una orquesta de cumbia que retoma la tradición colombiana pero también apuesta por la fusión con otros ritmos como la salsa y el reggae. Un sonidero ideal para celebrar la vida. Durante la cuarentena, los y las integrantes de La Delio, como muchos y muchas artistas, se vieron forzadas a no tocar en vivo. Fue un tiempo que supieron aprovechar para componer El tiempo y la serenata. Su segundo disco con canciones propias, una muestra del fuego que logran crear en sus shows. Hace poco editaron un EP: Noche de cumbia, con Los Palmeras. Dos generaciones de cumbia juntas. Nuestra cumbia vive una nueva era de oro: Damas Gratis con un Pablo Lescano cada vez más gigante; L-Gante fusionando el hip-hop, el trap con su cumbia 420, la vieja guardia con Los Palmeras y La Delio Valdéz construyendo un cancionero popular. ¿Argentina? Fiesta asegurada. Joel Vargas
4- OSCURO ÉXTASIS, de WOS (Doguito Records)
Con tan solo 23 años Valentín Oliva, mejor conocido como WOS, se convirtió en un referente de la música nacional. Primero hay que hacer una aclaración: él no es trapero ni tampoco hace reggaeton, su universo es el hip-hop y es uno de los mejores freestylers del país. Palabras que en Argentina antes eran secretos a voces hoy son trending topic en el mundo joven y no tan joven. OSCURO ÉXTASIS es su segundo disco, si antes tenía hits como “CANGURO” donde mostraba su flow, sus variaciones y que era un maestro del verso, ahora dispara en “QUE SE MEJOREN”, un himno que revive el espíritu rebelde del Argentinazo. Dos décadas pasaron y la canción de protesta se materializó en el hip-hop y sus derivados. WOS dirige la escena con este nuevo álbum plagado de bases rockeras y tres feats. potentes: Ricardo Mollo en “CULPA”, un llamado de atención a la fama; CA7RIEL en “NIÑO GORDO” con un sampleo de “Praise You” de Fatboy Slim; y Nicky Nicole en “CAMBIANDO LA PIEL” donde muestra que además de rapear sabe cantar. Pasado, presente y futuro convergen en WOS. Nuestra música está en buenas manos. Joel Vargas
3- Aullido, de Florencia Ruíz (Independiente)
Para Aullido (2021), su octavo disco solista, Florencia Ruiz eligió potenciar todo el trabajo subjetivo e introspectivo que caracteriza a su obra: un conjunto de canciones a veces individuales y otras colectivas que dan cuenta de sus diversos sentires a lo largo del tiempo. Con producción propia y habiéndose hecho cargo de todo lo que suena, en el álbum la artista explora paisajes cotidianos que indagan en las distintas dimensiones del deseo: ese que a veces es grito primal, a veces es grito colectivo y que apuesta al encuentro con otro u otra. En once tracks que van desde el pop al rock explorando distintas sonoridades y climas, Florencia Ruiz se encuentra sin dejar de preguntarse jamás sobre aquello que nos sostiene y nos propone pensar más allá del día a día de nuestra existencia. Carlos Noro
2- EL DISKO, de CA7RIEL (Clix)
Antes de la pandemia CA7RIEL se juntó con Paco Amoroso y llenaron un Obras con tan solo un año tocando juntos en muchos escenarios del país. Mucho antes de la pandemia CA7TRIEL tenía una banda de funk rock que se llamaba Astor y un poco antes de la pandemia CA7TRIEL editó su primer disco solista: LIVRE con reminiscencia al mejor Dante Spinetta. EL DISKO es la síntesis de todo: psicodelia, experimentación, cultura popular, globalización, intertextualidad, hip-hop, rock, funk, un sampleo de “Lucy in the sky with diamonds” de los Beatles y locura extrema. ¿Cómo hizo un pibe de barrio para lograr que algo que a priori parece para pocas y pocos sea para muchas y muchos? Captó los sonidos de la nueva era, le dio su impronta y lo llenó de ironía. Gracias por tanto. Joel Vargas
1- Siervo, de Palo Pandolfo (S-Music S.A.)
