En Temporada de Huracanes, La Teoría del Caos logra un segundo disco cargado de emociones y new wave.
Por Ilan Kazez
En 1999, el Pity Álvarez arengaba con éxtasis que todo sigue igual de bien. Unos 13 años después Santiago Motorizado pide con calma que todo siga más o menos bien. Los personajes de ambas canciones son similares, amigos, banda, chicas. La diferencia es cómo lo vive cada uno: celebración de un lado, duda del otro. Esa diferencia marca algunos de los aspectos definitorios del siempre confuso género indie: vulnerabilidad y moderación de certezas. Basta con escuchar el último disco de El Mató moldeado a partir de la depresión sin épica, o Mi Amigo Invencible y su tratado sobre la nostalgia, o Viva Elástico y su fragilidad post-adolescente, o Bestia Bebé y su reivindicación del perdedor, o La Teoría del Caos y su Temporada de Huracanes.
“Y así volvió la soledad de la que tanto hablabas”, es lo primero que se le escucha decir a Sebastián Coronel en Temporada de Huracanes. Antes, un riff con aire a Television dio el puntapié inicial al disco. Los primeros segundos de “Interestelar” condensan el espíritu del segundo trabajo de La Teoría del Caos: soledad y guitarras, angustia y melodías, vulnerabilidad y new wave. Es un gran pequeño disco del indie platense. Sin pretensiones ni ambiciones inabarcables, el eje está puesto en las canciones. Los arreglos, las bases y las expresiones están puestas en función de ellas y juntas forman un compendio honesto de fragilidades humanas.“Tengo una burbuja gigante / donde peleo conmigo hasta lastimarme”, confiesa Coronel en la canción que le da nombre al disco. Su voz, su fraseo, y una buena parte de sus estrofas lo linkean con Juan Manuel Moretti, líder de Estelares. Pero acá no hay tango, bolero ni canción calamaresca. Sí hay mucho new wave, marcado por las guitarras de pura cepa neoyorkina, aquellas que supieron acuñar Tom Verlaine y Richard Lloyd y actualizaron Albert Hammond Jr. y Nick Valensi. A través de ellas, el disco logra mantener en alto la intensidad y ser el correlato sónico de la aflicción de las letras: riffs que vuelan a cientos de kilómetros por hora, bases que cambian como estados de ánimo, arpegios que suenan a colores internos.
“No sé cómo llegaste a mí sin saludarme”, se desespera en “Espejos”, una aventura atmosférica, mezcla de kraut y rock sónico, que constituye el punto más alto del álbum y lo parte al medio. A partir de acá, el disco pisa tierra firme y se pone cada vez más inquietante.
“El fracaso es esclavo de los miedos”, reflexiona en “Los pactos”. El sonido se vuelve más oscuro y post-punk. Una sutil pincelada de sintetizadores anuncia una inminente ciclotimia. “No quiero ser yo”, reconoce Coronel, junto antes de que la canción enfrente su miedo y se transforme en otra cosa. El resultado no fue ningún fracaso.
“Tal vez mañana no me acuerde más de hoy”, se preocupa en “Droga y Confusión”, última canción del álbum. Antes pasó “Ballet Francés” y “Las llaves”. La primera oxigena el espectro gracias a unos arreglos románticos. La segunda es un power pop con cierto toque Soda Stereo que introduce el estado de confusión, una sensación que alcanza su cenit en el final del álbum, en el que crean una escena de paranoia narcótica. “Intoxicado estoy”, diría despreocupado el Pity. Vaya diferencia.