ArteZeta conversó con el músico rionegrino sobre su séptimo álbum de estudio, el más personal y electrónico de su carrera.

Por Carlos Noro
Fotos de Valentin López

Criptograma es el séptimo disco de estudio de Lisandro Aristimuño. Es una obra personal, melancólica y redentora en la que, como nunca, el rionegrino elige situarse en un primer plano. Desde allí se pregunta por cuestiones íntimas, vitales y esenciales.

Grabó las canciones en su propio estudio “Viento Azul” desde un lugar íntimo y solitario. La soledad y la introspección se presentan como los mejores caminos para transitar preguntas sin la necesidad de llegar a respuestas contundentes o definitivas.

Luego de haber grabado Constelaciones con otra formación, en Criptograma volvió a trabajar con su banda: Carli Arístide, en guitarra; Martin Casado en batería; Lucas Argomedo en cello; Tano Diaz Pumará en violín; Pablo Jivotovschii en viola y violín, a los que se sumó su hermana Rocío Aristimuño en palmas. Sin embargo, reconoce que es el disco más solista que hizo en su carrera.

Compuesto antes y durante la cuarentena, el disco profundiza la búsqueda y la curiosidad de Aristimuño por emprender nuevos caminos, esta vez a partir de atmósferas electrónicas.

ArteZeta: El disco salió hace un tiempo en formato digital, ya está en CD y va a salir en vinilo. ¿Cómo decantaron las canciones en vos? ¿Volviste a escucharlas?

Lisandro Aristimuño: Justamente, el otro día le comentaba algo de eso a Fernando Taverna, uno de los ingenieros de sonido que mezcló el disco. Cuando llegó el CD lo escuché en mi equipo y descubrí que me encanta el audio que tiene el disco. Estoy híper satisfecho con eso desde un punto de vista súper técnico. Eso tal vez tenga que ver con que, de todos los discos que lancé, este es el que más escuché después de grabado. Es un disco que no me canso de escuchar. Me gusta muchísimo, estoy muy conforme con el resultado: disfruto encontrarme con el disco. Además, a mi hija le encanta y siempre me dice que lo ponga. Eso también suma a que suene más en casa.

AZ: ¿Encontrás cosas nuevas en cada escucha?

LA: Es una pregunta difícil. Cuando hacés el disco estás en un plan arquitectónico y encima de la obra, de los arreglos, de cuerdas, de las afinaciones, de un montón de cosas técnicas. Cuando lo escuchás tranquilo sentado en el sillón de tu casa lo percibís de otra manera. Me pasa que me puedo poner en el lugar de “oreja”. Es un punto de vista distinto al del músico que compone las canciones. Puedo salir de esa idea de que al ser un disco mío deba ponerme obsesivo con qué detalles faltan o qué sumaría en cada canción. Me relajo. Incluso, la escucha en el CD para mí es especial, principalmente porque soy melómano. Me encantan los discos, por lo que lo disfruto como cualquier disco, voy leyendo las letras, me acuerdo de lo que escribí, me fijo en los créditos. Soy un oyente más, no me pongo en un lugar muy distinto al de cualquier persona.

AZ: Entonces, cuando creás las canciones estás muy pendiente en una serie de detalles que luego se diluyen.

LA: Exacto. Ahí soy hiper obsesivo. Lo que lo que tengo en la cabeza y en el corazón lo quiero plasmar como me lo imagino. En ese momento doy todo para que suceda. Luego de eso, una vez que se transforma en la obra terminada, la dejo. Me desprendo y es como si hubiera nacido. No sabría explicarlo de otra manera.

AZ: Este disco es el primero que grabás en tu estudio, Viento Azul. ¿Cómo fue el proceso? Venías de grabar Constelaciones”con una impronta bien distinta. 