Existe un debate alrededor de la crítica cultural casi desde sus orígenes: si una obra debe hablar tan sólo por sí misma o si el contexto debe condicionar su interpretación. Lo cierto es que hay un dato fáctico ineludible que emerge casi como un hacha que rompe el mar de hielo que llevamos dentro: este es y será el último disco de Roberto Andrés Pandolfo. Su cuerpo se desplomó en plena calle, a la altura de la Avenida Díaz Vélez 5255 el 22 de julio de 2021. El personal del SAME intentó reanimarlo pero no fue posible. Falleció de manera súbita, intempestiva e inesperada. Es por esto que Siervo, en cierto punto, se resignifica. Será para siempre la última obra producida por Palo en vida, cuya salida era inminente. Pero, al mismo tiempo, sería un error dejar que se nuble por completo el juicio sobre este disco por el final de su vida en el mundo físico. Esta cosecha de once canciones, con invitados de lujo y un concepto alrededor, reúne toda su inconfundible potencia de trovador ignífugo. Marcan a fuego el año musical y lo resaltan por mérito propio. A pesar de que siempre habrá algún sector malintencionado, habitué de la “fiaca mental”, que guste de pensar que el disco de Palo se entroniza de manera injusta por el fetiche de su muerte.
Analizando lo estrictamente musical, como este disco se merece, estas canciones están unidas bajo un mismo núcleo. Palo había contado en entrevistas que pretendía alejarse de aquel sonido más rockero y arrollador de Transformación (2016). Incluso, también, venía desarrollando proyectos más ligados al tecno y al tango. En Siervo, el sonido electroacústico es el que prima. Producid por Juan Belvis, se oye algo más folclórico en “Doble Corazón” —que arranca con la contundente frase “No tengo casa” y zambulle al escucha en una soledad profunda— para luego continuar con un loop de guitarra criolla y un fraseo casi de rap. La guitarra se encuentra, como en la mayor parte del disco, semi desnuda. Algo de distorsión emerge en “Párpados”, donde el invitado de lujo es Fito Páez. Una balada rock mid tempo con una lírica fiel a la poética del ex Visitantes y Don Cornelio. La tristeza, la melancolía y la introspección atraviesan todo el álbum. Como en “El alma partida”, donde Palo también hace algunas percusiones sutiles. Su voz está bien al frente. El videoclip de este tema es imponente: Palo iluminado de manera tenue con tonos azulados sobre un escenario vacío parecería estar cantándonos desde otra dimensión. El final, con su mirada a cámara en un primer plano es, sin dudas, demoledor. Lo emocional embebe al arte y viceversa.
A pesar de que las canciones reúnen un fuerte contenido ominoso y denso, hay lugar también para la luz. Por ejemplo en “Tu amor”, donde cantan Santiago Motorizado e Hilda Lizarazu. Una balada pop bella que bien podría ser un hit radial. Esto abre la puerta a otro posible análisis: a lo largo de toda su trayectoria, salvo en sus primeros momentos a fines de los ochenta donde gozó de bastante reconocimiento mediático, se lo señaló como un emblema y referente del under. Si bien Palo plantaba su bandera en la autogestión con convicción, ¿No vale la pena preguntarse también si dicho derrotero no se debió a una cierta exclusión del mainstream que lo relegó a un lugar más bien de figura de culto? Por supuesto que Palo, al igual que otros grandes monstruos que por desgracia partieron de este plano antes de tiempo como Rosario Bléfari o Gabo Ferro, no le importaba el “pegarla” o “figurar” en los grandes rankings. Y esto posibilitó, también, el fulgor de su independencia artística. Pero es interesante, al menos, sembrar la semilla de la duda.
Más allá de la brújula apuntando hacia lo acústico y lo despojado, el ADN de Palo está presente. Su voz volcánica y su ambivalencia: ese vaivén entre lo luminoso y lo dark, lo celestial y lo oscuro, lo suburbano y lo onírico. El álbum se cierra con tres de sus mejores canciones: “Fe” —casi una payada o contrapunto folklórico con una letra que dialoga con un universo espectral—, “Madrigal” —colabora Lito Vitale y se dibuja una melodía preciosista entre la voz de Palo en un tono cuasi angelical y sutil, amenizando su potente caudal vocal, y suaves arpegios de guitarra— y “Humo al Aire”. Aquí regresa el ritmo folklórico con un tempo en negras que es casi como un mantra hipnótico. Al final hay un solo de armónica mientras Palo improvisa (¿improvisa?) onomatopeyas con su voz. Así el disco se termina. De golpe. Como se terminan (casi) todas las cosas. Una puñalada de belleza en medio de un océano de oscuridad. Pablo Díaz Marenghi