Lady Bird cuenta la historia de una chica que se apresta a tomar vuelo y abandonar la protección maternal. Una ópera prima con cinco nominaciones al Oscar y una repercusión acorde con los tiempos que corren.
Por Iván Piroso Soler
Greta Gerwig llegó este año a un lugar históricamente reservado para los hombres como es el de la categoría de Mejor Director en la entrega de los premios de la Academia. Con una historia sumamente personal y de un candor inusualmente independiente la californiana logró la quinta nominación para una mujer en noventa años de premiaciones, y se pone de pie frente a titanes como Dunkirk, The Post o The Shape of Water, todos dirigidos por hombres. Es imposible pensar en esto sin tener en cuenta el aura que rodea al evento más importante de la industria, luego de que el movimiento #MeToo desenmascarara casos de violencia de género contra decenas de actrices, directoras y productoras.
Es válido preguntarse qué hizo Lady Bird para resaltar en la industria en el último año. Poco espacio hay en los encuadres de Gerwig para las historias que recuerdan a las masacres raciales en Estados Unidos o para la biografía de algún gran prócer. Sin embargo, también es cierto que la ópera prima de la protagonista de Greenberg (Noah Baumbach, 2010) pone el foco en ese personaje que fue ganando peso en la historia norteamericana reciente: el middle-class hero.
Lady Bird (Saoirse Ronan) no es el nombre de la protagonista. Es un pseudónimo que toma para ocultar su verdadero nombre: Christine. Ominosamente cristiana, su identidad es algo que intenta esconder constantemente, así como también los lazos que la unen a Sacramento, su ciudad natal. La historia de Lady Bird, de Christine, es la historia de la fachada que van tomando ella y todos los miembros de su familia en algún momento u otro, ya sea por la delicada situación financiera que los persigue como por la culpa cristiana de una comunidad en la que la religión pisa fuerte.
La dirección de Gerwig resalta los gestos y motivaciones de una porción de la sociedad que suele ser olvidada por otros directores (generalmente hombres) más grandilocuentes y avasalladores en su propuesta. Las mujeres de Lady Bird son tan intrépidas como fuertes, mientras que los hombres son inseguros, débiles y por momentos tediosos. Y es allí donde la película despliega sus alas. No es necesaria una gran cantidad de testosterona fílmica alrededor cuando Christine, que por momentos deja de ser Lady Bird, abrasa con sus ojos azules a su madre (interpretada por Laurie Matcaff, nominada a Mejor Actriz de reparto), resaltando la tensión posadolescente que se muestra a lo largo de la película.
La fotografía de Sam Levy (quien ya trabajara con Gerwig en Frances Ha, de Noah Baumbach) y el diseño de producción de Chris Jones nos sitúan a la perfección en un 2002 en el que Estados Unidos, ya un poco alejado de la paranoia post 11 de septiembre, permanece en un estado melancólico. Es el clima social que se hamaca previo a la crisis de 2008, y sobre el que Gerwig, viéndolo bien, deja entrever los fundamentos para la debacle. Es en este limbo en el que reposa Lady Bird/Christine donde también nos mecemos los espectadores, esperando la tormenta que llegará cuatro días después de la entrega de los Oscars. //∆z