LA: De algún modo volví a mi familia. En Constelaciones tuve ganas de cambiar de actores (N. de R.: la banda entre otros incluyó a Javier Malosetti, Sergio Verdinelli y Nicolás Bereciartúa). Si comparo con el cine o el teatro, quería cambiar de elenco y que eso me impulse a otras cosas. Incluso, por primera vez hice una coproducción del disco por primera vez con Ariel Polenta el tecladista de mi banda. Tenía ganas de cambiar mucho. Quería cambiar para que eso me movilizara para hacer canciones y en definitiva el disco. La verdad que funcionó perfecto.

En este nuevo disco volví a las fuentes, a tocar con los chicos, que es mi banda de toda la vida. Pero lo loco es que es el disco más solista que hice en mi carrera. Salió absolutamente solo. En los otros discos siempre estaba acompañado de alguien o lo iba mostrando, pero en este caso no. Es un disco solitario, introspectivo y terapéutico. Fue como un espejo.

AZ: Esta impronta parece muy clara a lo largo del disco ligada a los sonidos electrónicos. Sin embargo, también suena orgánico, tocado por personas y no solo por máquinas. ¿Cómo balanceaste estas dos dimensiones?

LA: Criptograma es el disco más electrónico que hice. Es donde la electrónica tiene mayor protagonismo. Es un disco de computadora, de programación. Incluso, hubo casos en los que tuve una especie de base electrónica y la canción no estaba, no tenía la melodía ni nada, me ponía a tocar arriba de eso. En otros discos hice al revés, el origen era la canción y después aparecía la electrónica para adornar o meterle un efecto. Acá fue al revés, la computadora fue el instrumento más importante. A partir de ahí fui planteándole a los músicos los arreglos que quería. La verdad es que no fue un disco tan pensado como otros. Hay otros en los que cada cosa fue buscada y prevista para que saliera de determinada manera. Siento que este disco salió de repente. No hubo nada que haya tenido una dedicación exhaustiva, salió rapidísimo.

Foto: Valentin López

AZ: Se podría pensar en un contraste entre esta idea: un disco que fluyó compositivamente pero que tiene un título complejo como Criptograma. ¿Cómo relacionás estas dos cuestiones? Como en otros discos, parece que hay un concepto que atraviesa las canciones.

LA: Me suele pasar que dejo de lado canciones que no entran en el concepto que pienso para el disco. Hay mucho “lado B” incluso en los otros discos. En este punto soy muy exigente, me gusta que haya una historia que atraviese al conjunto de canciones. Particularmente, Criptograma tiene que ver con una idea que venía pensando desde hace tiempo, relacionada con la manera de comunicarnos. Siento que últimamente la comunicación que tenemos como seres humanos me empezó a afectar. La tendencia que tenemos todos a manejarnos mediante al celular con emojis, caritas o lo que sea. Me pasa que tengo un amigo o una amiga que me manda una carita llorando y enseguida pienso que tengo ganas de verlo o verla. Quiero darle un abrazo, preguntarle qué le pasa. Además, cada quien puede interpretar eso como le parece. No todos los vemos igual y eso puede ser un problema. 

AZ: En muchos momentos tomás la primera persona narrativa para relatar lo que pasa. ¿Qué papel juega haberte puesto en ese lugar?

LA: Es un disco muy introspectivo, es el disco donde soy más protagonista de todos los que hice. Acá estoy yo y es mi persona la que habla. Habla de las parejas, del amor, de las separaciones, de la búsqueda del amor, de qué sería lo correcto, lo incorrecto, de la soledad. De eso habla Criptograma. Me puse en primera persona como ser humano y como Lisandro. No juego a ser otra persona.

Estas canciones hablan de mí y es la primera vez que me animo a hacer esto. En los otros discos también soy parte de las letras, pero tienen una dimensión más poética o más ligadas a historias que cuento. En este disco hay poesía pero lo siento como un diario personal. Ahí me encuentro yo.

AZ: Esta decisión debe haberte interpelado de una manera especial. 

