La Renga: caminito al costado del mundo
Por Guillermo Gobbi /// Fotos: Jorge Noro - @ojonoro

Después de muchos años, Chizzo, Tete y Tanque volvieron a dar un show en el AMBA el pasado 13 de enero. El mismo se convirtió en un canto de resistencia contra los tiempos que corren donde una gran masa anestesiada entronizó al rey de la triste felicidad al sillón de Rivadavia. Crónica emocional de dicho convite.



El sábado asistí a un acto de resistencia. Este recital de La Renga me encuentra grande, ya no soy el chico que fue al autódromo de la cabeza sin importarle volver caminando por la general paz con una masa humana de 200.000 personas y me encuentra digiriendo, por un lado un 2023 que no fue de los años más esperanzadores de la historia argentina y por otro la inexorable evidencia que el rock que supe llevar en la sangre se diluye lentamente junto con mi juventud.

Por suerte esa sensación de derrota que pasa por mi cuerpo no parece acompañar a la gente que desde temprano entonaba el ya clásico “El que no salta/votó a Milei” y mucho menos a Chizzo, Tete y Tanque, que muy lejos de hacer un show desde la nostalgia de lo que supieron conseguir iban a ponerlo todo para demostrar que siguen más vigentes que nunca, y ya el segundo verso de su “Tripa y corazón” con el que abrieron me recordaban: “Siempre que hay vida, habrá esperanza”. 

Tete corría por las pasarelas y la guitarra de Chizzo lo incendiaba todo estaban sonando super fuerte y super bien y la gente lo sabía, el estadio había empezado a ebullir temprano y lo haría durante tres horas. 

Ya en el tercer tema cuando sonó “A tu lado” y se coreaba en todo el estadio “El mundo sigue así, tan terrible y abrumado / Que sentirme a tu lado, me hará mucho mejor” comprendí que estaba con los mismos de siempre y podía salir de mi catarsis y resistir con una noche de rock.

Fueron casi 30 temas de un setlist plagado de clásicos, hubo seguidillas como “El ojo del huracán” y “Cuando vendrán” o “El revelde”, “Somos los mismos de siempre” y “El juicio del ganso” que seguía levantando un ambiente que de por si era festivo. Más tarde apareció “HielaSangre” que me sonó a conjuro y me sentí tranquilo porque sabía que durante el recital todos esos miedos que traía se iban a ir para atrás y no me iban a tocar.

A las doce en punto el convite fue a bailar a la nave del olvido y cuando parecía que todo estaba tocando un techo, La Renga en un gesto de hermandad y agradecimiento por la invitación de Divididos a tocar en vélez (también un acto de resistencia contra la injusta proscripción que La Renga sufre en la ciudad),  hace subir a Ricardo Mollo.

Chizzo cuenta que el tema que van a tocar lo eligió Ricardo, y aprovecha para recordar los tiempos en que Mollo los producía cuando ellos eran unos “purretes”, y las dos guitarras empiezan a despuntar los acordes de “La balada del diablo y la muerte”.

Tras ello cedieron el escenario y toda la formación de Divididos tocó “Ala delta” ya con un público completamente enloquecido, y después se dio el ensamble esperado donde a dos guitarras, dos bajos y dos baterias Los Divididos y La Renga, haciendo “Hey Hey My My” de Neil Young, me reconfirmaron lo que yo quería escuchar, la promesa que mientras estemos vivos “El rock and roll no morirá jamás”.

Ya después de semejante subidón emocional empezaron a cerrar esa noche de ensueño con tres tremendos hits: “Despedazado por mil partes”, “El viento que todo empujay “El final es en donde partí”, después llegaron los bises y por supuesto terminaron como siempre “Hablando de la libertad”, y por supuesto me fui pensando en la libertad, en esa libertad tan bastardeada en estos tiempos, en una libertad que tiene que ver con seguir caminando nuevos caminos y que esos caminos tengan corazón, en la libertad de “Hacer un lugar en el refugio de mis sueños”.

Por que si, es verdad hoy la artritis que me aqueja desde mis cuarentas hace que me duela la espalda, un auto pasa por la puerta escuchando reggaeton a todo volumen y se perfectamente que sigue gobernando la derecha, pero durante 3 horas dentro de un cilindro de cemento al costado del mundo (y de CABA) pude sentir que tenía 20 años, que los sueños estaban ahí para compartirlos y socializarlos con mis hermanos y que el rock no morirá jamás. //∆z