Lisandro Aristimuño construyó una obra íntima, electrónica y a la vez colectiva donde las preguntas no necesariamente esconden respuestas. El artista trabajó en su propio estudio y con la mayoría de los músicos que son su banda en vivo. En ArteZeta analizamos el resultado.

Por Carlos Noro

Criptograma (2020) es un disco con una línea clara y precisa que da cuenta de un momento de transición en la musicalidad inquieta que caracteriza la carrera del rionegrino, un reconocido explorador de sonoridades, atmósferas y colores musicales. Llega cuatro años después de Constelaciones (2016), su álbum anterior.

Si bien el último trabajo que se conoció de Aristimuño fue el proyecto Hermano Hormiga (2019), que lo unió a Raly Barrionuevo para explorar el cancionero popular y folclórico, Criptograma elige otro camino para construir cada una de las canciones a partir de proponer un nuevo patrón que permita descifrar el mensaje oculto que se desprende del título y que transita por algunos momentos más explícitamente y, por otros, de manera más sutil.

No es, entonces, para nada descabellado establecer un paralelo entre ese campo de experimentación en la dimensión acústica, latinoamericana y folclórica que fue Hermano Hormiga y la faceta electrónica de Criptograma. Si en aquel la guitarra criolla originó el encuentro, aquí la sensación es otra: que las canciones cabalgan en una dimensión electrónica —efectos, loops, samplers, beats, cajas de ritmos— que fue la encargada de originar la mayoría de las canciones, sin por ello constituirse en piezas en la que estos sonidos prevalecen por sobre otros estados musicales. Aunque parezca contradictorio, el gesto creativo es similar. Lejos de ser un disco complejo desde el punto vista instrumental, las canciones que lo atraviesan podrían desnudarse hasta ser llevadas al punto cero, en lo que parece ser una característica que acompaña a Lisandro desde el principio de su carrera. Lo que antes fue un acorde, hoy es un beat sin dejar de tener un objetivo concreto: la apuesta permanente por la simpleza y por la melodía recordable para luego construir, con paciencia de orfebre, cada pieza musical. Esa dimensión artesanal es la que mejor se percibe en Criptograma y la que mejor define el patrón que conforman las diez canciones del disco.

El inicio con “Levitar” y “Cosas del amor” propone desde el vamos la interacción entre lo electrónico y otras sonoridades para construir diferentes atmósferas y capas de sonido. Si la primera suena bien electrónica, en seguida incluye pequeños sonidos y voces que la hacen salir de ese espacio de comodidad. Algo similar sucede con la segunda, donde la orquestación de cuerdas sostiene la canción con una presencia contundente pero no protagónica, porque los beats y los samplers funcionan como contrapeso.

“Loop” es un ejemplo de la capacidad de Aristimuño para entrar y salir de la literalidad y de la dimensión más simbólica. La sensación de estar detenido y de búsqueda infructuosa se sostiene en una canción hábilmente sostenida, precisamente, en un loop que estructura la musicalidad del tema. El contraste con “Sombra 1” es evidente, principalmente porque en esta última todo apunta a una sensibilidad pop oscura y melancólica, con un estribillo de esos que quedan varios días dando vueltas en el inconsciente: “de tanto pesar / ya no necesito tu memoria”.

“Nido” propone una lucha simbólica ente los efectos electrónicos y el piano. Inicia una segunda parte del disco en donde se acentúa el contraste de las canciones en función de las atmósferas y los invitados. La impronta más profunda, etérea y atmósférica se transforma inmediatamente en “No fue ayer”, en la que Lito Vitale y el sonido del ronroco ayudan a construir unos de los momentos más íntimos y solitarios del disco, a tal punto que la voz de Lisandro suena despojada en su objetivo de relatar la épica y el esfuerzo por crecer.

“Comen” es uno de los momentos más logrados y disonantes del disco. En primer lugar, porque incluye la presencia de Wos. En segundo lugar, porque da cuenta de una dimensión política que va más allá de lo personal. La sensación es que juntos lograron un tema camaleónico que juega a ser Aristimuño por momentos y, por otros, juega a ser Wos y que, en conjunto, refiere a la denuncia de los pueblos originarios frente a un sistema que depreda y engulle. La impronta contemporánea atraviesa a la canción y es también una especie de manifiesto para Aristimuño. Su búsqueda por construir lazos y puentes con otros artistas es evidente y aquí defiende el axioma Spinettiano que dice que “mañana es mejor”, en donde la curiosidad y la búsqueda prevalecen. En esa búsqueda se construyen las mejores versiones de su obra.

“Señal 1” baja la intensidad con un coro onírico que se empeña en proponer la pregunta “¿Cómo voy a hacer para ser más libre?”, algo que “Cuerpo” retoma para cuestionar la normalidad sin dar tampoco demasiadas respuestas. Finalmente, “Baguala 1” es una libre interpretación del género folclórico con un vocoder que construye un final del disco simple, directo y contemporáneo, en el que lo popular y lo experimental se encuentran guiados sin problemas por la búsqueda y la curiosidad del artista. La sensación general del disco es que Criptograma será para Lisandro Aristimuño un puente que abrirá nuevos caminos musicales y poéticos.//∆z