LA: Antes de la pandemia les contaba a los músicos y a mis amigos que tenía ganas de hacer un disco para sentarse en el sillón a escucharlo en soledad, que sea un disco muy casero, que no se escuche afuera. Lo siento como una idea premonitoria de lo que iba a pasar. Me quedé sorprendido por las similitudes entre eso que pensaba y lo que sucedió. En definitiva, se convirtió en un disco muy terapéutico, para encontrarme mucho conmigo. Hablo mucho de la sombra, de esa sombra que te acompaña. También digo que el amor tiene que surgir de dos personas y no solo de una, que el amor surge de una relación y, en definitiva, decir todas esas cosas me sirvió mucho. Fue un desagote de mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Fue también un alivio porque tenía cosas adentro que necesitaba sacar afuera. Socialmente, como persona y no como músico, soy bastante reservado. En la música es el lugar donde tiro todo, es el canal de comunicación más expresivo que tengo. Por eso Criptograma fue una especia de salvación y es bueno que sucediera así, porque todo esto lo tenía atragantado.

AZ: ¿Qué te pasa cuando, en medio de esta búsqueda tan introspectiva, ves tu nombre en algunos medios de espectáculos por un supuesto romance y casi sin mencionar tu música?

LA: La verdad es que no me interesa en absoluto (risas). Cuando apareció alguna referencia que me ligaba a Julieta Prandi, no entendía nada. La primera pregunta que me aparecía es “¿qué tengo que ver con todo eso?”. La primera reacción fue cagarme de risa y los que me conocen a nivel íntimo también se reían. Era muy raro. Elijo no darle bola. Tal vez soy un poco más cabrón si por ejemplo alguien habla mal de mí en un programa de radio y dice que mi música es una mierda. Ahí tal vez me da ganas de ir a esperarlo afuera y que me explique por qué dice lo que dice. En esa dimensión tal vez sí trato de buscar explicaciones. Lo otro no tiene cabida, no me genera nada.

AZ: La exposición mediática está ligada a tu crecimiento en convocatoria. ¿Cómo lo balanceás?

LA: Si hay algo que priorizo y cuido es mi carrera. En eso soy una especie de soldado, por más que no me guste la palabra. Soy disciplinado y me cuido mucho. Desde que estoy en Buenos Aires mi música fue desde lugares muy chiquitos, como la Vaca Profana, hasta llegar al Luna Park. Incluso al Luna Park me lo habían ofrecido antes y he dicho que no porque no me sentía preparado. En ese momento prefería hacer el Gran Rex y terminamos haciendo ocho, algo que fue tremendo. Ahí sí sentí que estábamos listos. En ese punto el público fue creciendo. La gente que viene a verme es muy fiel y muy hermosa. Soy un agradecido porque la gente muestra mi música con mucho cariño. Muestran lo que hago desde un lugar sentimental, les llego a un lugar íntimo. Después están aquellos a los que no les gusta para nada, que también es un lugar válido porque no tengo expectativas ni me gustaría que a alguien le guste mi música porque está de moda. Me encanta que haya gente que no le gusta mi música. Sino sería algo muy loco e inmanejable. 

Comen”, la séptima canción del disco, es un punto de quiebre. Representa el desenlace de los distintos colores, sonoridades y atmósferas introspectivas que proponen el resto de las canciones. La presencia de Wos, mientras Aristimuño repite como un mantra o denuncia “Comen Dios / Comen barro / Comen piel / Comen otra vez”, es uno de esos gestos contemporáneos que ligan al rionegrino con otros artistas en un intercambio tan potente como atractivo. El encuentro de las dos dimensiones crea una canción política pero no literal en uno de los momentos más intensos del álbum. 

AZ: La presencia de Wos terminó de conformar una de las canciones más particulares del disco. ¿Cómo fue el proceso de escribir juntos?

