Sausage Party traslada los habituales vicios y aciertos de la factoría Rogen al terreno de la animación.

Por Martín Escribano

Que es apenas una película con sexo explícito entre alimentos, que es un delirio gastronómico-sexual, incluso que es “la primera película de animación calificada para adultos” (un disparate si tenemos en cuenta que la historia del cine va por sus 121 años). Se ha escrito mucho de La fiesta de las salchichas desde su estreno y la verdad es que lo más objetivo que puede decirse es que tiene el sello de las típicas películas que hace Seth Rogen junto a sus amigos. ¿Figurita repetida, entonces? Algo de eso hay: mucha marihuana, algo de humor escatológico, lenguaje vulgar, gags bastante (y por momentos muy) efectivos y un concierto de voces formado por el mismo Seth Roger, James Franco, Jonah Hill, Paul Rudd, Kristen Wiig, Salma Hayek, Bill Hader, Danny McBride y un efectivo Edward Norton que por momentos se confunde con el mismísimo Woody Allen.

La trama nos ubica en un supermercado yanqui en cuyas góndolas hay alimentos de todo el mundo, que se rigen bajo un sistema de creencias en el que, si son buenos y obedecen a los dioses (los humanos), algún día serán elegidos y llevados al Gran Más Allá, fuera de las puertas del súper. Sólo serán elegidos si permanecen puros de espíritu y no se salen de sus envases. Luego de una introducción digna de Disney en la que todos los productos le dedican una canción al paraíso, una mostaza con miel vuelve, cual Víctor Sueiro, del idealizado “más allá” con todos los síntomas del estrés postraumático. Cuenta que los humanos no son dioses, sino monstruos… la canción/biblia que augura que los compradores/dioses los llevarán a un lugar mejor es una estafa, pues les espera ser destrozados, cocinados y consumidos.

El relato ha sido armado por la sémola, el aguardiente y otros productos imperecederos para que la vida sea más tolerable al subordinarse a cierto orden moral. A partir de aquí los productos se debatirán entre la verdad y la ilusión mientras circulan referencias a la sociedad de consumo, reflexiones sobre la angustia existencial y, por supuesto, alegorías religiosas y políticas (dos de los personajes secundarios son un bagel y un lavash que repiten en sus góndolas el conflicto de israelíes y palestinos) ¿Que abundan los estereotipos sobre los judíos, los musulmanes y los mexicanos? Es cierto, pero la película tiene aciertos significativos, como cuando se tiñe de disaster movie en la secuencia del changuito y también cuando vira al género del terror en la escena de la cocina.

No hay en el film de Greg Tiernan y Conrad Vernon (co–realizador de Shrek 2 y Madagascar 3) nada demasiado revolucionario. Si tan solo el resto de su metraje se hubiera empapado del desenfreno final, el resultado sería muy superior. Para la próxima, entonces, menos pretensión filosófica y más depravación sexual, por favor.//z