Por Sebastián Rodríguez Mora
Todas mis remeras de rock fueron invisibles. Había una que no me sacaba nunca, tenía a Noel y Liam Gallagher en la época de Familiar To Millions; era a principios de siglo. En la foto ellos estaban en actitud desafiante arriba del escenario: Liam más en primer plano con anteojos negros de marco redondo, con campera de jean y flequillo lacio desatado (el cual milité con fervor patriota), impávido ante la multitud que estaba detrás de cámara. Un poco más atrás en el plano, Noel tenía una Les Paul colgada y se podía adivinar que apretaba en la mano izquierda un burdo Mi, la mano derecha reunía tres dedos en la púa lejos de las cuerdas para dejar sonar la distorsión. Jamás la lavé, la usé durante meses. Esa remera no existe. Ahora está en uno de los cajones que tienen remeras civiles con estampados que no me gustan más.
Mi primera novia me regaló una remera extraña en mi cumpleaños de 16. Venía adentro del sobre rígido de Pulse y tenía el mismo diseño noventoso, con un montaje estrafalario, estéticamente chillón, un collage fotográfico bastante pedorro que representaba el ciclo del agua alrededor de una pupila profunda a punto de ser eclipsada por una luna púrpura. Me la probé y al principio era incómoda, me quedaba grande, tenía costuras que me molestaban. Siempre un paso adelante, me insistió en que la usara porque era la mejor de las pocas que tenía en el armario pobre de hijo de docentes. Admito que la usé al principio solamente con ella. Nos tirábamos en su cama a refregarnos con amateurismo lleno de clichés; pocas cosas eran mejores que sacarle su remera psicodélica de los Fabulosos Cuatro mientras salía “The Great Gig In The Sky” de los parlantes de la compu. Al poco tiempo, nada era igual a ese algodón 100% tejido en talleres extranjeros a cargo de Gilmour Waters Wright Mason & Company, según la etiqueta.
En tiempos del CBC uno se pone cualquier remera que le cuelguen delante de los ojos. Las calzas rollingas mostraban todavía un esplendor que parecía eterno. El kirchnerismo de Kirchner nos daba las primeras clases de oratoria política, fino arte de la humareda. Pekerman no lo ponía a Messi contra Alemania, Lehmann le mostraba al mundo una vez más que el archivo mata y Tévez era el Pueblo. Los primeros drones eran probados en Afganistán. Unos amigos recientes me habían pasado una remera de Robert Plant en su fase león demoledor, pero también por ellos me puse una con la tapa arty de Hail To The Thief. Una tarde estuve por plaza Serrano y vi una remera beige ligero, con el inconfundible estampado de dos hombres dándose la mano. Uno de ellos ardía en llamas. El puestero de la feria me convenció de que los 40 pesos valían cada centavo, alguien que me acompañaba secundó la decisión y me la llevé. Era mi primera remera real de rock. Era mi mensaje poético de lucha contra la industria ricotera y la barbarie multitudinaria de La 25, remeras de la radio Mega y los locales de Locuras. Mi lección pictórica al vulgo de que el pasado siempre fue mejor y ustedes lo están negando hacia un mañana de guerras intestinas.
Un par de días después, mi mamá la lavó con agua caliente.
La usé mucho tiempo con el consuelo de que las grandes obras arquitectónicas de la Antigüedad son imponentes precisamente porque están en ruinas. Igual entendí la enseñanza. Ahora tengo un montón de remeras invisibles, me pongo una distinta cada día, debajo de mis remeras civiles que también me gustan y son en su mayoría lisas. De las de algodón, tengo una del tipo que decidió cambiar su nombre judío y cambiar el rock para siempre hablando de ser como un canto rodado, tengo otra de Los Orfebres, esa mano que tiene el poder místico de modificar el metal. Tengo la camiseta de cuando Aníbal Matellán anuló a Figo en Japón, tengo una de Ferro. Esas también son de rock. Quiero muchas más remeras, pero en el fondo sé que también las tengo todas. Invisibles, presentes, en un cajón enorme que a veces se llama cabeza.
Sebastián Rodríguez Mora (Flores, Buenos Aires, 1987). Es jefe de redactores en ArteZeta y empleado público. Las pocas veces que se le ocurre algo potable publica en diversos medios digitales o en twitter como @rodriguezmoor.
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