LA: La verdad es que estuvo buenísimo. Tenía la base de la canción y siempre dejaba un espacio porque quería meter un rap en el medio. La idea viene desde hace mucho, porque es un género que me gusta mucho desde muy chico, pero jamás me sentí con ese don de ser rapero. Es muy difícil y no es para cualquiera. Desde el primer disco vengo con la idea. En algún momento llamé a Illya Kuryaki y por un motivo que no me acuerdo no se dio. Lo concreto es que en el medio de la pandemia conseguí el teléfono de Wos, lo llamé y ahí me encontré que admirábamos mutuamente la música de cada uno. Incluso le dije que mi hija lo ama y que es su superhéroe. Es más, creo que ella me lo hizo escuchar y ahí dije “quiero invitarlo”. A partir de ahí nos pusimos de acuerdo para hacer la canción. Todo lo que canta lo escribió él, al punto que es un ochenta por ciento más de él la letra que mía. Yo digo “Comen, comen, comen, comen”, así que ¡lo engañe! (risas). Lo loco es que no lo vi personalmente, pero hablamos un montón.

AZ: En un disco tan personal está canción es la que aporta de manera explícita la dimensión sociopolítica. ¿Lo sentís así?

LA: En casi todos los discos tengo un tema que baja una línea de lo que pienso respecto a esos temas. Claramente tengo una postura social y política que la gente que escucha mi música conoce. Sabe que no soy de derecha. Se dan cuenta al toque. No quiero ocultarlo porque es parte de mi pensamiento, de mi ideología, de lo que soy como persona más allá de ser músico. Para mí la música tiene que estar comprometida con lo social y lo político. Así no lo esté, ya estas proponiendo una postura. Si no decís nada, decís mucho. Entonces, yo quiero decir para que quede claro de dónde vengo y lo que pienso.

AZ: Este año cumplís 20 años de tu primer show en El Tubo, el teatro de tu viejo en Viedma. ¿Qué hay hoy de ese Lisandro?

LA: Mi vida cambió un montón y ser padre lo hizo radicalmente. En aquel show era como una especie de adolescente enardecido. Incluso, las canciones que hacía en ese momento, que también eran mías, nunca las grabé. Estaban más marcadas por el rock. Hoy las escucho, no me gustan y no me dan ganas de rescatarlas. Incluso hay un VHS del show que filmó mi viejo, que tengo pero no me reconozco. En esa época no había encontrado mi personalidad, impostaba la voz, la hacía más grave. Me quería hacer, salvando las distancias, el Cerati. Hoy me rio de eso. En esa época tenía 22 años y por lo tanto se notaban mucho las influencias o los choreos (risas).

AZ: Hay una impronta que hace que quien te escuche lo haga del lugar que quiera. Si te quieren escuchar desde el lado de Radiohead, Sigur Ros, rock nacional o folclore no resulta disruptivo. ¿Qué te sucede con eso?

LA: Me sale de manera genuina. No es una fórmula o una jugada. Me gusta mucha música. Si no hubiera sido músico, sería melómano de la misma manera en que lo soy ahora. Amo la música y me hace muy bien mi corazón. Tuve la suerte de tener una paleta de colores musicales en la casa de mis viejos y me crie con eso. Se escuchaba literalmente de todo, desde Silvio Rodríguez hasta Génesis, por decir algo. Además estaban todos los casetes mezclados, algo que generaba variedad y que uno pudiera buscar nuevas cosas. Aun soy así. Soy coleccionista de vinilos, CDs, me encanta eso. Los que vienen a mi casa se quedan mirando los discos y se sorprenden. Creo, sin ser canchero, que no hay persona que entre a mi casa y no encuentre un disco que le guste. Podés encontrar a Nirvana junto a Violeta Parra. Por eso a la hora de invitar artistas, se ve esa variedad. Tengo una paleta de admiración que no tiene límites.

AZ: Desde tu oficio de músico, ¿haber tenido la experiencia de armar tus bandas de covers cuando eras chico y luego girar en el sur tocando en casinos junto a Fernando Barilo te sirvió para curtirte en cuanto a lo que implica el cancionero popular?

