La nueva novela de Félix Bruzzone nos arrastra a un mundo donde los personajes no pueden dejar de ser cómplices de situaciones absurdas y siniestras.
Por Cristian Franco
Intro
Confesar la ignorancia es siempre una buena táctica. Nos pone a resguardo, erige un escudo pequeño y efectivo. Y encima da chapa de humildad. Confieso entonces que Las chanchas son mi debut con Félix Bruzzone. Quiero decir: nunca había leído nada de él. Claro que tenía noticias (lejanas, borrosas, titilantes) sobre su existencia: fue (¿todavía es?) lo que se conoce como “joven promesa de su generación”; fundó una pequeña y ya casi legendaria editorial (Tamarisco); fuentes que son de mi entera confianza aseguran que su primer libro de cuentos (76, recientemente reeditado) es muy bueno: les creo.
Como debutante en el universo Bruzzone pido, pues, piedad, consideración, una pizca de tolerancia hacia las siguientes hipótesis de lectura.
Hipótesis I (astronomía)
“Es una tarde cualquiera en el Planeta Marte”. Así empieza Las chanchas. Con apenas una oración, la novela se desmarca, se escabulle. Después, enseguida, cotorras, marcianos trepados a los árboles, cotorras comidas por marcianos trepados a los árboles. “Un juego macabro”. Y cuando ni siquiera nos estamos acostumbrando a ese aire enrarecido, ya vamos a estar metidos hasta el cuello en la historia: no es una tarde cualquiera, ahora es el día en que las chanchas (que todavía no son chanchas, son apenas dos quinceañeras que escapan) llegan a la vida de Andy, un pobre tipo que había salido a sacar la basura. A partir de ahí, Bruzzone despliega página a página, usando lo que yo llamaría refinado realismo cínico, una historia apaciblemente delirante: síndrome de Estocolmo, karaoke, marchas, conejos, sierras, hippies, magia.
Bruzzone se propone hacer de lo irreal y su fiebre algo verdadero, palpable, un desquicio irresistible y sutil. Y en ese menjunje, Marte y los marcianos (si es que existen) son apenas un condimento para jugar mejor con nuestras mentes: en los resquicios, en las grietas de ese mundo, escarbando un poco con los dedos, no vamos a descubrir otra cosa que carne, polvo, perfumes demasiado familiares.
Hipótesis II (estética)
Toda novela siempre guarda en su interior una imagen microscópica de sí misma: un corazón miniatura que esconde su forma diminuta y secreta. En Las chanchas, unos de los narradores-personajes nos habla de un cuadro titulado “Árboles junto al río”. En ese cuadro se ven los árboles y dos colinas, pero ningún río. El centro de esta novela, como el río del cuadro, es invisible: existe porque es apenas insinuado, pero —aunque nos arrastra, nos obsesiona— permanece desvanecido, acurrucado en las sombras. Las chanchas nombra eso que existe y nos envuelve pero no podemos ver, como el pez ignora la existencia del río envenenado que lo arrastra.
Hipótesis III (teología)
La lectura es un acto de fe. O mejor: varios actos de fe, concatenados, entrelazados: sin creencia, es sabido, no es posible la literatura de ficción. Sören Kierkegaard afirmaba que la duda es un elemento esencial de la fe: creer y reventar. En Las chanchas Bruzzone construye una ficción que quiere ser la fe y la duda al unísono. Arrodillarse, persignarse, comulgar, escupir, blasfemar: todo en un mismo gesto. Como cualquier libro sagrado, Las chanchas es un símbolo complejo y evasivo. Como cualquier libro sagrado, Las chanchas propicia y alienta la herejía. Tenemos que creer, embadurnarnos con el mundo que nos propone, pero al mismo tiempo desconfiar, quedarnos a distancia, tocarlo de lejos con un palo como a un perro (o un conejo) muerto, brotado de moscas.
Hipótesis IV (criptología)
En algún lado escuché o leí esta historia, que resumo: una isla deshabitada, un náufrago, años y años y años; luego: un atardecer enceguecido, un mensaje, una botella al mar. Alguien (¿un profesor? ¿un odontólogo? ¿un maratonista?) encuentra la botella; para su sorpresa, el mensaje de la botella está cifrado; ese alguien (¿un contador? ¿un cura? ¿una peluquera?) descubre la clave, descifra el mensaje, llega a la isla, mata al náufrago y se queda en la isla.
¿Qué tendrá que ver esta historia con una novela que habla de secuestros, de camuflajes, de animales sacrificados? Creo que mucho: me gusta pensar que cada uno de los personajes-narradores de Las chanchas es como ese náufrago: lanza su botella y espera, tiene fe en que tarde o temprano algo o alguien o todo llegará.
Outro
En una entrevista un periodista se reía de Ray Bradbury: ese marciano creía que Marte iba a ser la puerta cósmica para descubrir por fin todas las potencialidades del ser humano. A la risa escéptica del periodista, el marciano respondió: “¡Ríase! Y mientras usted se burla, nosotros nos habremos marchado y estaremos viajando”.
Eso es la ficción: un viaje a años luz, incierto y desesperado, que deja atrás la risa desdeñosa de las mentes sensatas.
Gris, sarcástica, ambigua, misteriosa, sombría, Las chanchas es el viaje a un planeta rojo donde la memoria, la identidad y la violencia son infectadas por las radiaciones de una estrella moribunda y olvidada.//∆z