A veinte años de su celebrado Ocean Rain, Echo & The Bunnymen volcó toda su nostalgia por aquellos viejos buenos tiempos en Meteorites: un disco que queda al borde de lo kitsch a causa de una producción desmedida en manos del cada vez más peligroso Martin “Youth” Glover.

 Por Matt Knoblauch

Tras cinco años de ausencia en las bateas, los liverpuleanos de ya comunes peinados viejos editaron Meteorites, un álbum con el retornan a sus conocidos paisajes brumosos, grises y angustiosos luego de haber tomado algo de color al tomar sol desnudamente autoproducidos y hasta con cierta alegría en su disco anterior (lo que le valió comparaciones con The Magic Numbers por una buena porción de sus seguidores).

A pesar de que la banda no haya parecido perturbada en lo más mínimo en su colorida aventura, decidió reingresar  a su zona de confort con un repertorio que muestra una fuerte nostalgia por los gloriosos días de Ocean Rain, probablemente su esfuerzo mejor recompensado. La voz de Ian McCulloch está intacta como si todos los días se bajara tres paquetes de caramelos de eucalipto y la guitarra de Will Sergeant sabe complementarla de manera justa y precisa, además de animarse a ir al frente en momentos clave para acentuar el dramatismo que nace de las letras viscerales, melancólicas y sufridas escritas en su mayoría por el icónico vocalista con la ayuda de Youth -quien además de productor también oficia como bajista de la banda- en tres ocasiones.

Pero los problemas comienzan con producción border que delira con orquestaciones exageradas, desvaría con algunos arreglos, abusa de los efectos y ensucia el sonido de forma tan artificial que provoca la sensación de tener activado alguno de esos molestos emuladores de ambiente que trae la mayoría de los minicomponentes y que envuelve con un film plástico a unas composiciones con una gran carga emotiva y las ahoga casi por completo.

En el inmenso poder seminal de las mismas radica el hecho de que estas puedan agujerear esa profilaxis digital y lograr filtrar su desgarrador mensaje haciendo que antes de comenzar la segunda mitad del espiral se acomoden los tantos y la composición se anteponga a la producción con el quiebre que suponen “Is This a Breakdown” y “Grapes Upon the Vine”. Desde ellas la escucha se hace más amigable y no es de extrañar que recién ahí, en el sexto puesto, aparezca el corte de difusión “Lovers on the Run” y la curva de calidad continúe en subida hasta la sublime “Explosions”. Y si bien la que sigue es una pista que parece escapada de la primera –y olvidable- mitad del disco este disco de tintehollywoodense tiene un esperanzador cierre atinadamente intitulado “New Horizons” que, aunque pochoclero, deja intacto el amor hacia estos queribles viejitos quejosos.

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