Las dos herencias
Una dinámica familiar de asfixia y resentimiento entre una madre y una hija es el clima general de Las siamesas (2020), la película de Paula Hernández es una de las mejores de los últimos años y deja en claro que no solo se hereda lo material sino también la pérdida.

Por Ignacio Barragán

Lo cotidiano y lo absurdamente normal, bajo el prisma de Paula Hernández, se vuelve tenebroso. Un encuadre, el silencio profundo y los sonidos omniscientes son esos espacios en donde se desarrolla una batalla de significantes que se revierten. En Las siamesas (2020), su última película, una historia simple se despliega en varios sentidos para revelar cierta oscuridad del pasado. Una trama que funciona como la luz de una linterna en una ruta sombría.

Más allá de las lecturas psicoanalíticas que se puedan establecer de la relación madre/hija, este binomio en el terreno de la ficción resulta sumamente fértil y la operación que realiza Paula Hernández en ese sentido es interesante. Toma a dos actrices fundantes de su repertorio como los son Rita Cortese (Herencia, 2001) y Valeria Lois (Un amor, 2011) y las envuelve en una dinámica familiar de asfixia con su debido resentimiento. Uno de los rasgos más característicos de la filmografía de Hernández es el trabajo actoral que realiza junto a su equipo, y es notable la atmósfera que se recrea entre estos personajes producto de largas jornadas de entrenamiento. La sinergia teatral que se forma entre dos cuerpos dirigidos por la directora logra el efecto de lo verosímil, lo cercano.

El sonido también es uno de los protagonistas en la película y coloca a Hernández en la línea de Lucrecia Martel. La prefiguración del desastre, el inminente caos, es anunciado a través del uso efectivo de musicalidades. El pitido de un colectivo de larga distancia, el silencio ensordecedor (valga el oxímoron) son momentos liminales del filme que, sin mediar palabra, predisponen al público de otra manera. Se comprende que la superposición del sonido frente a la imagen subvierte la escena y, aquello que antes era invisible, empieza a tomar forma.

Mención aparte debería recibir el vestuario de estas mujeres. Esos vestidos florales complementados con piezas caribeñas contrastan absolutamente con la vida miserable de aquella familia. De alguna manera, estos colores felices cubren la grisura de los días, lo profundo de la pena. Si bien no se sabe cómo están vestidas realmente, la madre e hija de la película pueden ser un espejo de las vecinas en Cae la noche tropical de Manuel Puig. Dos mujeres solas sostenidas a base de chismes y dolor del pasado. Una relación sustentada por la más pura necesidad

Las siamesas tiene algo que recuerda a Bajo este sol tremendo de Carlos Busqued o al menos a su hermano bobo y cinematográfico que es El otro hermano (2017) de Adrián Caetano. También, por supuesto, a Las primas de Aurora Venturini en su linaje de monstruosidad en lo cotidiano. Es en la falta donde reside el misterio de los lazos de sangre: en toda familia hay tragedias que se ocultan bajo un manto de silencio, momentos que no se hablan. Paula Hernández es precisa en montar estas escenas lúgubres y, mediante la ficción, busca en lo ordinario algo que podría verse como la chispa de la maldad, el terror disfrazado de cordero.

El relato muestra a las claras que no solo se hereda lo material sino además la pérdida. Las dos herencias (que podrían ser también la primera y última película de Hernández) son el conflicto a resolver de toda persona y convierten a esta película en algo no tan lejano como podría pensarse.//∆z