LA: Diría que esa fue mi escuela primaria. Lo primero que aprendes es a escribir, a leer, a sumar, a restar. Yo arranqué a tocar porque me gustaba la música y además porque mis viejos no tenían un mango. Entonces era un poco ganas de hacer música y además laburar. Por ejemplo, en la etapa de los casinos tocábamos canciones de la radio o que estaban de moda. Yo acompañaba a Fernando y hacía los solos. Era una especie de violero eléctrico. Además, hacía un mini repertorio de rock nacional. Hacíamos lo que pidieran. Yo aprendí a tocar todo eso y eso fue una escuela tremenda. Había cosas que no me gustaban para nada, pero era un laburo. Tal vez terminaba un tema de Sabina y hacíamos un tema de verano brasilero. Hacer eso me dio la facilidad de que si me invita a tocar cualquiera, realmente no me asusta. La verdad fue una gran experiencia que tiene que ver con lo que hoy soy.

AZ: Entre la grabación de Constelaciones y la de Criptograma, te uniste al folclorista santiagueño Raly Barrionuevo y, sin mucha planificación, formaron Hermano Hormiga, una obra que recupera la canción popular folclórica y que recibió este año el premio Gardel al mejor álbum de folclore alternativo. 

LA: Parece de película, pero nos juntamos a tocar en el patio de la casa de Raly debajo de la parra con un mate o un vino. Lo iba a visitar, agarrábamos dos guitarras y nos poníamos a tocar. Era como nuestro juego. Eso mismo se transformó en la pregunta: ¿por qué no lo grabamos? Los amigos de Raly que iban a visitarlo nos lo decían, también. Se sorprendían por cómo combinaban nuestras voces y por la química que teníamos en cuanto a la elección de las canciones. Había un repertorio que cada uno escuchaba de chico que tenía puntos en común, que fueron los otros autores que están en el disco. Lo sentíamos como volver al pasado y agarrar casetes del mueble de nuestros viejos. Así se fue dando. Aprendí un montón de Raly y se convirtió en un hermano de la música. Me enseñó un montón, principalmente porque yo no soy tan folclorista como él. Aprendí a rasguear bien la guitarra, a tocar el bombo. Me llevó por ese lado, que además de haberlo disfrutado un montón, sentí que fue como tener un maestro al lado. 

AZ: ¿Cómo te imaginás la vuelta post cuarentena?

LA: El 5 de diciembre voy a hacer un concierto súper íntimo en mi estudio con un audio espectacular. Voy a filmar y a hacer todas las canciones acústicas en soledad, algo que nunca hice. Al estar solo en la pandemia, estoy tocando mucho la guitarra y se me ocurrió que es una buena oportunidad de hacer algo así. Me parece incluso híper sincera, como si estuviera en el living de mi casa. Va a ser en Viento Azul en vivo, pero no en directo porque no quiero arriesgarme a que se complique la transmisión y se corte la energía del show. Es como si estuvieras en un show y de repente se corta la energía dos o tres veces. Es horrible que algo así suceda.

AZ: Y el Lisandro que está detrás del músico. ¿Cómo te imaginás vos una nueva normalidad?

LA: Obviamente me bajoneo con lo que está pasando y a veces me aburro un poco. Pero al mismo tiempo soy alguien que de todo lo que le pasa saca algo nuevo. Soy bastante creativo en lo anímico. Por ejemplo, después de esta nota me voy a andar en bici, no me quiero quedar. No quiero que esto me pase por arriba. Le pongo mucha actitud para estar bien porque soy un tipo muy sensible y si me dejo llevar por la tristeza puedo caer muy profundo. Entonces, cuando veo que está bajando el sol y me empiezo a bajonear, salgo a dar una vuelta en bici, me compro una cervecita, hago una picada, veo algo en la tele.

Respecto al futuro, lo primero que voy a hacer cuando termine esto es agarrar el auto para ir al sur con mi hija. Quiero ir a ver a mi vieja, a la que extraño un montón. A mi hermana y mis sobrinos, a los que adoro. Tengo ganas de salir de la ciudad. Me encanta Buenos Aires pero mi lugar es la Patagonia. Me aparecen las ganas de ir a caminar por el río y de volver a mi origen. //∆z

Foto: Valentin López